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Parana » La Nota Digital
Fecha: 06/12/2025 19:05
El viejo estaba pescando en un riachuelo entre las islas y -pisando en el borde de la barranquita- cayó descuidado. Era un hermoso día soleado y de pesca. Estaba con un pequeño que lo ayudaba. Las mujeres cosechando papa, maíz y poroto. Los hombres cazando yacarés más al sur, en la zona del Igorí. Los niños y niñas en la aldea, jugando y ayudando a las mujeres. “¡Abaé, abaé!” gritaba el anciano, luego de la caída algo lo chupaba hacia el fondo del riachuelo. El niño salió corriendo pero temía zambullirse porque había un círculo denso de abaé vaté isipó (sanguijuelas) alrededor del viejo, como cercándolo. El niño también gritaba fuerte “¡abáy, abáy!” (araña) pero no aparecía nadie para ayudar a “El Generoso” que chapaleaba en el agua, ya exhausto aunque sin darse por vencido. El viejo sentía que una telaraña lo enredaba y lo tiraba para abajo, lo sostenía atrapado bajo el agua, pidió a Tijuiném (Dios de los chanás) vivir un tiempo más. Quería seguir siendo bueno con los suyos. Él daba todo por su gente y era “tan bueno como el pan”. Cuando ya no tenía fuerzas para seguir flotando, el sol alumbró más fuerte, alguien le dio una mano y lo sacó como explotado del agua. Un fogonazo; la calentura corporal lo ayudó a relajarse en la orilla, tirado allí se dio cuenta del mensaje y respiró hondo, sollozaba y caían lágrimas por sus mejillas. “¡Tato tá!”, repetía el niño, alienado, con voz fuerte y acongojada. Se fue corriendo a la aldea y contó lo sucedido como pudo, la desgracia con suerte del cacique “generoso”. El Generoso, como le decían en la zona, había hecho con sus hijos -hace un tiempo atrás- diez perfectas canoas para repartir entre las familias que más las necesitaban. El Generoso ayudaba a todos y todas sin recibir nada a cambio. Daba todo a cambio de nada. Se olvidaba de sí. Era el cacique más bueno. Quedó claro que ahora lo ayudaban a él. Volvía al ruedo más bueno que el pan. Hubo -luego de su salvataje divino- una plaga de langostas que comió casi todo lo verde. El Generoso junto a su familia ayudó a todas las familias de las aldeas vecinas (mbeguás) a salir adelante, repartiendo con sus parientes -niños y adultos- las reservas de los depósitos colectivos: maíz, papa, batata, zapallo, poroto, pimiento… Iban y venían caminando y en canoas. Fue así durante seis aratá nvolé (luna llena). El Generoso quedó flaco y cansado. El hombre más bueno que el pan se olvidó otra vez de sí mismo y murió con una sonrisa en la boca. Quién sabe qué dijo cuando expiró, se lo veía contento antes del ritual del entierro. El Concejo Grande chaná resolvió darle el nombre Utén al árbol generoso (Algarrobo) porque como él “daba todo sin pedir nada”. Utén da su tronco, ramas, semillas, sombra, agua en sus raíces; por eso El Generoso está junto a nosotros y nosotras en nuestras costas, islas y en nuestros montes. Así lo relatan emocionados sus descendientes. (*) Comentario Cuenta Blas Jaime que “El Generoso” pasaba la vida afuera de su casa, trabajando por los demás, entregado, todos y todas lo querían y le tenían gran respeto. Los ancianos y ancianas les enseñaban a los niños y niñas que anduvieran como él en la vida. También me dijo que “El Generoso” daba gracias a Dios en todo tiempo porque Él le regaló la vida. (**) agut’ó ug atá: yacaré igorí: arena Dante M. Faure, del libro “Relatos Salvajes”(2020)
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