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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 14/12/2025 04:58
Hacía más de 30 años que no sabía nada de su novia de la adolescencia, hasta que soñó con ella repetidas veces Octubre 8 de 2020, tres de la mañana. Gustavo Novak (53 años, ingeniero electrónico) se despierta sobresaltado en su cama matrimonial. En el sueño, la nítida cara de una mujer le pide que la busque. “Buscame”, le dice varias veces. “No entendía nada. Era la cara de Laura Farro, mi novia de la adolescencia. Su cara se veía claramente. Hacía muchísimos años, más de treinta, que no sabía nada de ella. El sueño no tenía ningún sentido ni explicación en ese momento. Me quedé nuevamente dormido. A las 7:30 sonó la alarma para comenzar mi día de trabajo. Como estábamos todavía en cuarentena, en mi empresa se hacía home office. Me levanté, me bañé, desayuné y empecé a trabajar olvidando el tema del sueño. Pasó todo el día y me fui a dormir. Esa noche a las tres de la madrugada, me volvió a ocurrir. De nuevo me desperté sobresaltado con su cara que se acercaba y alejaba y su mensaje: ¡Buscame!” Esta vez se asustó. No parecía una coincidencia onírica. Sintió que había algo más. Tenía que buscarla. Cuando empezó a soñar con Laura, Gustavo llevaba 28 años de casado A la búsqueda del pasado Gustavo se convenció de que Laura lo estaba llamando por algún motivo. Tendría que intentar, al menos, averiguar qué había sido de ella. “Quería encontrarle sentido a su espontánea aparición en mi mente. Me motivaba averiguar qué había detrás de mis sueños. Tenía muy lindos recuerdos de ella, pero no mucho más. Había pasado demasiado tiempo”. Gustavo, ahora, estaba casado desde hacía 28 años y tenía dos hijas. Esa segunda mañana se levantó con la energía de un adolescente. No podía contarle a nadie lo que había soñado. Era como un absurdo. Pero estaba decidido a averiguar qué había sido de su novia de la secundaria. Inició su búsqueda por Google, por redes y encontró en Linkedin un trabajo de ella. Llamó. No tuvo suerte porque era de un empleo antiguo y el ex jefe de Laura tuvo cero onda y no prosperó el pedido. Después de los sueños reiterados salió en su búsqueda “Seguí buscando en Facebook e Instagram. La verdad es que ese día de trabajo lo perdí, porque no le dediqué tiempo a otra cosa que a buscarla. Me obsesioné con conseguir algún contacto, sin saber para qué ni por qué. En redes vi a sus hijos, su perro, unos gatos, frases sueltas, mucho de Lennon, Spinetta, su abuela Ana... La primera sorpresa que me llevé es que la cara que me apareció tan nítida en mis dos sueños era exactamente la misma de su perfil. ¿Cómo podía ser si nunca más la había visto? Me sorprendió algo más. La música que subía es la misma que me gusta a mí: Seru Giran, Queen y Phil Collins…”, relata, “En Facebook había un mapa de una ubicación, fue de una vez que quiso vender un auto. En Google Maps descubrí que el sitio que había subido era exactamente a diez cuadras de mi casa en Martínez. Me emocioné. ¡Mirá si viviera tan cerca! Con cualquier excusa me fui a dar unas vueltas de manzana con el auto esperando verla por ahí. Nada. El fin de semana siguiente seguí buscando en las redes más información sobre ella. También encontré en casa las pocas fotos que tengo de cuando fuimos novios en la adolescencia. ¿Cómo estaría ahora?”. Gustavo se obsesionó con la idea de encontrarla, y rastrilló redes sociales hasta dar con ella Habían pasado solamente cinco días y ya tenía un montón de información sobre Laura, pero seguía sin hallar un teléfono para contactarla. Al final decidió que le escribiría un mensaje por las redes. Contacto virtual El martes 13 de octubre del 2020 le escribió. “Era el mediodía cuando abrí Facebook, puse su nombre y escribí: Hola, te escribe Gustavo, me pasó algo muy loco con vos, tengo que contarte. Me respondió al instante, estaba en línea. Intercambiamos algunas frases y le pasé mi número de celular. No pasó ni un minuto hasta que me contestó. Seguimos por WhatsApp, era más fácil. En el chat del celular sus primeras palabras fueron: ¡Hola, acá estoy! Otra vez dejé de trabajar y me dediqué