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  • Cuando la "silla vacía" marca el pulso de las fiestas de fin de año

    » Data Chaco

    Fecha: 23/12/2025 00:59

    Las luces parpadean en los balcones, los grupos de WhatsApp explotan organizando el menú y el calendario marca, casi como una sentencia, que llegó el momento de celebrar. Es una época de ruido, de encuentros multitudinarios y de balances. Sin embargo, en medio de ese estruendo colectivo, hay un silencio que cobra cuerpo y peso específico: el de quien ya no está. La silla vacía en la mesa familiar se transforma, para muchos, en el protagonista silencioso de la noche. "Cuando se hace tanto ruido, más cuerpo cobran los silencios de las ausencias", reflexiona con agudeza María Córdoba, becaria doctoral del Conicet en el Instituto de Investigaciones Psicológicas que investiga sobre procesos de duelo. Para la especialista, estas fechas funcionan como una caja de resonancia donde la falta de un ser querido, ya sea por fallecimiento, distancia o ruptura, se amplifica ante el mandato social de la alegría compartida. "Las fiestas son celebraciones universales donde somos muy mirados. La pregunta sobre con quién la pasamos o qué vamos a hacer hace difícil eludir la cuestión", explica. Y agrega: "Es en esa multitud de lo que sería una mesa habitual donde la ausencia de un rol o un vínculo significativo se reaviva, trayendo consigo el dolor y la tristeza". EL RELOJ DEL DUELO: ¿CUÁNTO TIEMPO ES "NORMAL"? Una de las discusiones más vigentes en el campo de la psicología y la psiquiatría gira en torno a los límites entre un duelo considerado "normal" y uno patológico. Los manuales diagnósticos internacionales suelen marcar un límite temporal de dos años para la elaboración de la pérdida. Sin embargo, la realidad humana suele desbordar los cronogramas clínicos. "Hay una discusión política detrás de los psicodiagnósticos: ¿de qué modo entendemos la funcionalidad?", cuestiona la psicóloga. "¿Por qué la muerte de un vínculo de ocho o diez años, de una persona que nos crió o marcó nuestra identidad, debería aceptarse rápidamente solo para poder ser funcionales en el trabajo?". Pero, además, también se analiza esa funcionalidad en un contexto actual muy particular. "Muchas personas tienen pocas posibilidades de transitar su dolor con más calma, porque las urgencias económicas los preocupan. Muchos deben trabajar el doble de horas para pagar las cuentas que antes cubría la persona fallecida y esto, ciertamente, es algo que obstaculiza y dilata en el tiempo el proceso del duelo", explica. Para Córdoba, la aceptación de la muerte no implica el olvido ni la ausencia total de dolor, sino que el sufrimiento deje de ser avasallante o incapacitante. "Es lógico pensar que, incluso a través de los años o en nuestra propia vejez, sigamos recordando con alguna añoranza a esa persona, aunque la muerte haya ocurrido quince o veinte años atrás", sostiene la experta. LA PALABRA COMO REFUGIO Y EL DISEÑO DE NUEVOS RITUALES El enfoque fenomenológico y narrativo desde el cual trabaja Córdoba propone que los seres humanos organizan su experiencia como si fuera un cuento: con un inicio, un nudo -el conflicto que rompe la normalidad- y un desenlace. En este esquema, el duelo es un nudo que necesita ser narrado para ser comprendido. "Al contar la experiencia, necesariamente tenemos que organizarla para transmitirla y eso ya de por sí produce una sensación de alivio", detalla la especialista. Se trata de construir significado a través de poner en palabras la culpa, los pendientes o simplemente la extrañeza ante la pérdida es un paso fundamental para construir nuevos significados que no generen más sufrimiento del necesario. Pero en una sociedad occidental que, según la investigadora, "barre bajo la alfombra todo tipo de sentimientos negativos", los rituales tradicionales como los velorios o el luto han perdido fuerza, generando una suerte de desconexión con el proceso de la muerte. Frente a esto, Córdoba propone la creación de "micro-rituales" personalizados, acciones pequeñas que no requieren de grandes creencias religiosas, sino de una conexión afectiva. "El ritual tiene como fin homenajear y volver a conectar", asegura. Y ejemplifica: "Puede ser algo tan sencillo como prender una vela y tomarse un momento para pensar en esa persona, o proponerle a un niño que escriba una nota y la ate a un globo de helio para soltarla. Incluso en el brindis, mencionar a quien no está dignifica a la persona fallecida e impacta positivamente en quienes la duelen".

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