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  • Una vitrina blindada de forma ridícula, el plan audaz de un joyero argentino y el enigma irresuelto del robo de la copa del mundo

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 19/12/2025 04:48

    Pele enseñando el trofeo Jules Rimet que fue robado de la vitrina de la Confederación Brasileña de Fútbol (The Grosby Group) Cuando en marzo de 1966, a poco menos de tres meses del inicio del Mundial de Fútbol que organizaba Inglaterra, la Copa Jules Rimet – por entonces el trofeo para el ganador del torneo – desapareció misteriosamente de la vitrina del Central Hall Westminster donde estaba en exhibición, Abrainn Tebel, uno de los máximos de la Confederación Brasileña de Fútbol, pronunció ante decenas de periodistas un juicio lapidario: “Esto en Brasil nunca hubiera pasado. Incluso los ladrones en nuestro país consideran la Copa sagrada y robársela hubiera sido un sacrilegio”, dijo. Presa de la indignación, el hombre no imaginaba que 17 años más tarde debería tragarse, una por una, esas palabras. Después de ganar dos campeonatos mundiales sucesivos, el de 1958 en Suecia y el de 1962 en Chile, los brasileños llegaron a Inglaterra como favoritos y con un aliciente adicional: según el reglamento de la FIFA, la selección que ganara tres veces un Mundial se quedaría para siempre con la Copa que, hasta que eso ocurriera, quedaba transitoriamente en poder del país que hubiera ganado el último torneo. Los brasileños la habían tenido en sus vitrinas hasta enero de 1966, cuando la llevaron a Londres para que estuviera allí durante el desarrollo del campeonato. La Jules Rimet, bautizada así por el francés que presidía la FIFA cuando se realizó el primera Copa del Mundo en Uruguay, era una verdadera joya. Se trataba de era una escultura del artista francés Abel Laffleur que representaba a Niké (la diosa griega de la victoria), con alas estilizadas. La figura tenía los brazos levantados y sujetaba una copa de forma octogonal. Se apoyaba sobre una base de mármol en la cual se incrustaban los nombres de los campeones en pequeñas placas. Medía unos 30 centímetros de altura y pesaba 3,800 kilos de plata esterlina enchapada en oro. Cuando fue creada en 1928 su precio había sido estimado en 50.000 francos, la moneda en la que se pagó a su creador. El robo de la Copa en Inglaterra fue un verdadero escándalo con un final tan inesperado como feliz. Cuando hizo esas declaraciones, el trofeo seguía desaparecido y el brasileño Tebel no podía saber que sería recuperada. La selección brasileña no ganó ese torneo, que quedó en manos de un equipo inglés favorecido por los árbitros de manera vergonzosa, pero sí obtuvo el siguiente, realizado en México en 1970, cuando el planeta entero siguió los partidos en la primera transmisión vía satélite de un Mundial. El momento en que la policía británica recupera la Copa del Mundo, después de tres meses (Grosby) El trofeo pasó a ser entonces propiedad de la Confederación Brasileña de Fútbol, que podría exhibirla para siempre en una vitrina de cristales blindados instalada en la sede de la organización. Debía quedarse allí eternamente, pero no pudo ser porque el 19 de diciembre de 1983, un grupo de ladrones a los que no les importaba en absoluto lo “sagrado” del objeto, se la robó con una facilidad increíble. Un plan audaz El plan del robo comenzó cuando un ambicioso empleado bancario llamado Sergio Pereyra Alves visitó el local una vez y descubrió que, si bien la Copa “Jules Rimet” estaba protegida por cristales a prueba de balas, la vitrina se encontraba burdamente adherida a la pared apenas con madera y cinta. Se lo contó a Juan Carlos Hernández, un joyero argentino radicado en Río de Janeiro que, además de sus oficios legales, se dedicaba a reducir joyas robadas. Ya estaban el ideólogo y el reducidor, pero les hacía falta la mano de obra para llevar a cabo el robo. No les costó convencer a dos ladrones experimentados llamados José Luiz Vieira da Silva, alias “Bigode” (Bigote) y Francisco José Rocha, alias “Barbudo”. La noche del 19 de diciembre, “Bigode” y “Barbudo” visitaron la sede de la Confederación y se metieron en el baño a la espera de que cerrara el local. Ya estaba entrada la noche cuando salieron de su escondite – nadie había revisado el baño – y redujeron al sereno. Tardaron apenas veinte minutos en desarmar la vitrina por la parte de atrás, sacar el trofeo, meterlo en una bolsa y llevárselo. La Copa del Mundo Jules Rimet era una escultura del artista francés Abel Laffleur que representaba a Niké, la diosa griega de la victoria (Grosby) Según la versión oficial de la policía brasileña, esa misma noche los autores materiales del robo llevaron el trofeo a la joyería de Hernández, donde el traficante lo cortó en pedazos con los instrumentos adecuados y después lo fundió para vender el oro en lingotes, que fueron vendidos por un total de 15.500 dólares, una verdadera miseria. Los tres integrantes brasileños de la banda fueron capturados rápidamente por una delación, pero Hernández logró escapar. Demoraron más de un año en encontrarlo y detenerlo. Sin embargo, la Copa Jules Rimet – si es que seguía existiendo como tal - no apareció. Por entonces Abrainn Tebel ya no era dirigente de la Confederación, pero aún así su nombre y las