el día entero a conversar con ella. Comenzó un larguísimo diálogo donde nos contamos nuestras vidas. Que vivimos a 25 cuadras, que su casa está a cincuenta metros de una de las oficinas de mi trabajo donde ella siempre paseaba el perro. Era increíble que nunca nos hubiéramos cruzado”. Gustavo tendría que borrar de su celular y de la computadora sus huellas incriminadoras. Hacer desaparecer los diálogos y llamadas. Ahora había ingresado en el terreno de la clandestinidad amorosa. “Seguimos hablando sin parar y nos contamos de nuestros hijos, de los trabajos, que había tenido Covid, que había estado vivido en Europa, de nuestras parejas. Ella llevaba separada quince años, tenía dos hijos, dos gatos. Yo estaba casado con dos hijas y ninguna mascota. Cuando le comenté lo que me había sucedido en el sueño, no sugirió nada. Ese día estuvimos chateando hasta las once de la noche”. En los últimos tiempos del noviazgo cuando Gustavo hizo el servicio militar Entre las cosas que se contaron estaba la vida. Gustavo se había casado seis años después de la ruptura con Laura, en 1993, y ya llevaba 28 años de matrimonio y tenía dos hijas -que hoy tienen 31 y 26 años-. Laura se había casado un año después que él. Con su marido se habían ido a Rumania a probar suerte. Fue allá que terminó separándose en el 2006. Se volvió a la Argentina con sus dos hijos (una hija que hoy tiene 29 años y ya le dio una nieta de 3 y un hijo varón de 26) que empezaron a viajar, cada tanto, a ver a su padre a Europa. A esta altura de la conversación entre ellos, Gustavo había puesto primera y no pensaba retroceder ante ningún obstáculo: “Sin dudarlo le propuse vernos al día siguiente, pero ella no podía. ¿Un día después? Aceptó contenta. Sería a las dos de la tarde en su casa. ¡Qué nervios que tenía! La noche anterior no pude dormir ni media hora. Pensé en nuestro noviazgo de chicos, en su situación, en mi situación. En la excusa que usaría para escaparme para verla. Y en los miedos. ¡Tampoco iba a tirar toda mi vida al diablo por un sueño y un encuentro casual!”, reconoce. Entre las inquietudes de Gustavo estaba pensar si cuando se volvieran a ver se gustarían o no. ¿Cómo se verían? ¿Qué sentirían? “Habían pasado 34 años. Dejamos de ser novios a mis 19 cuando yo hacía la colimba y ella terminaba, con 18 años, el secundario. No podía tener certeza de nada. Era muchísimo tiempo y habíamos tenido vidas diferentes, con nada en común. Pero ¿por qué se me aparecía en sueños diciéndome que la buscara?”. El sacudón que despierta El jueves 15 de octubre del 2020, sin haber pegado el ojo, Gustavo comienza a trabajar. Está nervioso. Será lo que tenga que ser. Chatea con su ex novia que verá en un rato después de larguísimas tres décadas. “No quería anticiparme. Era una incógnita lo que podría suceder. A las dos de la tarde antes de llegar le escribí para que bajara a abrirme, no quería estar expuesto porque era un barrio donde transitaba muchísima gente conocida y de mi trabajo. Cualquiera podía verme. Ella vivía en un primer piso. Me esperó en la puerta. Me abrió. Nos miramos a los ojos y nos repasamos el cuerpo entero para saber cómo nos veíamos después de tanto tiempo. Quedamos dentro, al pie de la escalera enfrentados y muy juntos, riéndonos de los nervios. Le dije sin pensar: ¿Cómo te saludo después de 34 años? Me respondió: Podés darme un abrazo”. Gustavo y Laura en un regreso inesperado de la relación Gustavo decidió romper el hielo sin demora y le dio un beso rápido además del abrazo: “Ahí sentimos la primera conexión, un chispazo de amor, algo inexplicable. Nos gustó mucho ese primer contacto después de tanto tiempo. Describiría ese instante como cálido y hermoso. Comenzamos a subir la escalera hacia su departamento sin decir nada. Entramos a lo que es su living y me ofreció un café. Desapareció en la cocina y aproveché para mirar su casa, sus fotos, su historia, su realidad”. Gustavo le preguntó por su familia, por su mamá Alicia, por la perra, por su papá. Estuvieron sentados en el sillón con dos cafés fríos cerca de una hora. Gustavo notó que desde la ventana del departamento se veía la puerta de entrada a su