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» Clarin
Fecha: 15/12/2025 01:05
Con Baco Polaco, de Mauricio Kartun, asistimos a una auténtica experiencia teatral. El ritual del teatro comienza en la vereda, en la puerta de la sala Sarmiento. El abrazo con los conocidos, las miradas con desconocidos. Autos que pasan. Celulares que suenan o sacan fotos. El afiche de la obra, una gigantografía del elenco por el ojo de Carlos Furman. Algunos esperan a un costado de la boletería el milagro de una butaca liberada a último momento, las localidades están agotadas. Entramos en fila guiadas por Jimena, expeditiva y cariñosa, que nos indica los asientos. Los trabajadores del Complejo Teatral de Buenos Aires (CTBA) nunca se olvidan de los que trabajamos en alguna de sus salas. Una nube blanca flota en el fondo negro del escenario. Cambia de forma en cámara lenta. Mientras apagamos los celulares y nos sentamos, comentamos algún texto urbano. Nuestro pensamiento todavía nada en la superficie de lo terrenal. La nube flota en cámara lenta sobre el fondo negro para quien quiera verla, como un presagio. La curiosidad de niñas se enciende. Las luces se apagan. Empieza la función. El director, dramaturgo y maestro Mauricio Kartun. Foto: Antonio Becerra Los actores atraviesan la nube. Irrumpen en el escenario. No se asoman ni aparecen dimerizados. Kartun no bandejea en bocadillos ni te engaña el estómago con snacks. Generoso en todo, pone toda la carne al asador. Costillar y lomo desde el primer bocado. Son cuerpos que vienen de lejos. Son antorchas encendidas, iluminan latentes, impredecibles, a un viento de apagarse o incendiarlo todo. Corazón y riesgo. Minutos antes de dar sala ingresa Kartun con gorrita y camisa de grafa. La misma ropa de trabajo que lleva desde hace años cuando fundó la carrera de dramaturgia y enseñaba en la EMAD. La Escuela Metropolitana de Arte Dramático, ese templo donde aprendimos a escribir. Los actores son también egresados de la EMAD. Fue la condición para ser convocados a Baco Polaco. Tienen en el cuerpo ese patio y esas horas de estudio, el valor de elegir y seguir una vocación. Los latidos del examen de ingreso, del escrito y el coloquio. La emoción de ver su nombre en la lista de los aprobados. De juntarse a ensayar escenas. De las devoluciones y los nervios. Del esfuerzo y la incertidumbre, del juego y el equipo. En el escenario no son actores, son Dionisio, Reina Esther, Sarita, Silenio, Agave y Panteo. No imaginamos que alguien pueda haberlos soñado mejor. Comienza el viaje. El silencio en el que uno no se anima ni a pelar un caramelo. Ni a toser. El respeto de misa, de los velorios, de los casamientos. Los rituales sagrados. El silencio manda, nuestro imaginario se despereza, el teatro ocurre en la cabeza del espectador, ya nos lo enseñaba el maestro en sus clases. Algo que usamos cada vez menos en este tiempo donde todo se ofrece inmediato, breve, en pantalla, filtrado, edulcorado. La cabeza del espectador, ese lugar donde el teatro nos sacude para mostrarnos que aún tenemos espacio para imaginar. Y qué lindo es. Nos dejamos arrastrar por el cuento, ese luchador de sumo que te agarra del cuello para decirte poesía al oído. Ahí donde flotaba en un comienzo la nube ahora vemos la fiesta, la tragedia, el amor, el humor, el desamparo, la belleza, la injusticia, los hijos del poder, el paso del tiempo, el peso del tiempo, la vida y el teatro. Que son casi lo mismo. "Baco Polaco", de Mauricio Kartun. Foto: Carlos Furman/TSM La economía de recursos, todo lo que enseña Kartun está ahora frente a nuestros ojos. Contar lo máximo con la menor cantidad de elementos posibles. Lo aludido. La progresión, la digresión. El mito. La obra se despliega como un vestido de alta costura al que no se le notan los hilos. Esconde el ensayo. La prueba detallada de elegir un gesto u otro, un movimiento u otro. Probar, no saber, equivocarse, descubrir. Las cosas sin tiempo no son tan perfectas, pensamos. El trabajo vale. El saber es algo. Estamos viendo la punta del iceberg. El maestro y los alumnos en el mismo barco. La tragedia avanza como una bola de nieve. Una sucesión de hechos que no pueden frenar. En medio de la avalancha, un monólogo hace que se detenga el tiempo. Nos obliga a mirar lo que no queremos ver, a sentir lo que no queremos sentir. A saber lo que ya sabemos y no queremos nombrar. Somos ese cuerpo vulnerado. Nos sucede, nos sucede a toda la sala, es un dolor compartido por 250 personas. Los que tenemos la suerte de poder llorar, lloramos. “Miren la tragedia, y después sigan haciendo sus cosas, sigan dormidos” nos sugiere con palabras similares y seguro más poéticas, uno de los personajes, párrafos más tarde. No podemos, queremos seguir despiertos, queremos seguir sintiendo hasta el final. Nos conmovemos. Me conmuevo. Me muevo con, diría Kartun. Nos entretenmos. Me entretengo. Tengo entre, diría el maestro. El texto es una joya. Dan ganas de que sea cajita de música para darle cuerda y volverlo a escuchar. Actrices, directoras y dramaturgas: Paula y María Marull. Foto: Fernando de la Orden Lo que puede un cuerpo, pensamos. Lo que puede un texto, un poeta, un director, un iluminador, un vestuarista, un escenógrafo, la música, un asistente, once meses de infinitas horas de ensayo que nos entregan condensadas en 105 minutos y se quedan en nuestro cuerpo para siempre, como una vacuna, un antídoto contra la chatura, para expandirse en imágenes y reflexiones. La obra es una clase de teatro. Los que tuvimos la fortuna de sentarnos alguna vez en las clases de dramaturgia de Kartun casi podemos volver a verlo en el pizarrón desde la silla de la EMAD con los ojos brillantes de entusiasmo y las manos abiertas de generosidad. Aplaudimos de pie. Se agradece la entrega y el viaje. Amar y odiar, reír y llorar. Las dos máscaras del teatro. Esperamos a los actores en la vereda. Son humanos. Salen con cara de niños, en bicicleta. No saben lo que hicieron. Reciben los halagos con pudor. Insistimos, necesitamos hablarles, contarles lo que nos pasó desde la silla, lo que nos hizo Panteo, lo que le hicieron a Reina Esther, como si ellos fueran otros. Volvemos caminando a nuestras casas. Nosotras tampoco somos los mismas. El teatro ha cumplido su función. *María y Paula Marull son actrices, directoras de teatro y dramaturgas. Sus obras en cartel son La Pilarcita, Ya no duermo la siesta y Lo que el río hace.
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