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Concordia » El Heraldo
Fecha: 13/12/2025 20:40
Todo en la vida tiene un comienzo. Las ciudades no escapan a esa máxima obvia. Algunas, entre otras razones, han sido fundadas al establecerse postas en los caminos, o por migraciones producidas por infortunios o persiguiendo mejores locaciones o por proximidad a cursos de agua o derivadas de decisiones políticas. En febrero del ´80 del siglo XIX, al dar conclusión a las disputas fratricidas, luego de más de seis décadas de confrontación entre Buenos Aires y varias provincias, la sanción de la ley que establecía a la ciudad de Buenos Aires como capital del Estado Nacional generaba la necesidad de disponer otra ciudad que, a partir de ese hecho, fuera, en reemplazo de aquella, la capital de la provincia de Buenos Aires. A instancias del gobernador de la provincia Dardo Rocha, luego de analizar alternativas posibles, se descartó elegir como capital de la provincia a alguna de las ciudades ya existentes y, en cambio, se dispuso erigir una nueva, moderna y planificada ciudad. Se decidió, entonces, avanzar con el proyecto de ubicarla, en cierta medida, por ubicación estratégica en una cercanía de menos de 50 kilómetros al sur de la que, a partir de ese momento, era la capital federal. Se consideró, entonces, las lomas de Ensenada, cercanas, a su vez, del poblado del mismo nombre que, hacía más de dos siglos se encontraba asentado a la vera del río de la Plata. Así fue como, el 19 de noviembre de 1882, en un terreno pantanoso, propenso a anegamientos e inundaciones de lluvias y habitado por patos, ranas y mosquitos, se montó la piedra fundacional de la que el tucumano Julio Argentino Roca, presidente de la República en esos años, definió despectivamente como “la ciudad de las ranas”. Ese es el nombre que el periodista Hugo Alconada Mon le da a su novela para retratar con encomiable precisión y verosimilitud los años de la fundación de su ciudad natal; los conflictos irresolutos entre Dardo Rocha y Roca; la ambición del primero de ser presidente de la nación y del segundo de evitar tal pretensión y elegir a otros dirigentes para postularlos a tal función. Asimismo, alude a los negociados y hechos de corrupción que jalonaron esos años; a la revolución del parque y a la fundación de la Unión Cívica. La prosa de Alconada Mon, sostenida por el ejercicio del periodismo, lo acerca a grandes escritores-periodistas, entre otros, como Ernest Hemigway, Gabriel García Márquez o Tomás Eloy Martínez quienes, gracias a la cotidianeidad de las crónicas informativas consiguen atraer con notable interés a los lectores en sus novelas. La novela tiene su epicentro en lo que fue uno de los proyectos más ambiciosos de esa época, desde el punto de vista arquitectónico y urbanístico inspirado, en cierta medida, en urbes de otros países. Una ciudad que llegó a contar con la primera línea de tranvía de América del Sur, entre otros avances. El desarrollo de la construcción de los edificios, coordinados por el ingeniero Pedro Benoit (figura rescatada con singular empeño por el autor, por su decencia y honestidad); la incursión de inmigrantes que, inicialmente mientras se construye la ciudad, habitan en Tolosa, Ensenada o Berisso para luego comenzar a poblar los arrabales barrosos de La Plata; la participación de las logias masónicas y las disputas políticas, principalmente, entre Rocha y Roca que marcaron esos años, forman parte de los capítulos del libro. Las figuras públicas centrales de la historia conviven con los inmigrantes, en su mayoría hombres, algunos de ellos, anarquistas, partícipes de la construcción de las casas, edificios públicos e infraestructura de la ciudad. Así son protagonistas, merced a las cartas y los testimonios históricos que ha considerado Alconada Mon para recrear esos años, el ambicioso Rocha; el “zorro” Roca, en esos años, presidente de la Nación y envalentonado por lo que la historia oficial ha denominado “la conquista del desierto”; el médico higienista, amigo y ministro de Roca, Eduardo Wilde, mentor de la salubridad y propulsor de la enseñanza laica y el matrimonio civil y a la vez quien propició el encuentro para que se conozcan Rocha y Roca en Octubre de 1871; Guillermina de Oliveira Cézar, joven quinceañera, comprometida con la situación de las mujeres (en el texto dice: “el grado de civilización de un país se mide por la condición que tienen las mujeres en él”), que fuera esposa de Wilde y más diez años después, amante de Roca; el temible y temido Ramón Falcón, jefe de la policía y Miguel Juárez Celman, el preferido de Roca para que lo suceda en la presidencia. Pero también Íñigo Rocamora, joven inmigrante italiano que se convierte en líder del grupo de trabajadores que, entre 16 y 18 horas diarias trabajaban en la construcción. Se encargaba también de escribir