trabajo. Increíble. Tan cerca tanto tiempo y sin cruzarse. “No veía el momento de darle un beso. En un momento nos paramos y mientras me mostraba unos papeles que ni recuerdo qué eran, encontré el momento y no lo dejé pasar. Me pegué a su cuerpo, la abracé por la cintura con una mano y con la otra tomé la cara. La besé con suavidad. Nos miramos, nos sonreímos y nos volvimos a besar con un beso largo. Nos habíamos reencontrado y nos sentíamos muy bien. Lo primero que se me cruzó por la cabeza es: quiero esto ahora y para siempre, quiero esos labios para mí por siempre. Algo muy raro, una sensación de placer enorme que no recuerdo haber vivido antes nunca. Lo primero que me salió decir con ironía fue: Esto va a terminar mal”. Gustavo en su matrimonio todo venía barranca abajo. La remaban, pero estaban pésimo. Se fue de la casa de María Laura con la sensación de maravilla instalada en el cuerpo. Alegría pura. “La vida nos había dado una segunda oportunidad”, asegura haber sentido. A partir de ese mediodía Gustavo no pudo pensar en otra cosa. Solo quería tener un rato para verla. Dos días después fue el segundo encuentro. Todo igual, café, sillón, besos y abrazos. Gustavo le preguntó para avanzar más allá. Laura sonrió y fueron juntos a su dormitorio. Vivieron la pasión renovada de los 18 años. Gustavo sintió que la vida les dio una segunda oportunidad “Nos conocíamos desde siempre. Resultó fácil. Cada uno ya conocía al otro. Sabía lo que el otro quería. Cuando terminamos de hacer el amor, la miré directo a los ojos y lo primero que me salió decirle desde el alma fue: Esto es mucho más que hacer el amor. No fue sexo, fue amor y ternura, fue un flechazo al corazón. Fue algo que nos sacudió la vida y nos despertó. No nos importó como estábamos de cuerpo, las canas, lo que fuera que el tiempo hubiese desgastado. Nos gustamos igual. Como estábamos. Piel y química desde el primer momento. Laura tiene su hermoso cabello pelirrojo de siempre, su piel blanca y suave, sus dientes paletones… Todo me recuerda a nuestro primer noviazgo, lo revivo. Yo sigo con mi metro noventa, un poco más grandote y con barbita blanca. Nuestras presencias nos resultaron familiares, tiernas”. Aquella historia primera Días de verano, Mar del Plata, 16 de febrero de 1984. Gustavo tiene 16, Laura 15. Salen a bailar con amigos a un club en el Barrio de los Troncos. Laura tenía puesto un pantalón y una campera de jean. Estaba sentada en un rincón. Gustavo se acerca y la saca a bailar. “Me impactó de entrada. Tenía un pelo colorado brillante. Y su figura me alborotó la cabeza y las hormonas. ¡Cómo me gustaba! No sabemos de qué hablamos ni qué bailamos, pero no nos separamos hasta el final de la noche. En esa época no había teléfonos celulares ni redes para contactarse con facilidad. Quedamos en encontrarnos en la próxima fiesta en ese mismo sitio. Fue a los pocos días y ahí estuvimos. Pasamos toda la noche juntos otra vez. Bailamos, charlamos y nos besamos por primera vez”. Quedaron en verse al día siguiente en la playa. Era un paso más en la relación: “Ella iba con su familia a las playas del faro de Punta Mogotes y yo a La Perla norte. Tenía que cruzarme toda la ciudad lo que implicaba más de una hora de viaje en el colectivo 221. Nos encontramos en un balneario que se llamaba Mar y Sol, casi la última antes del faro y me presentó a sus padres. Había sol a pleno así que nos fuimos directo hacia el mar. Después, encontramos un lugar donde nos besamos tranquilos. Pasamos muchos días de esa manera. Nos pusimos de novios y así continuó todo en Buenos Aires, a nuestro regreso de las vacaciones. Ella vivía en Barrio Norte, yo en Caballito”. Laura cursaba tercer año de la secundaria enfrente de su propia casa ubicada en la calle Scalabrini Ortiz. Gustavo, estaba haciendo quinto año. Durante la semana no podían verse mucho. En los fines de semana el día de encuentro era el sábado. Para los dos fue la primera vez: enamorados como nunca antes, las relaciones sexuales se dieron naturalmente. Fueron aprendiendo, calmando miedos y disipando desconocimientos. Mucha de la vida sexual pasaba en la habitación de la casa familiar de Laura, que estaba