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Parana » Radio La Voz
Fecha: 11/12/2025 22:36
Los Perros estaban inquietos esa mañana. No era por el clima —ya estaban acostumbrados a la humedad pegajosa del edificio— sino por la frase que un Grillo había dejado caer como quien deja caer un expediente envenenado: “¿Ustedes saben lo que andan diciendo del Comandante? Esto ya no es una disputa institucional… es una querella de investidura.” Los Perros se miraron. El más viejo, el que siempre olfateaba primero el peligro, murmuró: —Ah, bueno, no… arrancaron fuerte hoy. Vamos por un café, que esto viene largo. Y ahí empezó a circular un texto prohibido, ese que los pasillos conocen antes que los diarios: ________________________________________ Kommandant über Alles La historia occidental revela que ningún ciclo es eterno. Los procesos históricos parecen moverse entre el agotamiento y la culminación. Los primeros se desmoronan por la inercia de prácticas viciadas; los segundos se realizan plenamente y evidencian la capacidad virtuosa de ciertos grupos para orientar su devenir. Sin embargo, entre uno y otro extremo se abre un territorio incierto: un tránsito en el que lo viejo —encarnado en el Comandante y su modelo de control vertical sobre la justicia— se resiste a morir, mientras lo nuevo —la democratización real del sistema judicial, con avances como los juicios por jurados— aún no encuentra la fuerza suficiente para nacer del todo. Es en ese espacio intermedio —tenso, contradictorio, fértil— donde se despliega la lucha que define nuestro tiempo. En los pasillos más fríos del poder empezó a circular una idea incómoda, casi sacrílega: que lo que estamos viendo no es una simple disputa institucional, sino una querella de investidura moderna, una reedición laica de aquel viejo choque medieval entre quién tiene derecho a ungir y quién pretende ser ungido. Según esta teoría, el Comandante habría entendido, hace mucho tiempo ya, algo que aterra a todos los que todavía creen en la separación de funciones: quien controla la llave del MPF controla no solo la persecución penal, sino la narrativa moral y ética del Estado. Porque en la República contemporánea, la verdadera unción no la da la ley, sino la capacidad de absolver o condenar en tiempo real. Y ahí aparece la palabra que está volviendo locos a los canonistas del subsuelo: simonía. No en su versión clerical —vender indulgencias, cobrar favores espirituales—, sino en su forma política: intercambiar poder por impunidad, obediencia por protección, lealtad por blindaje. Un tráfico espiritual degradado, donde lo sagrado es reemplazado por lo útil, y la legitimidad se alquila como si fuera un local del centro. La teoría dice que el Comandante no compra cargos: compra alma institucional. No designa fiscales: unge servidores. No busca autonomía: administra devoción. Y todo mediante un método tan simple como corrosivo: hacerles creer a todos que sin su “bendición”, la justicia no existe, y que con ella cualquier expediente puede dormirse, resucitar o convertirse en un relámpago. La analogía que circula es tremenda: • Si la Iglesia medieval traficaba la salvación, el Comandante traficaría la persecución. • Si los obispos simoniacos vendían la Gracia, él vendería el sobreseimiento. • Si aquellos buscaban dominación espiritual, él buscaría dominación penal. Es una teoría que hace temblar escritorios porque toca el nervio que todos niegan: que el poder más peligroso no es juzgar, sino definir quién merece ser juzgado. Y que quien maneja eso no gobierna un ministerio: gobierna el miedo. Los pasillos, que nunca duermen, ya escuchan murmurar entre los burócratas: “Kommandant über alles.” Y es ahí donde encaja con precisión quirúrgica la advertencia de Rubén Almará, parafraseándolo: el idioma es el alma de la nación, la lengua común, la patria común. Que las naciones funcionan como organismos donde el individuo es parte subordinada; que fuera de ese organismo, el individuo no tiene vida. Y que, análogo a la división entre especies en el reino animal, este tipo de pensamiento —el que construye lealtades cerradas, homogéneas, disciplinadas— produce divisiones humanas que no son naturales, sino diseñadas. Comunidades que se reconocen entre sí cada vez con mayor claridad, formando un todo homogéneo y excluyente. Así, la simonía política del Comandante no solo compra función institucional: compra pertenencia tribal. Compra nación. Y la moldea en su propio idioma. ________________________________________ Los Perros guardaron silencio. Y ahí empezó la verdadera charla. —Che, Grillo… ¿y cómo entra acá lo de los archivos mágicos? —preguntó el Perro Negro. El Grillo chasqueó la lengua: —¿Cómo va a entrar? Como entra todo en este edificio: por la puerta de atrás. Mirá, Perro… ¿sabés qué pasa con las denuncias? Que las causas que entran pueden ser archivadas por el fiscal interviniente. Hasta ahí, bueno… es el procedimiento. Pero si la víctima quiere pelearla, tiene una sola forma: pedir revisión. Lo que antes se llamaba apelación. —Sí, sí, eso ya lo sabemos —dijo el Perro Gris—. ¿Y? —Y… que la fiscal de Atención Primaria, la famosa archivadora serial. Archiva todo. Hasta las causas que tienen pruebas como para investigar. Y la gente queda desprotegida, llorando por la injusticia de los burócratas. —¿Y quién revisa eso? —preguntó un Burócrata de lentes empañados. —Ahí está el chiste. El coordinador. Pero, casualmente, el coordinador que agarra el 99% de esas revisiones es… El Primo de la Archivadora. Hubo un silencio largo. El tipo de silencio que antecede al trueno. —Nepotismo nivel “Kommandant über alles” —murmuró un Perro. —Y ni hablar de la feria judicial —siguió el Grillo—. Te obligan a laburar 15 días en enero según el humor del Comandante. No por antigüedad, no por mérito. No: por afinidad. —Afinidad con él —corrigió otro Perro. —Exacto. Club albinegro, excompañeros, los “niños mimados de la UCA”. Gente que entró hace una semana ya tiene más cargos que los que llevan diez años. Dicen que en calle Santa Fe y Cervantes se pueden encontrar los privilegios personificados. Los Perros gruñeron bajito. Era el sonido de una institución oxidada. ________________________________________ —Y como si fuera poco —entró otro Grillo, agitando un papel fresco— ahora tenemos operación mediática nueva. Los Perros levantaron la oreja. —Nueva denuncia contra Medina: abandono de funciones, morosidad, otro pedido de juicio político. Y la ONG que la denuncia tiene una “socia honorífica”… —No. —Sí. —¿La Villana? —La misma. El Perro más viejo rió sin humor: —Honorífica… como las indulgencias medievales. ¿Y quién está atrás de esa ONG, Grillo? El Grillo hizo el gesto del comandante con dos dedos en la sien. —Son socios. Aliados. Si querés: simonía 2.0. ________________________________________ Y entonces la charla cerró como cierran las charlas verdaderas: sin cerrar. —¿Y qué significa todo esto? —preguntó un Perro joven, recién entrado, todavía con fe. Perro Negro lo miró con cara de haber visto demasiados expedientes viejos. —Significa que el Comandante no solo controla lo que se abre y lo que se archiva. Controla cómo se habla. Cómo se nombra. Cómo se pertenece. —Controla el idioma —agregó el Grillo—. Y si controla el idioma… controla la nación. El eco quedó flotando en el pasillo. Las luces parpadearon como siempre. Y alguien, desde un despacho oscuro, murmuró: “Kommandant über alles.” Porque en este edificio, cuando algo es verdad, nadie lo dice en voz alta. Y cuando algo es demasiado verdad… lo dicen los pasillos. ________________________________________ Esta Charla de Pasillo es una obra de ficción política y sátira institucional. Los hechos, personajes y teorías presentadas son recursos narrativos que no constituyen imputaciones ni afirmaciones fácticas sobre personas o instituciones reales. Las referencias a actores del ámbito público deben interpretarse en clave literaria. El objetivo es reflexionar críticamente sobre dinámicas de poder, no describir hechos verificables ni atribuir conductas concretas. Lectura recomendada bajo esta premisa.
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