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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 14/12/2025 04:59
"Yo sé, con absoluta certeza, que nuestro Führer no murió en Berlín y que el hitlerismo no fue derrotado", decía Miguel Serrano Miguel Joaquín Diego del Carmen Serrano Fernández (1917–2009) fue un distinguido embajador de Chile en varios países de Europa, cultor del hitlerismo esotérico y un antisemita de manual. Fue, además, el principal divulgador latinoamericano de la tesis sobre los ovnis nazis. Para él, los avistamientos de fenómenos no identificados no eran un misterio extraterrestre, sino la continuación de la Segunda Guerra Mundial por otros medios: -Yo sé, con absoluta certeza, que nuestro Führer no murió en Berlín y que el hitlerismo no fue derrotado, pues sólo allí se perdió una batalla, pero no la Guerra, la Gran Guerra Sacra y Eterna, que se continúa aún por otros medios y hasta en otros sitios. En su libro Los ovnis de Hitler contra el Nuevo Orden Mundial (1993), Serrano afirma que los ovnis son en realidad creaciones tecnológicas del Tercer Reich basadas en la levitación electrogravitacional y en la propulsión por “terriones”, una forma de energía cósmico-terrestre que los científicos nazis emplearon para la propulsión, logrando una autarquía energética. -Aquí, en este caso, la energía se produce a partir de nada consumible. Se producen, eso sí, transformaciones de las fuerzas del interior de la Tierra, en electricidad utilizable. El origen de la conspiración de los ovnis nazis proviene de una publicación de Michael Barton La evidencia de esta tecnología es, para Serrano, irrefutable: desde los reportes de los pilotos estadounidenses en 1944 hasta documentos alemanes de posguerra sobre naves en forma de disco capaces de volar a más de 2.000 kilómetros por hora. Son, para él, los platillos volantes de las series Haunebu: “la flota de la resurrección”. Serrano denuncia en su libro que la verdad es ocultada por una conspiración dirigida a imponer el Nuevo Orden y que los ovnis nazis son la última defensa del mundo. Afirma que este es el ejército que Hitler predijo y que opera desde bases secretas subterráneas en la Antártida con el fin de revertir los planes sionistas de dominio mundial. Aquí nace otra conspiración: el terrahuequismo, o la idea de que la Tierra es hueca, pero no nos detendremos en esto. El exembajador chileno no era muy original, ni por su antisemitismo clásico ni por la conspiración de los ovnis nazis. Su delirio se inspiró en el libro La historia del platillo volador nazi: mi contacto con tecnología avanzada del Tercer Reich, donde el autor estadounidense Michael X. Barton identifica, por primera vez, a estas naves, solo que él no habla del sionismo ni del judaísmo internacional. El libro de Barton se publicó treinta años antes que el panfleto del ex embajador chileno, en 1959, y es el origen de la conspiración de los ovnis nazis. Miguel Serrano y un recorte del diario chileno La Época de 1994. El filósofo pro nazi falleció en 2009 Hay dos temas interesantes en la historia de Barton. Primero, aporta pruebas proporcionadas por un amigo que trabaja en la industria aeroespacial de los Estados Unidos sobre la existencia de los ovnis nazis, con planos, diseños y prototipos hasta entonces desconocidos. Es el primero en dar a conocer los croquis de estas supuestas naves. El segundo dato interesante afirma que, como cuenta la leyenda, después de la publicación del libro, Barton y su amigo “desaparecieron para siempre”. La editorial y las fuentes posteriores sugieren que esta desaparición es el resultado directo de haberse acercado demasiado a un secreto clasificado. Más allá de Barton, el nazi chileno Serrano estuvo rotundamente equivocado en varios aspectos. Sin contar la conspiración de los ovnis nazis, que quizá pueda tener un anclaje de verosimilitud en los