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  • Detrás de cada ventana

    » Diario Cordoba

    Fecha: 05/12/2025 09:25

    Hay cierta intimidad en observar las ventanas de los edificios e imaginar las vidas que existen detrás de cada hogar. En el 1º, una chica intenta recomponerse de una ruptura. En el bajo, en cambio, una pareja no duda de que estar juntos es la decisión correcta. En el 3º, una familia acaba de perder a su hijo y sienten que su vida se ha detenido. En el 4º, un grupo de amigos celebra un cumpleaños, mientras que en el 5º una persona mayor comparte la tarde con su compañera más fiel: la soledad. Me gusta fantasear con estas historias, quizá para no olvidar que cada persona libra su propia batalla en silencio. En un intento de ser más amable, más cercana, más humana. De despojarme de los artificios, las exigencias, las expectativas y, sobre todo, los juicios de valor. Quedarme desnuda de superficialidad y vestirme de compasión hacia la persona que tengo al lado. Se nos ha olvidado ser mejores personas o, al menos, se nos ha olvidado cómo lograrlo. A esta forma de vivir -que hemos normalizado- la llamo «Yo, mí, me, conmigo». Vivir instalados en la individualidad porque «bastante tengo yo con lo que tengo». Nos protegemos detrás de nuestras prisas, nuestras pantallas, nuestros problemas, y así dejamos de ver al otro, aunque lo tengamos a nuestro lado. ¿Hasta cuándo seguiremos normalizando que haya gente viviendo en la calle? ¿Por qué dejamos de escandalizarnos cuando personas mueren por culpa del odio? ¿Cómo es que ya no nos conmueve que haya mujeres que siguen siendo maltratadas, como si sus vidas fueran solo una cifra más? ¿En qué momento dejamos de indignarnos porque haya personas que sufren por amar a quien quieren, como si su derecho a ser felices fuera cuestionable? Quizá el problema es que hemos dejado de sentir. O, mejor dicho, sentimos tanto, tan seguido y tan fuerte, que hemos aprendido a anestesiarnos. Y en esta anestesia colectiva, el dolor ajeno parece un paisaje más del día a día: algo que está ahí, que molesta, que incomoda... pero que ya no nos mueve. Sin embargo, es precisamente en la fragilidad de una sociedad incierta donde más nos necesitamos. Nunca ha sido tan urgente mirar al otro, acompañar y sostener, porque solos no podemos enfrentar el mundo que nos ha tocado vivir. Quizá sea hora de volver a mirar ese edificio, de dejar de imaginar historias desde la acera y atrevernos a subir las escaleras: para que la chica del 1º sepa que no tiene que recomponerse sola, para consolar a la familia del 3º en su pérdida, o para que la persona del 5º descubra que su compañera más fiel no tiene por qué ser la soledad. Para que, cuando alguien busque luz desde un 4º piso, no encuentre el vacío de la ciudad, sino otra ventana abierta devolviéndole la mirada. *Psicóloga

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