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» Clarin
Fecha: 19/12/2025 08:45
“Mis raíces son las del clavel del aire”, dice Luisa Valenzuela. Sentada en un sillón marrón de su casa del Bajo Belgrano, fija por un momento la mirada en el jardín del fondo, donde merodean zorzales y benteveos, que se acercan a las strelitzias vecinas, esas flores naranjas y violetas con forma de cabeza de pájaro. Acaba de reeditarse Cola de lagartija (Interzona), novela en la que ella explora la figura de José López Rega, el tétrico ministro de Bienestar Social que hace medio siglo tuvo que abandonar su cargo, arrinconado por todo tipo de denuncias. Luisa Valenzuela retratada en su casa. Foto: Guillermo Rodríguez Adami. La oportunidad de esa publicación también le permite indagar en el lenguaje político actual, las semejanzas y diferencias entre ese 1975 sangriento y este 2025, los entresijos de la historia literaria argentina y sus personajes olvidados, las redes sociales como artefactos pegajosos y las máscaras, elementos presentes en la producción de la escritora y en esta casa, tapizada de ellas. Autora de más de cuarenta libros, entre cuentos, novelas y ensayos; traducida al alemán, al coreano, al serbio, al japonés, al inglés; presidenta emérita de la filial argentina del PEN International; ganadora de premios como el Kraft, el Plaza y Janés y el Carlos Fuentes y del Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores; la protagonista de ese itinerario descorre el telón de su universo privado, uno que tiene a una figura del Gauchito Gil como custodio, en el umbral de una puerta con un picaporte con forma de medialuna. Cerca de la charla, observan el encuentro imágenes de la Virgen, un diablo negro y un coco tallado, originario de Bali, en Indonesia. –Respecto de Cola de lagartija. Se publica en 1983 pero la comenzás a elaborar en 1981. ¿Qué te atraía de ese personaje, que por ese entonces se mantenía prófugo de la justicia argentina? –“Atraía” no es la palabra, ¿no? –Bueno, ¿qué de ese personaje provocaba tanto interés en vos? –Estaba escribiendo otra cosa que no me salía y no me salía. Había decidido por primera vez en mi vida tener una estructura armada de una novela, capítulo por capítulo. Me había armado una regia historia pero no lograba arrancar bien. Y un día me empiezo a preguntar por qué Argentina estuvo en manos de un brujo. ¿Por qué un país que se pretende tan alfabetizado, tan europeizante, en manos de un brujo? Y empezó a salir esta novela, otra, a borbotones. No la pensé, nació. Evidentemente era una cosa que tenía atragantada. –¿Por qué atragantada? –Todos lo teníamos atragantado. Fue horrible, haber vivido la Triple A, algo atroz que le que abrió las puertas a la dictadura cívico militar. Estuve en Barcelona por nueve meses, había estado dando vueltas por Francia y México, y llegué acá y era un país totalmente cambiado, cuando me había ido estaba (Héctor) Cámpora. Después todo se volvió muy atroz, y escribí en un mes los cuentos de Aquí pasan cosas raras, que sale en 1976 pero que había escrito antes. Los desaparecidos y los Falcon verdes empezaron con López Rega. –Se han cumplido cincuenta años de la caída de López Rega. ¿Cómo creés que ha sido abordada su figura por la literatura? Es un personaje por un lado incómodo, y por el otro misterioso, crepuscular. –Dentro del peronismo es una figura muy incómoda. Está la gran biografía de Marcelo Larraquy, Tomás Eloy Martínez también la abordó. De la literatura no sé. Yo tengo dos libros sobre López Rega, Cola de lagartija y La máscara sarda. Y tengo un tercero pero no lo puedo terminar, hace años que le doy vueltas. Máscaras y figuras pueblan las paredes de la casa de la escritora Luisa Valenzuela. Foto: Guillermo Rodríguez Adami. –En otras entrevistas señalaste que te enfermás cada vez que empezás a escribir esa nueva novela donde aparece López Rega. –Sí, es muy tóxico. Le pregunté a Larraquy si no se había enfermado y me dijo que al contrario, que tenía un problema respiratorio y escribiendo se le fue. López Rega había sido manosanta, explorando para escribir La máscara sarda descubrí que Victoria Montero había sido su maestra en eso. Y que ella lo termina echando cuando él se mete en política. Yo tengo una teoría que no coincide con las fechas de los historiadores: y es que López Rega fue custodio de la residencia presidencial porque Victoria Montero lo puso ahí. Mi teoría es que Evita fue a consultar a Victoria, que era manosanta y adivina. Y que Victoria, para cuidarla, le puso a su discípulo favorito. Quería escribir la historia de Victoria Montero. Pero López Rega me tira. Esa novela completaría la trilogía sobre él. Pero cuando escribí Cola de lagartija estuve enferma, en La máscara sarda también. –Cola de lagartija se publicó por primera vez en 1983. En Argentina Norma la reeditó en 2007 y ahora lo hace Interzona. ¿Cómo cambió la recepción de la obra? –Me sorprendió cuando ahora se empezó a hablar de neolopezrreguismo, con Milei. Me tienta mucho toda la cosa brujeril que hay con Milei. O lo del tarot. Ahora es muy distinta la toma de posición de la extrema derecha, no llaman más a los militares, ahora vienen las grandes corporaciones. Es otro mundo. Igual puede desaparecer gente, hay censuras extrañas… –Respecto de la cuestión esotérica que rodea al poder actual, con elementos como el tarot, o los diálogos con perros muertos, ¿qué impresión te dan? –Me parece todo muy maldito. No tengo