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  • Es imprescindible recrear el sistema de partidos políticos

    » Clarin

    Fecha: 16/12/2025 18:41

    El artículo 38 de la Constitución Nacional, incorporado en la reforma de 1994, califica a los partidos políticos como instituciones fundamentales del sistema democrático. Hasta esa reforma, la Constitución no los mencionaba. La referencia no sirvió de mucho. Más bien fue como el canto del cisne, porque están cada día más debilitados. Por cierto, sería absurdo establecer una relación causal entre la cláusula constitucional y esa decadencia. Los factores son otros, aquí y en el mundo. Podremos discutir las causas, pero el fenómeno es un dato de la realidad que sería de necios ignorar. Lo vemos, entre un sinnúmero de manifestaciones, en lo que ocurre en nuestro Congreso Nacional. Candidaturas testimoniales, transfuguismo, total desvinculación de las políticas definidas por los órganos partidarios (cuando, muy raramente, se fijan) de las decisiones adoptadas por los legisladores de esos partidos, son algunas de las consecuencias de la pérdida de peso de los partidos. Uno de los ejemplos más notorios es el del radicalismo. La UCR es el partido nacional más antiguo de la Argentina, fundado a fines del siglo XIX, y es el que más ha representado tradicionalmente el apego a la institucionalidad partidaria. Hoy sus legisladores no pueden integrar un bloque común. Un sector directamente se pasó al oficialismo; otros tienen actitudes zigzagueantes al ritmo de los intereses de los gobernadores a los que responden; algunos mantienen una oposición cerril al gobierno. El anterior presidente de su Comité Nacional votaba como senador en forma distinta de la gran mayoría de su bloque. Quizás a veces le pudo haber asistido razón, pero el problema es la enorme falta de representación que esa divergencia indica. La reciente elección como presidente de ese órgano de un dirigente de 36 años, el más joven que asume ese cargo en su larga historia, que acredita una exitosa gestión como intendente de Venado Tuerto, pareciera un intento de renovación en medio de una situación muy compleja. No menos halagüeña es la situación en el PRO. Algunos se tiñeron de violeta precozmente, sin aguardar ninguna decisión de los órganos partidarios. Otros se pasaron formalmente después de las últimas elecciones legislativas. Quienes nos mantenemos firmes en nuestras convicciones, sin dejarnos llevar por los vientos siempre cambiantes de las preferencias sociales, creemos que la Argentina necesita un partido liberal, pero verdaderamente republicano, que no vaya atrás ciegamente de ningún líder mesiánico. Un partido que respete a todos los ciudadanos y que busque denominadores comunes con otras fuerzas políticas afines. Parece contrario a las tendencias actuales, pero es imprescindible hacer todos los esfuerzos necesarios para recrear el sistema de partidos. Es cierto que esta situación no es solo argentina. Con sus más y sus menos, se da en todo el mundo democrático. Se inscribe en un fenómeno más amplio, que es el del debilitamiento del Estado de Derecho. La democracia no parece estar en riesgo, pero se diluyen sus componentes republicanos. Lo que vemos en los Estados Unidos, que era, pese a las diferencias que se pudieran tener con sus políticas en muchos campos, un ejemplo de respeto a la Constitución y las leyes, nos habría parecido increíble hace pocos años. Las instituciones han cedido paso al más grosero personalismo. El presidente sube o baja aranceles, interviene o deja de intervenir militarmente cada día en países extranjeros de acuerdo al humor con el que se levanta y a la siempre cambiante simpatía que le despiertan los líderes de esos países. Ha transformado al Partido Republicano en un sudamericano “movimiento”, el “MAGA”; alienta en sus funcionarios y hasta en entes internacionales la constante adulación a su persona; promueve una supuesta guerra contra el narcotráfico mientras indulta a un expresidente de Honduras condenado por tráfico de drogas; persigue a periodistas con demandas insólitas; etc. Los partidos políticos se enfrentan, además, como todas las instituciones, a un contexto muy diverso de aquel en el que surgieron. Hoy las redes sociales debilitan enormemente ese rol de mediación entre la sociedad y el poder que los partidos cumplían. Algo similar le ocurre al periodismo. Con las redes sociales, todos somos de alguna forma políticos y periodistas. Todo resulta inmediato. Internet y la inteligencia artificial nos ponen al instante en conocimiento de los temas más variados. Por otra parte, los algoritmos refuerzan los sesgos y la polarización, y dificultan el diálogo y la negociación para la búsqueda de consensos que era también una función de los partidos. En este marco, destacar las bondades de un sistema de partidos parece quijotesco. Y, sin embargo, es absolutamente necesario. Los partidos siguen siendo instrumentos útiles para canalizar las preferencias políticas de los ciudadanos. Hay que comprender que son un aspecto importante de la institucionalidad. Facilitan alcanzar consensos, políticas de largo plazo. Sin ellos, la extrema fragmentación de la representación política, el personalismo más exacerbado, conducen tarde o temprano a la inestabilidad. Su reemplazo por otro tipo de organizaciones, como las ONG, es ilusorio. Si una ONG participa de la lucha por el poder se transforma en un partido político, aunque pretenda no serlo. Y hará política de la peor manera: intentando ocultar que lo hace. El progreso material y moral de las sociedades, para que sea duradero, se debe construir sobre los cimientos sólidos de las instituciones, como lo son los partidos políticos. Las reformas que prescinden de ellas suelen caer como un castillo de naipes.

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