desafortunadas declaraciones que había hecho en Inglaterra 17 años antes fueron recordados una y otra vez en las crónicas del caso. Sobre todo, porque el trofeo seguía sin aparecer, mientras que en 1966 los ingleses lo habían encontrado apenas diez días después de que se lo llevaran y de una manera insólita. El ladrón invisible y el perro Pickles En aquella ocasión y con la intención de mostrarla en un marco digno de su importancia, los organizadores la colocaron el 18 de marzo en una vitrina del Central Hall Westminster. Al día siguiente, el único guardia responsable se fue un rato para tomar un café. Cuando volvió, el trofeo ya no estaba. El robo fue un escándalo que revolucionó a la policía de Londres y a la propia Scotland Yard, que organizó un numeroso equipo de detectives con la misión de descubrir al ladrón y recuperar el trofeo. Los medios llevaron el hecho en la tapa y los diarios sensacionalistas y las revistas deportivas no dejaban de fustigar a los organizadores del torneo, que quedaron en ridículo. A la policía no le fue mejor. Durante diez días, con un centenar de agentes y detectives asignados al caso, los resultados de la investigación fueron nulos. Buscaron e interrogaron a los sospechosos de siempre, detuvieron brevemente a dos que no tenían nada que ver y se enloquecieron siguiendo pistas falsas que les daban todo tipo de oportunistas en busca de una recompensa. Faltaba poco para el inicio del torneo y la Jules Rimet seguía desaparecida sin rastros. Entonces entró en escena “Pickles”, un sabueso que demostró ser mucho más hábil que los más experimentados detectives de Scotland Yard. El 27 de marzo de 1966, David Corbett sacó a pasear a su perro como todas las mañanas, pero notó un comportamiento extraño en el animal: “Puso la atención en un paquete medio enterrado, cubierto de periódicos, detrás de un árbol. Saqué los periódicos que lo envolvían y vi a una mujer sujetando un plato sobre su cabeza, y una placa con las palabras Alemania, Uruguay, Brasil”, contó después. El héroe nacional Pickles, que recuperó la copa (AP) La copa había sido recuperada de manera insólita y “Pickles”, el perrito, se convirtió en un héroe nacional, salvador el honor inglés. Se supuso que el ladrón, asustado por la repercusión del caso, decidió abandonar el trofeo para no ser atrapado. Puesta en ridículo por una mascota, la policía británica interrogó al bueno de míster Corbett como si fuera un sospechoso, pero el hombre no tenía otra responsabilidad que la de ser dueño de un perro curioso. Finalmente, Corbett cobró una jugosa recompensa de 6000 libras una compañía de alimentos de animales le regaló un año de comida gratis para “Pickles”. Además, dueño y mascota fueron invitados a la cena, luego de obtención del título de la Selección de Inglaterra, junto al plantel y a la reina Isabel II. El perro detective – como se lo mencionaba en las crónicas - salió en la portada de los diarios, fue invitado con su dueño a programas de televisión y se transformó en una celebridad capaz de competir en popularidad con The Beatles. Incluso se decidió invitarlo a la ceremonia de México 1970, pero un accidente doméstico se lo impidió. Se le enganchó la correa cuando corría a un gato y se ahorcó. Verdadera o falsa, esa fue la historia que salió publicada en el diario sensacionalista The Sun. El enigma de la copa En Brasil, en cambio, no hubo ningún perro que encontrara el trofeo “Jules Rimet”. Muchos años después, Murillo Miguel, el investigador encargado de interrogar al joyero Hernández, relató en una entrevista que concedió a la BBC: “Lo interrogué por varias horas. Se notaba que era alguien muy astuto, muy hábil para este tipo de procedimientos. Fingía que no sabía nada. Entonces le dije que para los brasileños era una bofetada que un argentino hubiera convertido la Copa en lingotes de oro. Cuando le dije eso vi que en su rostro se dibujaba una sonrisa. Ese momento fue la prueba de que lo había hecho”. Hernández fue condenado en 1984, aunque jamás se declaró culpable del delito. La actual Copa del Mundo está guardada bajo estrictas medidas de seguridad (EFE/ Juan Ignacio Roncoroni) Murillo Miguel nunca creyó que un reducidor tan hábil como Hernández hubiera fundido y vendido por poco más quince mil dólares un objeto que, por su historia, valía mucho más. Dos años más tarde, la revista italiana Guerin Sportivo pareció darle la razón. Publicó un artículo en el que se sostenía que, en realidad, el robo había sido encargado por un coleccionista italiano y que la copa no había sido destruida, sino que estaba en oferta en el submundo del tráfico ilegal de obras de arte. Cuando se cumplen 42 años del robo en Río de Janeiro, el destino final del trofeo Jules Rimet sigue siendo un misterio. No se sabe – y quizás nunca se sepa – si fue realmente fundido para vender su material en lingotes o está en manos de un coleccionista inescrupuloso. A todo esto, después de ese segundo robo, la FIFA tomó una decisión para que algo así no volviera a ocurrir. En la actualidad, La “Copa del Mundo”, como se llama el nuevo trofeo, está guardada con estrictas medidas de seguridad en la sede de la organización, de la que no sale nunca. Las selecciones campeonas se llevan a su país una simple réplica.

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