nada con que hablen con animales muertos o vivos, pero si están guiando para que lleves al país al desastre no es muy positivo que digamos. Subyace ahí una entretela muy nociva, venenosa. Luisa Valenzuela retratada en su casa. Foto: Guillermo Rodríguez Adami. –¿Qué elementos te conducen a esa idea? –La manera de expresarse de este hombre. Ni en un actor cómico la escuchás. –En tus obras solés abordar zonas periféricas, marginales, y el misterio es un elemento muy presente en aquella. En ese sentido, ¿te parece literaria la figura de Karina Milei? –Qué persona tan poco literaria, tan fuera de toda poesía…es una titiritera, ¿no? Sería interesante verla desde ese lugar, como la que maneja los hilos, aunque no los conozca. Estoy muy desconcertada con todo esto. Me interesa mucho que lo que antes se decía “pueblo” y ahora no porque parece que está mal visto, esté reaccionando. –Trabajaste muchísimo como periodista. Parte de esa producción está reunida en La mirada horizontal (Marea, 2021) ¿Cómo ves hoy esa actividad? –Yo estoy muy agradecida al periodismo. Tuve un maestro espléndido, Ambrosio Vecino, que era director del suplemento gráfico de La Nación, que era profesor de Letras y muy cuidadoso con el lenguaje. Ahí afiné mucho el instrumento. Y aprendí a investigar rápido, por eso lo de “mirada horizontal”, porque no podés cavar a fondo, no tenés tiempo. –Escribiste La máscara sarda. El profundo secreto de Perón (Seix Barral, 2012), y los ensayos Diario de máscaras (Capital Intelectual, 2014) y Conversación con las máscaras (Micrópolis, 2016). Hay un ensayo sobre tu obra, Luisa Valenzuela sin máscaras (Feminaria, 2002). Estamos en tu casa, rodeados de máscaras de distintas parte del mundo. ¿Qué representan para vos? –Sin mascaras es una entelequia, vivimos con máscaras puestas, máscaras sociales. Pero la máscara como objeto en sí es muy especial, es la conexión entre lo sagrado y lo profano, entre el teatro y la realidad. Revela y al mismo tiempo oculta. Todo depende de qué máscara te ponés, cómo te expresás debajo de ella. La máscara tiene infinidad de cualidades. Yo no las uso a estas máscaras que están acá. Pero me atrae todo lo extraño, todos los otros mundos. Empecé coleccionando billetes, monedas, estampillas, folletos. Y ahí entran las máscaras, por la atracción con otros mundos. No solo otros mundos geográficos sino otros mundos espirituales. –¿Funcionan las redes sociales como una máscara? –(Piensa)…no las veo como una máscara. Me dan más una sensación gomosa, pegajosa, como las telarañas. Me vino esa sensación al escuchar “redes”. La máscara la podés trascender, la red social tiene esta untuosidad hasta atractiva, que te impide ver qué hay debajo de todo eso. Pretende ser una máscara de embellecimiento, de distracción, pero pierde el valor sagrado de la máscara. Es algo profano o profanador. Si la usamos bien, adelante, la cuestión es no dejarte atraparte en esa red, como con la IA. Tiene méritos, pero mamma mia los peligros. –En tu casa materna se daban tertulias famosas, que contaban con, entre otras presencias, la de Borges. Pero también iban otros escritores, hoy olvidados o muy poco leídos, como Eduardo Mallea y Manuel Peyrou. ¿Qué otros nombres de esa época te parece importante rescatar? –Manuel Peyrou, qué buen escritor…es un país muy desmemoriado, muy de la novedad. Tenemos un acervo literario muy rico, tenemos que hacer circular esos nombres, si no desaparecen. Ana Emilia Lahitte, una muy buena poeta…Amelia Biagioni, María Esther De Miguel…Lorenzo Varela, como muchos otros exiliados españoles. O Lysandro Galtier. O un buen escritor como Augusto Mario Delfino, o Juan Goyanarte, o Abelardo Arias o mi madre misma. Luisa Valenzuela retratada en su casa. Foto: Guillermo Rodríguez Adami. –En la revista Gente, en 1978, publicaste una entrevista a ella, Luisa Mercedes Levinson. En un momento te dice: “Para usted, el tiempo todavía no será un estigma. Pero espere un tiempo y verá”. ¿Tenía razón? –El estigma del tiempo es un libro de ella muy lindo. Sí, en cierta medida lo es, me duelen los huesos. Pero también es un enriquecimiento. Tenés todo lo que has vivido, todos esos mundos que has atravesado, toda gente que conociste, todo eso te ilumina. Luisa Valenzuela básico Es escritora y periodista. Durante su dilatada carrera ha publicado más de 30 títulos entre novelas, volúmenes de cuentos y de microrrelatos, y ensayos. Ha desarrollado una vasta tarea literaria dictando cursos, talleres, seminarios y conferencias en sus múltiples y muy variados viajes. Ha recibido diversas distinciones, entre las que se destacan el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Knox (Illinois) y de la Universidad Nacional de San Martín (Provincia de Buenos Aires), la Medalla Machado de Assis de la Academia Brasilera de Letras y la beca Guggenheim. Su obra ha sido traducida a más de 17 idiomas, vasta es la bibliografía monográfica dedicada a su obra y cuentos y ensayos suyos aparecen en innumerables antologías en el mundo entero. Los últimos premios obtenidos a su trayectoria literaria han sido el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, 2017; el Premio León de Greiff, Colombia 2017; el Premio Carlos Fuentes, México 2019. Luego de diez años en Nueva York, desde 1989 radica en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde fue declarada Personalidad Distinguida de las Letras y Ciudadana Ilustre.
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