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  • Debatan ustedes

    » Diario Cordoba

    Fecha: 16/12/2025 00:47

    A un lado, una mujer guapísima, morenísima, talentosísima; al otro, un señor con mofletes arrebolados, traje de chaqueta y peinado de primera comunión: contrastes difíciles de defender. Ambos se suben a un escenario improvisado en una calle comercial, pronuncian algunas frases dulzonas y, hecho esto, pulsan el interruptor que enciende las luces de Navidad. La gente aplaude, observa el espectáculo, y se multiplican las bocas entreabiertas entre la multitud. Esta escena pudo darse en Córdoba o en cualquier otra ciudad. Los alumbrados ostentosos son una moda asentada, como las clínicas de estética. Se suceden los brillos excesivos, se suceden los derroches. No estoy en contra de la Navidad, pero tampoco la espero. Sorprendentemente, vivo sin ver debates por todas partes. Abrazo siempre con el mismo entusiasmo, ya sea en invierno o en verano, los brindis sinceros y no tener que trabajar. La primera reunión familiar del mes fue la del puente de la Inmaculada. Nunca había estado en San Lorenzo de El Escorial. El plan fue sencillo y hermoso, como un botijo. Paseamos por los alrededores del monasterio, cuya perfección geométrica reconforta; todo se equilibra ante una sucesión de planos simétricos tan exactos, carentes de florituras decorativas. Además, a su arquitectura portentosa se suma la presencia del monte Abantos, que convierte el conjunto en una herramienta muy útil para recordar la propia pequeñez. Después bebimos en el Cafetín Croché, de estilo años veinte, cuya iluminación anaranjada amortiguó las bajas temperaturas, y en el bar Los Mariscos, al abrigo de los soportales de la calle Reina Victoria. El ambiente era casi de verbena, catapultaba el ánimo. En mitad de aquel jolgorio, era un turista más, pero no me acogieron como tal. Rematamos la jornada en la Casona del Pastor, donde me comí unos huevos camperos con picadillo y unos judiones. Atardecía cuando nos subimos al coche. A algunos días no se les puede pedir más. El cansancio hace justicia. Con la llegada de diciembre, me convierto en un ser errante. Este año dormiré hasta en cinco habitaciones distintas. Deambularé por el país; llenaré y vaciaré mi mochila; alternaré bullicio y soledad sin transición. Al terminar el puente, tuve que regresar al frío laboral. Para regodearme en la melancolía, escuché country durante el viaje de vuelta, me entretuve interpretando el papel de cowboy nostálgico, crepuscular. Pero era puro teatro. Ya pensaba en el siguiente encuentro. El año que viene quizá sea el primero en ir al alumbrado. No valgo para los debates. n

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