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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 04/12/2025 14:33
La física cuántica rechaza el determinismo (Imagen Ilustrativa Infobae) La ilusión de explicar la política argentina En la Argentina todos explican la política, pero nadie la dilucida. Las encuestas fallan, los diagnósticos se contradicen y las narrativas se reescriben después de los hechos. La física cuántica enseña que el conocimiento más profundo de la realidad debe renunciar al determinismo. Y quizá convenga preguntarse si los fenómenos sociales, económicos y políticos —en particular en nuestro país— no deberían abordarse aceptando un grado inevitable de indeterminación en el comportamiento individual pero también colectivo. Tras cada elección, politólogos y periodistas se lanzan, con admirable seguridad, a explicar lo ocurrido. Lo habitual es que esas explicaciones no solo difieran, sino que se contradigan entre sí. La diversidad interpretativa no es un problema en sí misma; al contrario, expresa vitalidad democrática. Lo inquietante es que esa diversidad conviva con la idea de que debería existir una explicación única y definitiva de lo social. Sin embargo, en la ciencia política —como en el resto de las ciencias sociales— la explicación fuerte, determinista y causal es imposible: la estructura misma de los fenómenos sociales lo impide. Aquí aparece una analogía fértil con la física cuántica: la teoría más predictiva jamás concebida, pero también la menos explicativa en los términos clásicos de causa y efecto. La idea no es explicar la realidad argentina ni “decodificarla”, sino algo más incómodo: entender por qué las interpretaciones divergen tanto, y por qué esa divergencia surge, en parte, del punto de vista previo que inevitablemente orienta a cada intérprete, pero también de la propia estructura indeterminada de lo social, y no exclusivamente de eventuales errores de lectura de los analistas. El ideal determinista y su fracaso en las ciencias sociales Desde la Ilustración heredamos un sueño: el de un mundo completamente inteligible si se acumulan suficientes datos. Laplace llevó este ideal a su versión más ambiciosa al imaginar un universo totalmente predecible. Es el sueño del mundo-reloj. Ese modelo impregnó a economistas, sociólogos y politólogos, que buscaron leyes universales capaces de explicar —y eventualmente prever— los procesos históricos. Pero la historia demuestra la imposibilidad de esa empresa. La caída del Imperio Romano de Occidente es un ejemplo clásico: ni siquiera los mayores historiadores coinciden en una causa principal. El cristianismo, la economía esclavista, las invasiones bárbaras, la lucha de clases: cada hipótesis ilumina algo distinto y deja zonas completas sin explicar. La multiplicidad de causas y su retroalimentación impiden establecer un “mecanismo” determinista. Autores tan antagónicos como Comte o Marx intentaron formular leyes universales de lo social, pero ninguno logró un marco predictivo equivalente al de la física clásica. El Newton de las ciencias sociales nunca apareció: los procesos sociales no se comportan como sistemas mecánicos, sino como sistemas abiertos, cambiantes y saturados de incertidumbre. Autores tan antagónicos como Comte o Marx intentaron formular leyes universales de lo social La cuántica: cuando la ciencia renuncia a explicar La cuántica predice con enorme precisión el comportamiento estadístico de un sistema, aunque no pueda explicar qué hace cada partícula individual. El famoso experimento de la doble rendija lo muestra de forma elocuente: los electrones generan un patrón de interferencia como si cada uno atravesara las dos rendijas a la vez, pero si se coloca un detector para observar su trayectoria, el patrón desaparece y el electrón actúa como si solo hubiera pasado por una. El electrón modifica su comportamiento según lo que se le pregunte y en qué momento, recordándonos que el acto de observar altera el resultado. Si la física más rigurosa renuncia a explicar causalmente el comportamiento de un electrón, pretender que las ciencias sociales puedan explicar de modo determinista los fenómenos políticos resulta directamente desmesurado. La predicción —anticipar un efecto futuro a partir de causas previas— nunca fue su punto fuerte. Por eso las ciencias sociales recurren a la retrodicción: reconstruir hacia atrás supuestas causas a partir del resultado final. Pero esto es, en gran medida, una ilusión narrativa. Así como los historiadores no pueden demostrar que una causa haya sido verdaderamente determinante, después de cada elección todos “explican” por qué ganó tal o cual, aunque ese tipo de explicación sea apenas una reconstrucción retrospectiva cuidadosamente armada para que la historia parezca coherente. Varias consultoras mostraban a Massa estabilizado y a Milei lejos de cualquier escenario competitivo en las PASO de 2023. Mediciones que perturban: encuestas, tapas y trending topics En cuántica, medir es perturbar. La medición no revela un estado previo: lo fuerza a colapsar, a adquirir uno de los estados posibles. Del mismo modo, las encuestas, las tapas y los trending topics —y, cada vez más, la circulación de fakenews— no solo registran opinión pública: la producen, forman parte del fenómeno que dicen medir. La encuesta que “acierta” coincide únicamente con el colapso final del sistema: el momento en que una multiplicidad de posibilidades se reduce a un único