Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • La Segunda Revolución de las Pampas

    » Clarin

    Fecha: 15/12/2025 01:10

    Tengo el privilegio de abrir este suplemento especial, que es parte de la celebración de los 80 años de Clarín. Lo digo con orgullo, porque desde las páginas de Clarín Rural fuimos testigos (y partícipes necesarios…) de un fenómeno extraordinario: la transformación más profunda, compleja y silenciosa que haya vivido el agro argentino desde los tiempos del molino, el alambrado y el ferrocarril. Aquello que bautizamos como la Segunda Revolución de las Pampas. La primera, fue la de la conquista territorial, cuando supimos organizarnos como Nación, a mediados del siglo XIX. Atrás del negocio de la carne vacuna, domamos las pampas. La segunda, es la de la transformación tecnológica y organizacional. No fue un eslogan: fue una constatación empírica. En 1990, la producción agrícola apenas rosaba las 40 millones de toneladas. En 2010 había tocado las 150. Se multiplicó por cuatro en volumen, pero mucho más en valor, porque había irrumpido la soja, que vale el doble que los cereales. Campaña tras campaña, la agricultura argentina estaba reinventándose desde adentro, sin esperar grandes planes oficiales, sin discursos épicos y sin financiamiento accesible. Fue una revolución impulsada por productores, contratistas, técnicos, ingenieros, investigadores, empresas proveedoras de insumos y pymes metalmecánicas que lograron, casi en soledad, reposicionar al país en el mapa mundial de la producción agropecuaria. Al despuntar el siglo XX, el panorama mundial cambió drásticamente. La irrupción de China en el mercado internacional, con una demanda insaciable de proteínas vegetales destinadas a sostener su transición dietética, le dio un impulso definitivo a la soja. El punto de partida de esta epopeya no pudo haber sido más adverso. A fines de los ’80, la agricultura argentina estaba exhausta: suelos erosionados, rotaciones pobres, bajo uso de fertilizantes, maquinaria envejecida y la sombra permanente de la volatilidad macroeconómica. El arado de reja y vertedera había dejado al descubierto millones de hectáreas; los vientos de la pampa se llevaban partículas finas que tardarían décadas en recuperarse. El monocultivo de trigo–soja de segunda había empobrecido la estructura del suelo y multiplicado problemas sanitarios. Los productores estaban atrapados en un círculo vicioso: para sobrevivir había que producir más; pero para producir más había que invertir, y el acceso al crédito era una quimera. Encima, el contexto no ayudaba. El proteccionismo agrícola de los países desarrollados, complicaba cada vez más el acceso a los mercados. Los subsidios completaban una ecuación mortal: estimulaban vía precios la producción local, fundamentalmente en la Unión Europea. Se generaban excedentes que luego se volcaban al mercado internacional, desatando una guerra comercial deletérea para nuestra agricultura. Estados Unidos sancionó una ley de “ayuda alimentaria” (la PL480) con la que financiaban las exportaciones de granos. En el plano local, los bajos precios agrícolas complicaban la balanza comercial. Era lo único que exportábamos, prácticamente. En el imaginario colectivo reinaba la teoría del “deterioro de los términos de intercambio”. Sostenía que mientras los productos agrícolas bajaban de precio, los productos industrias eran cada vez más caros. En consecuencia, “convenía” desarrollar cualquier industria antes que el agro. Y para ello, la cuestión fue utilizar las escasas divisas y recursos que generaba el agro, en beneficio de otros sectores de la economía y la Sociedad. A través de tipos de cambio múltiples, derechos de exportación y proteccionismo industrial, entramos en una espiral negativa que llevó al país al borde del colapso Los contratistas representan el 70% de las labores agrícolas. A mediados de los 90, hubo un quiebre en la tendencia. La Ronda Uruguay del GATT culminó en 1994 con un acuerdo precario, que dio origen a la Organización Internacional del Comercio. Algo estaba cambiando, al