04/12/2025 17:11
04/12/2025 17:11
04/12/2025 17:10
04/12/2025 17:09
04/12/2025 17:09
04/12/2025 17:08
04/12/2025 17:08
04/12/2025 17:07
04/12/2025 17:07
04/12/2025 17:07
» La Guia Semanal
Fecha: 04/12/2025 16:38
Mimarte inaugura edificio: el legado de Silvia Vega en Venado Tuerto Silvia ponía su vitalidad en ayudar al prójimo, en servir comunitariamente. Sin desatender su trabajo ni sus afectos, lo que la movilizaba eran proyectos colectivos. De los que yo sé: Olimpia, la Biblio Ameghino, la Comisión de Nomenclatura del Concejo, el Archivo Histórico, y por supuesto, su mayor criatura, el merendero Mimarte. Vivió siempre en el barrio Iturbide, al fondo, dónde comenzaba el campo. Una tranquera abierta era el ingreso a su casa, metida adentro de un enorme lote que la ciudad fue rodeando. A la vuelta, a unos 200 metros, estaba aquel Mimarte que ella conoció. Una pocilga alquilada en el fondo de una casa en calle Covasevich, de techo de chapas agujereadas, piso de tierra, ratas enormes que se desplazaban por los tirantes como si fuera la avenida principal, una pila de latas de alimentos que repartía el Estado y estaban vencidas hacía rato, y un grupo de mujeres y niños que allí se reunían, excluidos y solos de todo. Gestionado por las propias víctimas del sistema. Nada ni nadie más. La distancia entre aquel lugar y este flamante edificio que se inaugura, es Silvia. Silvia meticulosa en los movimientos, la planificación, la contabilidad, la burocracia. Silvia y su idealismo con pies en la tierra. De los croquis en grandes láminas que dibujaba a mano y llevaba como pergaminos de un lado a otro, a esto erigido en lo profundo de Venado. Ya en 2013 está citada en una ordenanza municipal sus intenciones de construir un lugar propio. Un proyecto colosal, de escala descomunal para una persona sin más medios que su confianza. Pero ella lo hacía posible. En su ir y venir calmo en bicicleta, por las calles de Venado, concretaba sus pequeñas metas. Si miramos bien, en el tiempo, movía montañas, obraba milagros. Sabía hacer, de la nada, a pura prepotencia de divulgar sueños incuestionables, que hubiera personas claves que prestaran atención y se comprometieran. Implacable como la naturaleza, con algún secreto que sabrán las hormigas o las abejas, lograba darle forma a la empresa. En los últimos tiempos había concebido un plan para juntar millones de pesos. Había conseguido que los doce integrantes de la selección argentina que salieron campeones olímpicos de básquet en 2004 firmaran una camiseta para sortear en beneficio del edificio. En eso estaba, y cuando todo marchaba y se vislumbraba la meta, brutalmente nos dejó. Sin anuncios. Simplemente ya no estuvo. Otra gran mentira esa de que nadie muere en las vísperas. No llegó a ver su gran sueño concretado. Increíblemente para todos, no llegó a verlo. Queramos entenderlo o no, este flamante edificio es su mandato y legado. Pasa a veces, éste es el caso, en que la ausencia prepotente de una muerte inesperada sacude incluso a gente lejana, que solo tuvo un trato eventual con ella o simplemente la vio, y bastó sin embargo para sentir que la pérdida es grande y entristece. Eso lo viví con Silvia, con muchas personas que se condolieron sin haberla tratado. Con más razón, en su entorno más cercano supimos repentina y tácitamente que, en su memoria, debíamos culminar su plan. Que lo merecía. Porfiarle a la muerte, demostrarle que no era tan fácil apagar semejante persona. Una nueva prueba de que el dolor humano, a menudo tan paralizante como puede serlo la bronca, la rabia, el enojo o la indignación, es maleable y puede convertirse en combustible de una fuerza constructiva. Y aunque fuimos muchos, o al menos varios, hubo personas que de golpe se tornaron tan imprescindibles como era ella, que se convirtieron en su representación. Aún sumergidas en el incomprensible dolor, asumieron sin dudar su lugar. Me refiero a Silvia y Claudia Villafaña, y otras amigas de acero que siempre la acompañaron. También me refiero a las dos Silvinas, Lillo y Gatti, locomotoras de Fundación PRIAR, que conocieron a Silvia, se contagiaron de su sueño y hay que decirlo, fueron protagonistas esenciales en el vertiginoso avance de la obra. Conmocionadas por su ausencia, se prometieron llegar hasta el final, que es un nuevo principio: la culminación de un edificio amoroso, tanto en su proceso de construcción como en sus bellos objetivos. Mencionar a ellas incluye a todos sus compañeros de trabajo y familias que acompañaron con rigor, en su tiempo libre, muchas jornadas de mucho quehacer. Por último, también el Estado, que ya estaba presente, multiplicó los apoyos a través del intendente y también de algunos legisladores provinciales de diversas fuerzas, para éste camino que lleva a la inauguración. Desde el extenso predio municipal, que Silvia así requería para su planeado monte frutal y zona de huertas (y futuros espacios que quedan para otra etapa, como el salón de carpintería y oficios múltiples), hasta apoyos económicos que complementan lo necesario para llegar a la meta. Sabemos que lo difícil seguirá después, cuando el corte de cintas haya pasado, y será siempre así. El desafío que tiene cualquier institución noble, solidaria, que solo se mantiene en base a la donación más valiosa de todas, esa que no tiene precio, que no se puede comprar ni reponer: vida, tiempo, dedicación, que se resta a lo privado para volcarlo en lo colectivo, en los otros. La humanidad seguirá latiendo mientras haya gente así. Pero eso será mañana. Todos sabemos que hoy Silvia hubiera estado feliz, muy feliz de ver tanta gente estos últimos días, acudiendo a pintar las paredes de Mimarte, a poner los frutales, a cuidar los detalles, a hacer el mural del frente. Hubiera estado feliz de vernos, toda esta gente junta, celebrando la concreción del nuevo nacimiento que tanto soñó para Mimarte. Fabian Vernetti
Ver noticia original