ubicada al lado de la de sus padres. “Durante toda mi vida sin ella conté que mi debut sexual había sido en la casa de mi primera novia al volver del cine, pero ella ahora me corrigió. Había sido en su casa pero cuando nos escapamos de la fiesta de un amigo de ella. Hicimos el amor por primera vez en su cuarto, lo disfrutamos y volvimos a la reunión de su amigo que era a pocas cuadras”. A partir de entonces, cada vez que se quedaban solos en el cuarto de Laura, ella ponía música. Era un compilado de los años 80, grabado en un cassette verde que introducía en el aparato del momento. “Poner ese cassette verde era el preanuncio de que terminaríamos haciendo el amor. No tenía auto por lo que el colectivo 15 era mi transporte. Cada vez que me quedaba hasta tarde en su casa un sábado, sabía que el colectivo pasaba a las 4:30. Nos quedábamos abrazados y dormidos hasta esa hora en su cama”. Un día después de cumplir los 18 Gustavo sacó el registro y empezó a usar el Chevy azul de sus padres. Poco después lo sortearon para el servicio militar. Sacó el número 893. Adentro. Le tocaba la colimba. “Fue durante ese mismo año, a mediados de agosto, que nos separamos”, dice. ¿Quién dejó a quién? Laura toma la palabra: “Yo lo dejé, pero no sé por qué. Ni la menor idea. No puedo acordarme. Éramos chicos, qué sé yo. En algún momento todas mis amigas estaban de joda, no sé si pudo haber sido eso porque en realidad yo era una chica muy tranquila”. Ninguno se acuerda del motivo concreto. O no quieren recordar. Quién sabe. Tampoco importa. Dice Gustavo: “Yo quería seguir, pero ella no…” Y Laura retruca: “No me insistió mucho en volver y al toque se puso de novio”. Comenzaron la segunda etapa de sus vidas por separado. La revancha La revancha llegaría 34 años más tarde con esa imagen repetida en sueños. Gustavo admite que algunas veces la recordaba: “El 21 de septiembre, el día de su cumpleaños, me acordaba de ella. También es cierto que cuando veía una pelirroja por la calle miraba para ver si por casualidad no era Laura. Pero nada más. La vida siguió con normalidad”, explica. Siguió igual hasta que su matrimonio mostró señales de colapso y el sueño con ella lo despertó. En psicología podrían decir que fue su inconsciente el que metió la cola. Después de los primeros reencuentros entre Laura y Gustavo vino un período donde cualquier excusa era válida para que él se escapara a verla. Hablaban todos los días, a toda hora e, incluso, los fines de semana se ingeniaban para encontrarse aunque fuese por un rato. “La adrenalina era mucha porque su casa estaba cerca de todo. Cuando me invitaba a comer me preparaba las comidas que recordábamos de nuestra primera etapa. ¡¡¡Fue astuta!!! Un menjunje de arroz y queso, milanesas fritas con puré, sopa de cabello de ángel, queso y dulce… Era mucho más que hacer el amor, era querer compartir nuestro tiempo. Un día escuché una canción bisagra y que terminó de decidirme por ella. Por fin, de Pablo Alborán. Esa canción resumía todo lo que sentíamos. En ese mismo momento supe que ella era mi futuro. Se lo dije por teléfono, sentado en mi escritorio. La llamé y le dije que seguíamos jugando a la trampa o la elegía. Y que la había elegido”. Después de sus primeros reencuentros, hubo un período en que cualquier excusa era válida para ir a visitarla Gustavo y Laura fueron generando nuevos recuerdos y gestos cómplices. Fueron cinco meses de un noviazgo a las escondidas: “Me ponía una alarma en el celular que odiaba escuchar. Una vez le dije, hacé algo que no me deje ir. Y lo hizo. Es uno de nuestros momentos icónicos. Sentía que ella era la mujer para el resto de mi vida”. El día que lo pescaron Tomar la decisión de irse de su casa se acercaba. Era inminente. Pero los nervios de semejante decisión lo descompusieron. Esa noche en que decidió que se iría, terminó vomitando varias veces: “La situación en mi casa era muy mala. Hacía tiempo. No daba para más, pero me costaba resolverlo”. Después de esa noche fatal se quedó en la cama. “Era un jueves y estaba recostado cuando mi ex viene, se sienta a mi lado y me muestra un papel que decía ´estás hermosa´. Era un papelito de uno de