menos. En la Argentina, en 1991 llegó la convertibilidad, que significó un solo dólar para toda la economía, y se terminó con las retenciones. Esto modificó totalmente la ecuación agrícola, abaratando la tecnología. No resultó fácil la adaptacíón. Pero todo empezó a crecer a los saltos. Al despuntar el siglo XX, el panorama mundial cambió drásticamente. La irrupción de la República Popular China en el mercado internacional, con una demanda insaciable de proteínas vegetales destinadas a sostener su transición dietética, le dio un impulso definitivo a la soja. En la permanente huida hacia adelante, el ingenio pampúmedo ensayó con la siembra directa. El tema era terminar con la erosión de los suelos, y darle sustentabilidad a la rotación agrícola. No se podia seguir con los arados y las rastras de discos, quemando gasoil para preparar la cama de siembra y luego controlar las malezas con escardillos, rejas aporcadoras o rastras rotativas. La potente industria metal mecánica del interior, especializada en toda clase de implementos para el laboreo de los suelos, se adaptó rápidamente. Extraordinaria reconversión para la fabricación de sembradoras de directa. Un Desarrollo criollo que en seguida se convirtió en liderazgo mundial. Y llegó la biotecnología para potenciar esta dinámica. La aprobación de la soja RR en 1996 marcó un antes y un después. No fue solo un avance agronómico: fue un cambio cultural. Por primera vez, el productor argentino tuvo acceso a una herramienta que le permitía simplificar el manejo de malezas, estabilizar costos y expandir el cultivo hacia nuevas áreas. La combinación de siembra directa, barbecho químico eficiente con el mítico glifosato, y genética resistente a este herbicida, generó un escenario explosivo: mayor superficie, mejores rindes, mejores márgenes y una industria aceitera que se catapultó al liderazgo mundial. Vicia villosa se usa como cultivo de cobertura Se liberaron así 10 millones de hectáreas, que hasta entonces estaban insertas en un modelo de rotación con ganadería, para una agricultura más intensiva. Lo notable es que este desplazamiento no implicó una caída del stock ganadero. Se mantuvo estable a pesar de la caída del área con pasturas. La compensación fue por varias vías: la habilitación de nuevas tierras ganaderas, fundamentalmente en el NEA y el NOA, y el surgimiento del engorde a corral. La invernada tradicional daba paso a la terminación en feedlot Reducir la Segunda Revolución de las Pampas a la soja sería injusto. El maíz vivió, desde mediados de los 2000, un renacimiento formidable. La mejora genética, la agricultura por ambientes y la siembra tardía permitieron llevar el cultivo a zonas donde antes era impensable. La estabilidad de rindes aumentó drásticamente. El maíz dejó de ser un cultivo defensivo para convertirse en una plataforma energética: base de feedlots, lecherías, integraciones porcinas, avícolas y bioenergía. La Argentina descubrió que la verdadera sustentabilidad agronómica no se logra con soja continua, sino con sistemas mixtos diversificados. Sin embargo, ningún avance técnico podría haber prosperado sin otro elemento clave: el contratista rural. La red de contratistas argentinos —única en el mundo por su escala, velocidad y profesionalismo— permitió que tecnologías de punta llegaran a miles de productores sin necesidad de adquirir maquinaria propia. Los contratistas fueron, y siguen siendo, la punta de lanza de la innovación: adoptaron pilotos automáticos, monitores de rinde, pulverización selectiva, sembradoras de precisión y cosechadoras de última generación mucho antes que en países desarrollados. Su rol fue decisivo para democratizar la tecnología. Al mismo tiempo, emergió una ola de creatividad empresarial sin precedentes. Pools de siembra, fideicomisos, redes asociativas, alianzas verticales, integraciones mixtas, esquemas de riesgo compartido. El productor dejó de ser el administrador de una sola explotación para convertirse en gestor de un portafolio de ambientes y regiones, combinando agronomía, finanzas y logística. La agricultura argentina