proyectos desarrollados para la Luftwaffe en 1940 por los hermanos Reimar y Walter Horten, como el Horten Ho 229, el primer ala volante propulsado a chorro del mundo -quienes después de la guerra intentaron replicar sus proyectos en la Fuerza Aérea Argentina-, la realidad es que, el exembajador chileno, como cientos de miles de personas alrededor del mundo, también estaba errado en la conspiración principal, la más potente de todas, la que llega hasta nuestros días y lleva escritos miles de libros y documentales: la no muerte de Adolf Hitler, su escape en submarino y su apacible vida en la Patagonia. Adolf Hitler y Eva Braun se conocieron en 1929 en un estudio de fotografía. Ella era asistenta del fotógrafo, tenía 17 años y él 40 (Grosby) Berlín, madrugada del domingo 29 de abril de 1945. Adolf Hitler se acaba de casar con su compañera Eva Anna Paula Braun en una ceremonia civil con pocos testigos, pero en lugar de pasar la noche de bodas con su flamante esposa se encuentra ahora dictándole a su secretaria personal, Traudl Junge, su última voluntad y su testamento político. -He decidido antes de abandonar esta órbita terrestre convertir en mi esposa a la mujer que, después de años de fiel amistad, llegó por propia voluntad a la casi cercada ciudad para compartir su destino con el mío. La muerte nos compensará lo que mi trabajo al servicio de mi pueblo nos robó. Para evitar la vergüenza de la destitución o de la capitulación, mi esposa y yo elegimos la muerte. La escena ocurre en el Führerbunker, el refugio antiaéreo ubicado 8,5 metros bajo tierra en los jardines de la Cancillería del Reich, la última barrera de protección frente a las bombas soviéticas que desde hace algunos días reducen a escombros la capital alemana. El Ejército Rojo está a punto de tomar Berlín y el Führer pronuncia sus últimas palabras. Cede cualquier objeto de valor al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, lega su colección de arte a una galería de Linz y algunos objetos de valor a quienes le han prestado servicios personales, como a su ama de llaves Anni Winter, y nombra a su secretario personal, Martin Bormann, como albacea. El 30 de abril de 194, y menos de 40 horas después de casarse, el Führer y su esposa murieron en el búnker de la Cancillería (Grosby) Traudl Junge anota con serenidad. Al responsable del máximo genocidio de la historia todavía le falta la segunda parte de su relato, su testamento político, en el que asume toda la responsabilidad por la guerra iniciada en 1939, destituye a los jerarcas Heinrich Himmler y Hermann Göring por negociar la paz con los aliados a sus espaldas, y nombra como sucesor y presidente del Reich al almirante de la Kriegsmarine, Karl Dönitz. Son las cuatro de la mañana del 29 de abril de 1945 y firman al pie del documento el secretario Bormann y el exministro de Propaganda, y recientemente nombrado Canciller en ese mismo testamento, Joseph Goebbels. La caída del régimen nazi es un hecho. Eva Braun permanece en su dormitorio mientras el sabor de la champaña francesa con la que brindó durante la ceremonia todavía permanece en su boca. Piensa en su sobrina, que nacerá en pocos días y será bautizada Eva en su honor. Le preocupa, además, el futuro de sus dos amados perros terrier, Negus y Stasi. Los acontecimientos se suceden vertiginosamente. No ha tenido tiempo de lamentarse por el fusilamiento del marido de su hermana Gretl Braun, que está a punto de parir; su cuñado Hermann Fegelein, el general de división (Gruppenführer) de las Waffen-ss acaba de ser ejecutado: ebrio, sucio y desprolijo, totalmente fuera de sí, por orden del mismo Hitler, acusado de traidor. Eva Braun mordió la cápsula de cianuro y falleció en el acto. Su esposo, Adolf Hitler, hizo lo mismo y además se disparó para asegurar su muerte (Grosby) Eva tiene 33 años y un cuerpo esbelto tallado por una actividad deportiva