esos tacos de papel comunes de mi trabajo y las dos palabras se las había escrito jugando a Laura. No hubo forma de justificarlo. Me había descubierto”. En psicología le dicen fallidos. Eso había hecho Gustavo: dejar algo inconscientemente en el camino para que lo pescaran. Sintió que era el momento: “Era ahora o nunca. Le conté toda mi situación, lo que estaba sucediendo con otra mujer, lo que sentía. Hubo mucho llanto, lamentos, explicaciones. Sabía que era el momento para que me odie, me maldiga. Me lo tenía que bancar. Tenía que intentar manejarlo de la mejor forma posible. Dos horas después convoqué a mis hijas y nos reunimos para explicarles lo sucedido. Nos juntamos en la casa de la más grande. También hubo lágrimas, broncas y lamentos, pero sentí que me escucharon. Le conté a Laura y le pedí que me diera unos días para poder resolver la situación. Respetó la distancia, fue una gran colaboración de su parte. Al día siguiente fuimos a cenar con mi ex, a un terreno neutral. Para mí fue como una despedida. Ella me pidió unos días para ver que sentíamos, así que seguí en mi casa ese fin de semana. El lunes mis hijas pidieron verme y nos juntamos los cuatro. Les expliqué otra vez llorando todo lo que me pasaba, abrí mi corazón. Por más que me pidieran una oportunidad y ella prometiera que a futuro todo sería diferente, mi respuesta seguía siendo que no dejaría a Laura. En ese momento decidí irme esa misma noche de mi casa. Con la ropa que tenía puesta y mi notebook salí a la calle. Laura me pasó a buscar para pasar nuestra primera noche juntos”. Un corazón con sus nombres reescribe la historia Era el lunes 22 de marzo de 2021. Comenzaba la convivencia de Gustavo y Laura. Esos primeros días Gustavo oscilaba entre la alegría y la tristeza y la falta de sueño. Le llevó tres días poder volver a dormir. “Hasta ese momento mis amigos no sabían nada de mi relación con ella. De a poco se fueron sorprendiendo con quién era mi nueva mujer. A la semana siguiente nos fuimos a Miramar a un departamento, para despejarnos y pensar cómo seguíamos. Cada día nos sentimos mejor y más enamorados. Por momentos nos decimos qué loco todo esto ¿no? Ella me cambió la manera de pensar y de ver la vida. Todos en mi entorno cercano me ven cambiado, más feliz. Laura además me ayudó a perdonar y a recuperar a mi madre, a lograr una relación perdida por peleas familiares del pasado”. Cuando le pregunto cómo ven el futuro Gustavo dice convencido “riendo con ella, mirándola, caminando por el río, bailando y diciendo pavadas. También me imagino yendo con ella a París. Nuestra historia está recién comenzando. Hace casi cinco años que convivimos y que disfrutamos de este amor renovado que nos regaló la vida”. También cuenta que sus respectivas suegras se han hecho amigas íntimas. Que vivieron con Laura dos años en Mendoza cuando cambió de trabajo. Que sus hijas todavía se resisten un poco a la relación; que los de Laura aceptan mejor. Que viven en la casa de Laura (57 años y docente de etapa inicial retirada) en Martínez y que ella cocina como los dioses y canta mejor. Gustavo admite que encontrarse en esta etapa de la vida quizá les evitó el desgaste clásico y rutinario de los matrimonios largos: “Por ahí, si nos hubiésemos casado hace 41 años, cuando nos conocimos, no estaríamos juntos. Quién sabe. Esto nos reencontró en una etapa distinta, con muchas ganas, infinito amor y gran experiencia de vida”. Para terminar la charla les pregunto si les hubiera gustado tener hijos. Dice Laura: “Sí. Quizá si nos hubiéramos encontrado un poco antes en la vida hubieran existido chances. Pero con lo que tuve en las mamas y la terapia antiestrogénica que me dieron tuve una menopausia anticipada”. Dice Gustavo con un dejo de nostalgia: “Hubiera sido hermoso tener hijos con ella”. Ahora ellos tienen por delante el resto de sus vidas, para gastar este amor que los desborda. Gustavo ya no sueña con la cara de Laura. La tiene al lado para mirarla cuando le da la gana. *Escribinos y contanos tu historia. amoresreales@infobae.com * Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas
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