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  • La violencia contra las mujeres puede empezar en las escuelas

    » Clarin

    Fecha: 19/12/2025 16:32

    La violencia contra mujeres y niñas dentro de las escuelas constituye una de las crisis más profundas, persistentes y menos reconocidas de América Latina. A pesar de su magnitud, permanece oculta detrás de la puerta del aula, confundida con “problemas de disciplina”, disfrazada de “conflictos personales” o reducida a la categoría trivial de “bromas de adolescentes”. Sin embargo, las evidencias acumuladas en el trabajo de investigadoras e investigadores muestran que estamos frente a un fenómeno estructural que amenaza la integridad física y emocional de millones de niñas y el propio sentido democrático de la escuela. La escuela –un espacio que debería ser un territorio protegido, igualitario y emancipador– se ha transformado, para muchas niñas y mujeres, en un escenario de riesgo constante. Allí convergen violencias de distinta intensidad: acoso sexual, insultos sexistas, discriminación por el cuerpo o el peinado, control sobre la ropa y el comportamiento, racismo estético, amenazas, agresiones físicas e incluso tentativas de violencia extrema. Estas prácticas no ocurren al margen del sistema escolar: están incrustadas en su vida cotidiana y reproducen desigualdades de género históricas que, si no se enfrentan, seguirán destruyendo trayectorias educativas y proyectos de vida. La primera dimensión que debe ser reconocida es la normalización del acoso sexual. Hemos documentado reiteradamente que muchas niñas son víctimas de toques no consentidos, comentarios obscenos, presiones para besos o contactos físicos y humillaciones que se presentan como “bromas”. No se trata de incidentes aislados sino de un patrón sistemático de control y disciplina del cuerpo femenino. Lo más grave es que estas conductas suelen ser invisibilizadas por la escuela. Las denuncias son minimizadas, las víctimas culpabilizadas y los docentes reciben poca orientación para actuar. En este contexto, muchas alumnas optan por el silencio, temen ser ridiculizadas, no ser escuchadas o de enfrentar represalias. Junto con el acoso sexual, las violencias simbólicas constituyen un componente permanente de la experiencia escolar de niñas y adolescentes. Los insultos sexistas, los chismes, las humillaciones públicas sobre el cuerpo o la apariencia y el señalamiento moralizante –que cuestiona su vestimenta, su conducta o su vida privada– funcionan como mecanismos disciplinadores que refuerzan la inferiorización de las mujeres. Todo esto genera un clima emocional adverso que afecta la autoestima, la participación en clase, el rendimiento escolar y la permanencia educativa. A este panorama se suma un eje particularmente doloroso: el racismo estético que recae con especial fuerza sobre niñas y adolescentes. Burlas, comentarios sobre el color de piel y ridiculización son formas de violencia cotidiana que marcan la identidad y la experiencia escolar de miles de niñas. Estas prácticas constituyen violencias racistas naturalizadas que combinan desigualdades de género y raza y que producen un profundo daño emocional y social. Las niñas morenas son, muchas veces, las más expuestas a estas agresiones y las menos protegidas por la escuela. Pero la violencia no afecta solo a las alumnas. También las profesoras y trabajadoras escolares sufren agresiones, insultos, amenazas y faltas de respeto. En muchos establecimientos, las docentes mujeres son blanco de deslegitimación: se cuestiona su autoridad, se las ridiculiza y se las expone a ataques verbales o físicos que deberían considerarse inaceptables. Que la principal institución socializadora contemple este tipo de violencia revela una falla profunda del sistema educativo en garantizar ambientes seguros de aprendizaje y trabajo. La escuela, así, deja de ser un lugar de protección para transformarse en un territorio donde la violencia hacia la mujer se reproduce, se naturaliza y se legitima. Cuando las instituciones educativas permiten –por acción u omisión– que estas prácticas continúen, están enviando el mensaje de que el sufrimiento de las niñas no importa; que sus cuerpos pueden ser objeto de control, burla o dominio; y que la autoridad de las mujeres adultas puede ser desafiada sin consecuencias. Esta desprotección genera un daño acumulativo y abre el camino hacia expresiones más graves de violencia, en el presente y en el futuro. Investigaciones revelan que, en los últimos años, se observa un aumento en amenazas de ataques a escuelas y circulación de discursos de odio dirigidos a alumnas y profesoras. Estos episodios incluyen armas blancas y armas de fuego. Estas expresiones extremas no son aisladas: se incuban en un clima escolar en el que la humillación, el insulto y el acoso ya eran parte del paisaje. La violencia extrema es la punta del iceberg de una estructura más profunda de desigualdad y silenciamiento.

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