que nunca abandonó. Hitler tiene 56 años recién cumplidos, es vegetariano y no toma alcohol, pero abusa de los fármacos. Su última noche no duermen juntos; no es necesario, saben que en unas horas los espera un destino común e infinito. La ceremonia de matrimonio había durado solo diez minutos y los novios, cuya relación de una década se había mantenido en secreto, ofrecieron una recepción con espumantes y bombones. Eva se había puesto un vestido oscuro de seda y Hitler tenía la misma ropa arrugada del día anterior; parecían desorientados, cuenta la historiadora Heike Görtemaker en el libro Eva Braun, una vida con Hitler. Hitler organizó todo para que su último plan saliera a la perfección. Le preocupaba una noticia de último momento: el duce Benito Mussolini, fundador del fascismo italiano e inspirador del incipiente totalitarismo nazi, había sido detenido y fusilado en Milán, y su cuerpo exhibido, colgado de los pies, para ser ultrajado por la muchedumbre. El Führer buscaba eludir aquella humillación. Por la tarde de ese domingo 29 de abril pidió que le administrasen una ampolla de cianuro a su pastora Blondi, recientemente madre de cinco cachorros, para comprobar la efectividad del veneno, orden que fue cumplida por la mañana del lunes. Los cuerpos de Eva Braun y Adolf Hitler fueron retirados del führerbunker y ubicados en una fosa de mediana profundidad en los jardines de la Cancillería del Reich, rociados con combustible e incinerados (AP) Aquel lunes 30 de abril, Hitler almorzó pasta con salsa de tomate, junto a sus secretarias, pero Eva no estuvo presente. Esperaba a su amado en una habitación común. Quedaba poco tiempo y su flamante esposa necesitaba ordenar sus últimos recuerdos, que se sucedían uno detrás del otro sin un orden aparente: sus días de juventud cuando solo tenía 17 años y había conocido a un tal “Wolf”, aquel hombrecillo pintoresco 23 años mayor que ella, que portaba unos bigotitos “simpáticos”, habían quedado muy lejos. Las giras por el país acompañando discretamente al hombre más poderoso del mundo, también. Cuando su amado ingresó en la habitación luego de comer la pasta con salsa de tomate, y cerró la puerta, ambos se sentaron en un sofá. Cerca de las 15.30 se oyó un disparo seco. Luego de golpear la puerta y no recibir respuestas, los asistentes ingresaron. Hitler estaba doblado sobre sí mismo y tenía un agujero del tamaño de una moneda en la sien derecha. Eva yacía a su lado, descalza, con su rostro apoyado sobre el hombro de su amado, como dormida. Habían ingerido el veneno mortal suministrado por su médico, el teniente coronel Ludwig Stumpfegger, el mismo ácido prúsico que había liquidado a la pastora Blondi pocas horas antes. El texto es un capítulo del reciente libro del periodista Facundo Di Genova. Se llama "Salvaje Sudeste" Apenas puso el cianuro en su boca, Hitler se disparó con su pistola Walther PPK calibre 7.65, como para no tener ninguna oportunidad de sobrevida. Ella también tenía un revólver en su mano, pero no le hizo falta accionarlo. El veneno la mató en el acto. Sus dos terriers Negus y Stasi, así como los cachorros de Blondi también los acompañarán en este viaje fuera de “la órbita terrestre”: serían ejecutados a tiros por el entrenador de perros, ese mismo día. Los cuerpos de Eva Braun y Adolf Hitler fueron retirados del führerbunker y ubicados en una fosa de mediana profundidad en los jardines de la Cancillería del Reich, rociados con combustible e incinerados. Un pedazo de tela de ese sofá, manchado con la sangre del dictador, demostró científicamente, 80 años después, que el autor de la mayor matanza de la historia se había dado, sencillamente, para evitar la vergüenza de la destitución o de la capitulación, un pistoletazo mortal. *El texto es un extracto del libro Salvaje Sudeste, de Facundo Di Genova.
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