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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 04/12/2025 16:37
La proliferación de satélites comerciales eleva el riesgo de que los telescopios pierdan capacidad de detección clave para la seguridad planetaria, alertan científicos (Freepik) El cielo dejó de ser un territorio silencioso y estable. Durante la última década, el crecimiento acelerado de satélites en la órbita baja transformó un espacio relativamente ordenado en un entorno saturado, dinámico y cargado de riesgos. Lo que empezó como una carrera por mejorar las telecomunicaciones terminó convertido en un fenómeno con impacto científico, ambiental y de seguridad planetaria. La NASA, numerosos centros de investigación y expertos independientes coinciden en que el volumen de objetos en órbita ya afecta la observación astronómica, genera peligros para misiones en curso y multiplica los incidentes por caída de restos. Fragmentos de satélites y cohetes cayeron en zonas habitadas de Estados Unidos Polonia y Canadá, un indicador del peligro creciente asociado a la basura espacial (YouTube/WLOS News 13) Los telescopios espaciales, diseñados para mirar el universo sin la distorsión de la atmósfera, hoy enfrentan un obstáculo inesperado: las estelas luminosas de miles de satélites comerciales que cruzan sus imágenes y comprometen la calidad de los datos. Y mientras los instrumentos luchan por distinguir galaxias o explosiones distantes, la basura espacial acumulada agrega un riesgo creciente, tanto en órbita como en la superficie terrestre. En este escenario, el impacto sobre la detección de asteroides potencialmente peligrosos deja de ser un tema técnico y se convierte en una preocupación global. Telescopios saturados y un experimento involuntario en la órbita La basura espacial es el conjunto de desperdicios generados por el lanzamiento de satélites al espacio. (Evreka) La advertencia inicial sobre este fenómeno llegó de la mano de un estudio de la NASA publicado en Nature. Allí se analizó la proyección de lanzamientos de satélites aprobados para la próxima década. El resultado fue contundente: el número de objetos en órbita se multiplicará por 37. El cálculo incluye principalmente las megaconstelaciones destinadas a servicios de internet satelital, lideradas por la iniciativa Starlink de SpaceX, que ya marcó un ritmo sin precedentes y estimuló que otros países y empresas inicien proyectos similares. “Que Elon Musk haya empezado a lanzar tantos satélites ha provocado que otras potencias digan ‘ahora voy yo’”. La frase, de Alejandro Sánchez, investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía (CSIC), sintetiza el cambio de paradigma. Según él, este aumento exponencial representa un problema “muy grave” porque “nos deja ciegos”. El ejemplo más concreto es el telescopio espacial Hubble, un instrumento clave para estudiar galaxias lejanas y también para monitorear asteroides cercanos a la Tierra. La NASA estima que los satélites ya interfieren en la mitad de sus imágenes. El nuevo estudio profundiza la advertencia. Investigadores dirigidos por Alejandro Borlaff, del Centro Ames de la NASA, simularon 18 meses de observaciones desde cuatro telescopios ubicados en órbita baja: el Hubble, el reciente observatorio SPHEREx, el telescopio chino Xuntian y la misión europea ARRAKIHS. El objetivo fue medir cómo evoluciona la contaminación para distintos escenarios de densidad satelital. Han habido colisiones satelitales que provocaron más basura espacial (Imagen Ilustrativa Infobae) Los resultados fueron sorprendentes incluso para especialistas que siguen el tema desde hace años. Con los 560.000 satélites que ya figuran en planes de lanzamiento, las estelas luminosas afectarán entre el 40% y más del 96% de las imágenes, según el instrumento. En algunos casos, una sola fotografía podría incluir hasta 92 trazos. La cifra sube a 165 cuando se proyecta un millón de satélites en órbita, un escenario que ya no parece improbable. Patrick Seitzer, astrónomo de la Universidad de Michigan, calificó los resultados como “realmente aterradores”. La frase no apunta a una exageración apocalíptica, sino a la certeza de que los telescopios perderán capacidad para detectar fenómenos clave. Entre ellos, la posibilidad de confundir un satélite con un asteroide de trayectoria potencialmente peligrosa. Borlaff lo expresó sin rodeos: “si las imágenes parecen estar llenas de asteroides, es muy posible que se pierda uno real”. La interferencia tampoco se limita a objetos cercanos. Las estelas dificultan la detección de eventos raros y fugaces, como estallidos de rayos gamma, explosiones extremadamente energéticas que ofrecen información sobre la estructura del cosmos. La ciencia espacial pierde eficiencia y, con ella, se reduce la capacidad de anticipar amenazas reales. La constelación de 60 satélites de Starlink vistas más nítidamente que las estrellas (SpaceX) La NASA describe este fenómeno como un “experimento de geoingeniería descontrolado”. No se trata de una metáfora poética, sino de la constatación de que la presencia masiva de satélites cambia el estado del cielo nocturno. La luz reflejada altera observaciones desde tierra y desde el espacio, y la acumulación de objetos muertos en órbita forma un cinturón artificial que no existía en la historia de la Tierra. Las consecuencias ambientales también forman parte del análisis. Muchos satélites ya son visibles a simple vista y generan trazos