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» Diario Cordoba
Fecha: 16/12/2025 20:26
Hace catorce años, Coldplay eligió Madrid para iniciar la gira mundial de su quinto álbum, Mylo Xyloto. Los británicos agotaron en una hora las entradas para este evento internacional que se iba a emitir, como algo excepcional, por streaming. Un amigo hizo cola, junto a otros centenares de personas que pacientemente esperaban su turno para pagar, físicamente, unas entradas para un concierto que simbolizaba un punto de inflexión de la banda en cuanto a estilos y géneros. Aquel día, mi buen amigo compró varias entradas a 70 euros para ver al consagrado grupo quince días después: el 26 de octubre de 2011, Coldplay llenó con 18.000 personas la Plaza de Toros de Las Ventas con las luces de colores que entonces nadie conocía, pero que hoy ya forman parte de cualquier espectáculo. Quince días. Quince días para organizar una escapada, quince días para rematar las canciones que uno no se sabía, quince días para ilusionarse con un concierto de una banda internacional que inexplicablemente se estrenaría en España. Hoy, a excepción de los conciertos locales, es una quimera. Tampoco es nostalgia, es sorpresa por el cambio de modelo. La previsión se impone y las agendas se organizan a un año vista, adquiriendo un compromiso que tal vez no se pueda cumplir, pero que arroja algo de esperanza sobre un calendario incierto. De pronto, con un concierto, uno es capaz de echar un ancla temporal. En junio del próximo año se producirán los doce conciertos previstos de Bad Bunny en España. Las entradas salieron a la venta en mayo. Fue la punta del iceberg de este fenómeno reciente que ya no entiende de estrellas consolidadas, sino que se ha establecido como un modus operandi para cualquier booker. Más de un año para ver al artista puertorriqueño, que agotó las doce fechas en cuestión de horas, pero ha pasado con Aitana, Quevedo o más recientemente, Carolina Durante, el grupo madrileño que anunció este 26 de noviembre que actuaría en el Roig Arena ese mismo día... del año que viene. Esa antelación puede justificarse en artistas internacionales cuya logística exige una planificación inmensa y que anuncian una gira en bloque por Europa. Bruce Springsteen, The Rolling Stones, U2, Beyoncé o más recientemente Taylor Swift. Incluso a los festivales de música se les disculpaba la antelación y la Navidad era el momento en que empezaban a desvelar los primeros artistas y abonos para el Primavera Sound, el FIB o el BBK, todos en verano. Ahora, la tendencia en este tipo de encuentros ya permite vender entradas a ciegas, sin confirmación de artista ni cartel confeccionado. Música a granel, como Les Arts, que en los últimos años agotaba entradas a los pocos minutos de salir a la venta. Esa planificación extrema es un acto de fe. Es imposible prever qué va a pasar, pero al menos podemos poner una boya en mitad del océano sabiendo que ese día, de ese mes, estaremos allí. Es una confianza curiosa tanto en el artista como en la estabilidad personal y hasta en el propio mundo y sus vaivenes, con cierres del espacio aéreo, guerras, pandemias y otras tantas circunstancias más que no creíamos ver hace 20 años. El vértigo temporal, económico y las colas Junto a todas estas preguntas, resulta complicado no mencionar la cuestión financiera. De los 70 euros por ver a Coldplay en Las Ventas o los 39 euros en el Palacio de los Deportes de Madrid para ver a Oasis en 2009, en estos momentos ningún artista que figure en una lista de éxitos cuesta de ver menos de 100 euros.Es el precio mínimo en Bad Bunny, que llegan a los 600 euros en algunos sectores. Y por no hablar de esos Oasis que casi regalaban los tickets en los estertores de su juventud: de aquellos 39 euros hasta los más de 1.000 que se han pagado durante el reencuentro. Entrada de Oasis en su concierto de Madrid en 2009 por 39 euros. / A.S. Una vez dispuestos a realizar el desembolso económico, llega la siguiente traba: las colas. Si antes uno pasaba la noche frente a un establecimiento para poder adquirir unas entradas, ahora esa espera se ha trasladado a las pantallas, siempre previo registro en la promotora para tener acceso a una competición casi carnicera. A veces incluso abriendo preventas para algunos privilegiados clientes de entidades bancarias. A partir de ahí, 60.000 personas delante, 20.000, 5.000... y así durante todo un día, sin garantías de poder comprarlas al final del proceso. Eso sumado a la fluctuación de precios -judicializada en Reino Unido y en Italia- donde una entrada puede costar 300 euros en un asiento y, en el contiguo, más de 500. Oferta, demanda y "precios dinámicos". Por qué la oferta ha cambiado Hay algunos motivos que ofrecen respuestas a esta nueva tendencia. La primera de ellas es que la música ya no vende como tal, no sostiene al artista. Es el espectáculo lo que da dinero. De ahí que cada vez sea más necesario crear un gran show, con una escenografía impactante, iluminación, pantallas, audiovisuales, producción y transporte. Los artistas mueven ahora maquinarias gigantescas para satisfacer a un público que ya lo ha visto todo en redes sociales. Cuanta más anticipación en la venta de entradas, más barato sale para la promotora poder organizarlos. Algunas voces apuntan también al trauma de la pandemia como respuesta a esta necesaria antelación. De la misma forma que la cita previa llegó para quedarse en cualquier servicio, ahora las promotoras aseguran ventas con meses o años de antelación para cubrir riesgos futuros. Hay además una evidencia irrefutable. El 'fomo' -acrónimo del 'fear of missing out' (miedo a perderse algo)- es el sentimiento dominante en una sociedad frenética por el estar presente en todo. Es prácticamente imposible que las 600.000 personas que van a ver a Bad Bunny en España quieran verle de forma genuina. Sin embargo, asistir a uno de sus conciertos va a ser casi un deber en este país, que se dividirá entre "los que han estado" y "los que no han estado" en el concierto de Benito. El concierto de Quevedo en el Roig Arena que agotó todas las entradas casi un año antes de que salieran a la venta. / RA Huelga decir que de esos fans, muchos no podrán asistir por razones varias y diversas. Sin embargo, en una época de contenido infinito, la experiencia presencial se ha convertido en un objeto de deseo cada vez más preciado. Podemos estar en todas partes a través del móvil, pero no olvidamos lo que es, literalmente, estar de cuerpo presente en un lugar que te han prometido que será inolvidable. Y eso se paga y se prevé con un año de antelación si hace falta. Así que de pronto, las agendas anuales quedan dominadas no solo por las bodas, bautizos y comuniones, sino que ahora se suman los conciertos como fechas marcadas en rojo. Al parecer, lejos de agobiar, da cierta tranquilidad tener algunos puntos fijos que actúan como faros, en un momento de tanta incertidumbre y un presente saturado de emociones y estímulos. Posiblemente, lo que se compre no sea una entrada, sino la versión que queremos ser de nosotros mismos en un año.
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