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» Misionesopina
Fecha: 12/12/2025 06:15
Por Martín Lozina* La historia de la Argentina no es solo un relato de fechas fundacionales, sino un vibrante tapiz de luchas incesantes por la liberación y la afirmación de un destino propio. Desde la gesta de Mayo de 1810 y la declaración de la Independencia en 1816, el desafío de la nación no terminó con la expulsión del colonizador español; solo se transformó. El espíritu de la liberación extranjera se cimentó en hitos como la Batalla de la Vuelta de Obligado en 1845. El 20 de noviembre de ese año, en las orillas del Río Paraná, la Confederación Argentina, bajo el liderazgo de Juan Manuel de Rosas, enfrentó a las poderosas flotas anglo-francesas. Si bien militarmente fue una derrota, se erigió como una resonante victoria política y moral. La resistencia heroica dejó claro al mundo que la Argentina, aún joven y convulsa, no toleraría la intromisión ni la dominación económica o territorial. Ese evento, que hoy celebramos como el Día de la Soberanía Nacional, nos recuerda que la amenaza a nuestra autonomía no siempre se presenta con cañones y soldados. El posterior campo de batallas siempre se cimento en el intento de dominación Ideológica En el siglo XXI, la soberanía se juega en un terreno más sutil y quizás más peligroso: el de la ideología y la cultura. Como se ha señalado a lo largo de nuestra historia, una nación no solo se define por sus fronteras, sino por un "proyecto común que se renueva cada día". La falta de este proyecto o su reemplazo por modelos e ideas acríticamente importados de potencias extranjeras nos convierte en un "pueblo dominado dentro de un Estado libre". Cuando una nación acepta sin mayor debate políticas, modelos económicos o narrativas sociales que responden a intereses o realidades foráneas, se corre el riesgo de diluir su propia esencia. Esto se manifiesta en la adopción de visiones que intentan homogeneizar nuestra idiosincrasia, esa mezcla única de herencia indígena, criolla, y migratoria que nos define. La historia argentina nos muestra una tensión constante entre la búsqueda de la "civilización" (a menudo entendida como la imitación de Europa) y la reivindicación de lo "propio", desde los debates sobre la inmigración masiva y la identidad del gaucho hasta las visiones de la dependencia o la autonomía económica. La verdadera liberación consiste en forjar un camino basado en nuestras propias necesidades, nuestra historia, y los valores que emanan de nuestro pueblo. La urgencia de reafirmar nuestra idiosincrasia es vital para continuar forjando nuestro estado nacional. Nuestra idiosincrasia es la diversidad en la unidad, el crisol de culturas que se niega a ser encasillado en un único molde. Es la tenacidad de los pueblos originarios, la astucia del criollo, la pasión del inmigrante y el espíritu solidario que emerge en la adversidad. No ser dominados por otros países y su ideología implica un acto de profunda madurez política y cultural. Defender la soberanía económica, asegurar que las decisiones sobre nuestros recursos naturales (como el agua, los yacimientos, y la plataforma continental) y nuestro modelo productivo respondan prioritariamente al bienestar de los argentinos, y no a las demandas de centros de poder global. Cultivar la identidad, fomentar la educación y la cultura, que se valore nuestra propia historia, nuestros pensadores, nuestros artistas y nuestras problemáticas. Una identidad fuerte es el mejor escudo contra la penetración ideológica que busca convencernos de que "todo lo nuestro es malo" o que "la única solución está afuera". Ejercer el pensamiento crítico, desconfiar de los dogmas, sean estos de origen local o importado. La lealtad debe ser con el país, con la búsqueda de la justicia social y con la afirmación de la dignidad nacional. El legado de Belgrano, San Martín, Rosas, y tantos otros patriotas, no es solo militar; es un mandato de autonomía decisional. Si para considerarnos una nación importante dependemos de la mirada o la aprobación extranjera, ¿dónde queda nuestra lucha histórica por librarnos de su dominio? La emancipación, como acción constante, requiere un riego diario de conciencia y compromiso. La Batalla de Obligado nos enseñó que la soberanía no se regala ni se hereda sin esfuerzo, se conquista y se defiende, día tras día, en el aula, en la urna, en la fábrica y, sobre todo, en la afirmación orgullosa de quiénes somos como argentinos. *Productor periodístico
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