cartas a los familiares de aquellos compañeros que eran analfabetos y esperaban noticias en Europa. En esas cartas hablaba de mantener la expectativa de la reunión de la familia que se había separado al venir el hombre a “fare la América”. En un fragmento dice: “Algunas cartas eran más largas que otras. Pero todas hablaban de sueños, de esperanzas... de trabajo duro, de gastar poco y ahorrar lo posible. De ilusiones de tener una casa propia… De un futuro mejor”. Con sus inversiones en oro, Íñigo luego pasa a ser un poderoso e influyente hombre de la ciudad. Con él adquieren protagonismo otros inmigrantes, entre ellos, Errico Malatesta, un ácrata respetado; Gianni, que muere al poco tiempo y es un referente permanente de Íñigo; Marco que había venido de Italia en busca de su madre que estaba viviendo en Córdoba. Es una referencia más que explícita a “de los Apeninos a los Andes”, el cuento que Edmondo de Amicis incluyó en su novela “Corazón”, publicada en 1886. A propósito del autor italiano, Alconada Mon lo incluye como personaje, a partir de un hecho real que fue la visita de Edmondo de Amicis en 1883 a La Plata, donde fue distinguido por el Circulo Italiano de la ciudad. Recorre La Plata, sus arrabales, sus burdeles y expresa su sentida concepción social. En un párrafo, el autor pone en boca de de Amicis: “si hay alguna superioridad en el mérito, (…) es del obrero, porque saca menor ganancia de su propio esfuerzo, y aun así lo intenta”. Alconada Mon intercala la sucesión de los hechos constituyentes de la ciudad con circunstancias que años después determinaron la historia. En capítulos tensos, alude a la fundación en el teatro Politeama de Buenos Aires el 17 de noviembre de 1992 de la Unión Cívica Radical (que inicialmente se denominó Unión Cívica de la Juventud y posteriormente, antes de perdurar con su nombre actual, Unión Cívica). En particular rescata al Alem que hablaba críticamente de la realidad del momento aludiendo a que se ejercía “la política divorciada de la moral, de la justicia, de la honradez” y la batalla de Ringuelet, el 8 de agosto de 1893 en las afueras de La Plata, cuando Ramón Falcón reprimió el levantamiento cívico-militar que lideraron Leandro N. Alem e Hipólito Yrigoyen. Hay numerosas escenas que rescatan momentos reveladores de la historia argentina. Entre ellos, el desplante de Roca al fundarse la ciudad ausentándose de tan significativo acto. La participación de organizaciones comunitarias como Unione e Fratellanza. La actividad de los masones protegiendo a sus miembros e influyendo en la comunidad. A propósito, Alconada Mon ha declarado: “La Plata es una ciudad masónica, desde su diseño hasta infinidad de edificios. Esta ciudad no se explica sin la masonería. Rocha era masón, (Pedro) Benoit (el que planificó la ciudad) era masón, 29 de los 36 miembros del Departamento de Ingenieros eran masones”. Por otra parte, Alconada Mon toma partido. La configuración psicológica y las intenciones de los personajes muestran, entre otros momentos, a un Rocha persiguiendo infructuosamente el objetivo de ser el elegido de Roca para la presidencia o a la corrupción de algunos políticos. Menciona a los créditos del Banco Provincia y otras instituciones para el propio beneficio de algunos de ellos, las ventas de tierras públicas y concesiones de ferrocarriles cuestionables y la conformación de la mencionada Liga Patriótica. Un personaje habla de que “los cívicos “nacionales” que lideraban Mitre y que habían sellado un acuerdo con Roca no podían ponerse en la misma bolsa que los más radicalizados, que se encolumnaban detrás de Alem e Yrigoyen”. También hay menciones al desprecio con que se trataba a los pueblos originarios, haciéndoles hacer trabajos esclavizantes. Se menciona a la familia del tehuelche (huiliche, según el Perito Francisco Moreno) Modesto Inacayal. Lo rescataba, despectivamente, Moreno, diciendo que “era más accesible a los halagos de la civilización”, mientras lo exhibía como atracción en el Museo de Ciencias Naturales. Los inmigrantes (40% italianos, 20% españoles y 20% de otros países (Francia, Alemania, Suiza) y solo el 20% restante, criollos) habitantes de los arrabales de Berisso, Ensenada, Tolosa o Los Hornos, son considerados por el autor como lo central para que la historia sea sensiblemente entendida por los lectores. “La ciudad de las ranas” es imprescindible para comprender parte de la historia argentina de finales del siglo XIX; la disputa permanente por el poder; la corrupción enquistada en las clases oligárquicas, pero por otra parte, el empeño por progresar en un país que comenzaba a integrar a los nativos con las corrientes inmigratorias y para descifrar como una Nación es la unión de los sueños, deseos, realidades, aspiraciones y derechos de sus habitantes. Ads Ads
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