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» Cronista.com
Fecha: 22/12/2025 19:57
Si hay un factor por el que todos los actores de una sociedad desean que la economía esté gobernada por un marco estable y previsible, es porque se trata de la condición básica para crecer y progresar. Dejar de tener déficit fiscal o inflación no son objetivos que valen por sí solos. Son el medio para que la normalidad se vuelva duradera. La Argentina está en camino de alcanzar varios de esos requisitos y esa es la razón del optimismo que abre el 2026. El equilibrio en las cuentas públicas permite contar con una moneda más sana, ya que deja atrás la necesidad de que el Banco Central financie al Estado con emisión monetaria. Sin ese exceso de pesos, la inflación se acomoda a valores “racionales” y lentamente toda la nominalidad de la economía se desinfla. No es un proceso fácil de desactivar. Es el resultado de años de distorsiones que terminaron creando un bienestar artificial. La inflación es una “droga” peligrosa, porque más allá de que tanto en el Estado como en el sector privado crea una adicción persistente, a nivel individual su efecto a veces es imperceptible. Su reinado permite que todas las ineficiencias se vayan cargando al gasto público o al precio de venta. Y quien paga las consecuencias es el consumidor final, que no tiene la chance de contar con un ingreso indexado para defenderse como el resto (hablamos de casi el 45% de los que trabajan en la economía informal). El Gobierno está lanzado a aplicar un proceso de reformas con los que espera normalizar la economía. Y así como sucede con la inflación, a nivel social cuesta identificar cuál es el óptimo que se puede alcanzar si los cambios se producen bien y rápido. Quienes no tienen un sueldo formal actualizable sin precios que suben todos los meses van a recuperar poder adquisitivo. Pero el empresario que no puede ajustar todo el tiempo y debe competir, puede perder ventas e ingresos. Del mismo modo, el objetivo de una reforma laboral a corto plazo no es el pleno empleo, y tampoco se espera que una reforma tributaria implique que todos van a pagar menos impuestos. Como con toda reforma, habrá quien saldrá mejor parado que otro. La parte compleja de este proceso es entender que el bienestar artificial que podía dar una economía inflacionaria, sin competencia externa y sin inversión que crearan empleos duraderos, a la larga no era buen negocio. El 2026 será un año de adaptarse a nuevos escenarios, de reentrenar habilidades, de buscar nuevos caminos. El Estado paternalista solo le daba chances de crecer a unos pocos, en general amigos con beneficios. A la economía que viene no hay que pedirle felicidad absoluta, sino oportunidades genuinas. Empieza otro juego y las cartas ya no están marcadas.
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