se volvió una empresa basada en conocimiento. Pese al desplazamiento de la ganadería a zonas extrapampeanas, no implicó una caída del stock ganadero. Otro capítulo fundamental fue la nutrición de cultivos. Durante décadas, el agro argentino arrastró un déficit estructural de fertilización, especialmente fosfatada y azufrada. Con la expansión de la siembra directa y el crecimiento de los rindes, llegó la necesidad de reponer nutrientes. La adopción de análisis de suelo, curvas de respuesta, dosis variables y balance de nutrientes a nivel establecimiento se volvió rutina. La visión dejó de ser “¿cuánto puedo ahorrar?” para convertirse en “¿cuánto debo reponer para sostener productividad y mejorar el suelo?”. Fue una revolución silenciosa, pero decisiva. Pero la naturaleza siempre se rebela. El surgimiento de malezas resistentes planteó otro desafío mayúsculo. Con el abuso de un solo modo de acción, aparecieron especies como el yuyo colorado resistente, el sorgo de Alepo y las gramíneas difíciles. La respuesta vino desde la ciencia y desde la experiencia: rotación de herbicidas, control preemergente, siembra en fechas estratégicas, cultivos de servicio y manejo integrado de malezas. Este problema, lejos de frenar la revolución, la sofisticó. Los cultivos de servicio completaron el círculo virtuoso. Vicia, centeno, avena y rabanito se convirtieron en aliados fundamentales para mejorar estructura, aumentar materia orgánica, capturar carbono, competir contra malezas y reducir pérdidas de nitrógeno. Lo que comenzó como táctica agronómica terminó como política ambiental: hoy el campo argentino tiene una de las menores emisiones por tonelada producida a nivel global. Todo esto se integró en un ecosistema científico–productivo de enorme calidad. Las universidades, el INTA, las entidades tecnológicas como los grupos CREA, AAPRESID, empresas biotecnológicas, fabricantes de maquinaria y contratistas conformaron una red que permitió experimentar, adaptar y adoptar tecnología a una velocidad impresionante. Un círculo virtuoso entre ciencia, campo y empresa. Hoy estamos entrando, sin dudas, en una tercera revolución: la digitalización absoluta del proceso productivo. Sensores, plataformas de datos, inteligencia artificial, robótica, edición génica CRISPR, bioinsumos, trazabilidad total y cálculo de huella de carbono. Llega ahora a la nueva arquitectura del paisaje, con líderes como Lucas Andreoni, que este año recibió una distinción de Clarín Rural. La agricultura argentina no solo se adaptó: lidera en muchos aspectos. Y lo hace desde la lógica productiva: lo que funciona, queda; lo que no funciona, se descarta. Así se construyen las revoluciones verdaderas. La Segunda Revolución de las Pampas es, ante todo, un testimonio del espíritu del productor argentino: resiliente, creativo, incansable. En un país que suele oscilar entre la improvisación y el cortoplacismo, el agro construyó, con trabajo silencioso, una plataforma productiva moderna, sustentable y altamente competitiva. El mundo lo reconoce. La Argentina aún no termina de comprenderlo, y parece esperar más de la Vaca Muerta que la Vaca Viva. La planta de biodiesel de Cargill en el puerto de Rosario. Que el gas, que el petróleo, que la minería. El cobre, el oro, se suma el litio. Necesitamos aprovechar todos los recursos, empezando por la inteligencia y los talentos que supimos conseguir. Pero la realidad es que pasamos de 40 a 150 millones de toneladas. Pasamos a ser los primeros exportadores mundiales de harina y aceite de soja, los dos derivados agroindustriales de mayor demanda en el siglo XXI. Aún sin haber explotado todo el potencial, porque las malas políticas pusieron un pie en la puerta giratoria de la historia. En el 2002 volvieron los derechos de exportación y el experimento derivó en el estancamiento de la soja, el producto más castigado. Pero así y todo, el complejo agroindustrial lidera largamente las exportaciones argentinas, con embarques por más de 30 mil millones de dólares por año. No fue magia.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por