brillantes que modifican la percepción del cielo nocturno. Para las comunidades astronómicas, indígenas y culturales que dependen de la observación del firmamento, este cambio transforma una experiencia que acompañó a la humanidad desde sus inicios. Una órbita congestionada y un riesgo que cae del cielo Una composición impresionante que muestra una variedad de basura espacial moviéndose con elegancia en la órbita terrestre. Un recordatorio de nuestra presencia en el espacio. (Imagen ilustrativa Infobae) La contaminación visual no es el único problema. La saturación de la órbita baja produjo un aumento notable en las maniobras que los satélites operativos deben realizar para evitar colisiones. Solo en la primera mitad de 2025, SpaceX informó más de 144.000 maniobras de evasión, lo que equivale a una cada dos minutos. El dato ilustra un cielo orbital convertido en autopista abarrotada. De los cientos de miles de objetos que circundan la Tierra, solo entre 7.000 y 13.000 mantienen capacidad de maniobra. El resto, aproximadamente el 94%, pertenece a la categoría de basura espacial: satélites inactivos, fragmentos de colisiones, restos de cohetes y piezas que quedaron en órbita después de misiones pasadas. Algunos se desintegran cuando vuelven a entrar en la atmósfera, pero muchos permanecen en órbita durante años o décadas. Allí funcionan como proyectiles incontrolados que pueden golpear a alta velocidad cualquier nave operativa. La superficie terrestre no queda exenta de la amenaza. En los últimos dos años se registraron varios episodios que demuestran la magnitud del problema. En marzo de 2023, un fragmento metálico de 0,7 kilos perforó el techo de una casa en Florida. La NASA confirmó que provenía de una batería descartada desde la Estación Espacial Internacional. El hijo del dueño de la vivienda estaba en una habitación cercana en el momento del impacto. La NASA advierte que el aumento masivo de lanzamientos afecta la observación de asteroides cercanos a la Tierra, un punto crítico para anticipar posibles impactos (REUTERS/Steve Nesius) En 2024, un fragmento de un cohete Falcon 9 cayó cerca de un depósito en las afueras de Poznan, en Polonia, y otra pieza apareció en un bosque cercano. Un mes después, en Canadá, parte de un satélite Starlink aterrizó en una granja de Saskatchewan. Episodios similares se documentaron en Australia y África. James Beck, de la firma Belstead Research, explicó que “no entendemos completamente el riesgo de los impactos de basura espacial, y podría ser mucho mayor de lo que los operadores de satélites admiten”. Su afirmación se apoya en la incertidumbre del proceso de reingreso. Los operadores buscan que los satélites inactivos se desintegren por completo durante la caída, pero no existe certeza sobre cuánta materia se quema y cuánta sobrevive. SpaceX afirma que sus satélites Starlink están diseñados para desintegrarse por completo. Beck contradijo esa declaración después de estudiar réplicas en túneles de viento. Identificó componentes de titanio y aleaciones especiales capaces de resistir temperaturas extremas. Según su proyección, en satélites de aproximadamente 800 kilos podrían caer dos o tres fragmentos significativos. Estudios recientes estiman que una sola foto astronómica podría contener más de noventa estelas de satélites, lo que reduciría la calidad científica de cada registro (SPACEX) Un estudio dirigido por Aaron Boley, de la Universidad de British Columbia, estimó que áreas densamente pobladas del hemisferio norte tienen un 26% anual de probabilidades de registrar al menos una caída peligrosa. Y si los satélites de megaconstelaciones no se desintegran totalmente, la probabilidad de que una persona resulte herida o muerta por basura espacial podría alcanzar el 10% anual hacia 2035. La FAA, con cálculos similares, prevé un caso cada dos años. El avance acelerado de la industria explica la urgencia. Con casi 13.000 satélites activos hoy y previsiones que superan los 100.000 para la próxima década, la órbita baja se transforma en un ecosistema frágil y vulnerable. La Agencia Espacial Europea anticipa que tres piezas de satélites o cohetes caen por día y proyecta que, hacia mediados de la década de 2030, ese número subirá hasta llegar a decenas diarias. Las consecuencias combinadas —cielos contaminados, telescopios saturados, basura espacial en aumento y riesgo creciente para personas en tierra— muestran que la actividad espacial dejó de ser un dominio exclusivo de grandes agencias y adoptó una escala industrial. El incremento de satélites en órbita baja complica la detección de fenómenos cósmicos fugaces, un desafío que compromete la comprensión de eventos de alta energía (EFE) El impacto ya no afecta solo a misiones científicas: compromete la seguridad planetaria, la calidad de los datos que permiten anticipar amenazas reales y la estabilidad de un entorno que la humanidad utilizó durante décadas sin imaginar que podía saturarse. El desafío, ahora, consiste en recuperar control sobre un cielo cada vez más caótico. La ciencia advierte que la próxima década será decisiva para definir si la órbita baja se mantiene utilizable o si se convierte en un espacio donde cada misión pierde eficacia. En un planeta que depende de satélites para comunicaciones, clima, navegación y defensa, la respuesta determinará no solo el futuro de la astronomía, sino también el de la vida cotidiana en la Tierra.
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