resultado. Es el diario del lunes: una descripción del último estado antes de la votación, no de una “voluntad popular” fija y preexistente. Un ejemplo claro fueron las PASO de 2023. Varias consultoras mostraban a Massa estabilizado y a Milei lejos de cualquier escenario competitivo. Esa imagen moldeó expectativas, ajustó estrategias de campaña, reorientó recursos e influyó en la conducta de votantes tácticos e indecisos; el resultado —Milei primero— no desmintió una foto previa: mostró que la medición había intervenido en el sistema que pretendía describir. Algo similar ocurrió con la irrupción de Milei: primero se lo subestimó, luego se lo sobredimensionó. En ambos casos, el dispositivo mediático alteró el comportamiento electoral que buscaba medir. Las grietas políticas desde 1930 pueden leerse como intentos de forzar un colapso: obligar al cuerpo social a definirse en binarios rígidos (peronismo/antiperonismo, orden/caos, patria/anti patria) en un sistema que, en realidad, vive en una superposición de identidades, lealtades y miedos. Desde un esquema determinista, resulta imposible explicar “biografías” electorales aparentemente dispares como las de quienes votaron a Menem en 1989, a la Alianza en 1999, a Kirchner en 2003, a Macri en 2015 y a Milei en 2023. EM/JP No-conmutatividad: el orden de las preguntas altera el resultado En cuántica, medir primero una magnitud y luego otra produce resultados distintos que hacerlo al revés. La política no es diferente. Preguntar primero por inflación y luego por seguridad produce una respuesta; invertir el orden, otra distinta. Si una votante piensa primero en su bronca contra la dirigencia política y solo después en su bolsillo, el sistema de creencias que se activa es distinto al que aparece si primero se le pregunta por su salario o por el precio de los alimentos. Las explicaciones periodísticas suelen borrar esa complejidad y reconstruir un relato causal lineal que ignora interferencias, idas y vueltas, cambios de humor y equilibrios inestables. La no-conmutatividad queda oculta bajo el resultado final, lo que explica parte de la divergencia entre encuestas y diagnósticos políticos. Superposición de estados: cuando los votantes están en más de un “lugar” a la vez En cuántica, un sistema puede estar en una superposición de estados: el electrón no está “aquí” o “allá”, sino en ambos lugares a la vez, múltiples posibilidades coexisten hasta que la observación fuerza un colapso. El electorado argentino funciona igual. Un votante puede querer orden y, al mismo tiempo, castigar a la dirigencia; puede pedir más mercado y reclamar más Estado; puede combinar miedo, bronca y esperanza en proporciones cambiantes. No es incoherencia: es superposición de disposiciones políticas que se resuelven frente un estímulo concreto. Desde un esquema determinista, resulta imposible explicar “biografías” electorales aparentemente dispares como las de quienes votaron a Menem en 1989, a la Alianza en 1999, a Kirchner en 2003, a Macri en 2015 y a Milei en 2023. Desde el principio de superposición, ese patrón se vuelve comprensible: cada voto es el colapso de tensiones y deseos ya presentes. El voto no revela la esencia del votante: revela qué estado terminó colapsando en ese momento histórico. Además, las encuestas no registran cómo un hecho afecta realmente al individuo, sino cómo el individuo cree que lo afecta. Y son esas creencias —junto con los hechos, pero no siempre en la misma proporción— las que terminan influyendo en sus decisiones. El voto no revela la esencia del votante: revela qué estado terminó colapsando en ese momento histórico.REUTERS/Cristina Sille Creer para comprender: el origen de los desacuerdos en ciencias sociales Las ciencias sociales suelen presentar sus conclusiones como si surgieran de un conocimiento neutral. Pero todo analista está condicionado por su marco teórico, su ideología y su necesidad de pertenecer a una comunidad intelectual. Werner Heisenberg lo expresó con brutal honestidad: las teorías se sostienen menos por su coherencia que por el deseo de participar en su desarrollo. Agustín de Hipona lo había anticipado siglos antes: primero se cree, y luego se comprende. Toda creencia parte de presupuestos previos, aunque a menudo se los pase por alto. El intérprete no solo observa desde una teoría previa: selecciona, jerarquiza y descarta hechos según ese marco, y lo defiende porque ya cree en esa mirada y quiere contribuir a sostenerla. Por eso cada analista acomoda la realidad a su marco más de lo que admite: no por mala fe, sino porque comprender siempre implica creer antes. De ahí que existan distintas percepciones de un mismo período: la década de los 90, Cambiemos o el Frente de Todos pueden leerse como éxitos, fracasos, traiciones o anomalías según los presupuestos que operan en cada interpretación. La epistemología recuerda que siempre es posible acomodar la realidad a una teoría y eludir contraejemplos mediante ajustes ad hoc. Todas las ideologías —como las religiones— poseen una sorprendente elasticidad para blindarse frente a evidencias incómodas. Cuando informar, interpretar y opinar se vuelven lo mismo En el periodismo se suelen mezclar cuatro roles: describir, interpretar, opinar e investigar. En los grandes medios estos roles se suelen superponer: el cronista editorializa, el editorialista interpreta datos que no tiene, el panelista opina sobre cualquier tema, el conductor se autoproclama intérprete de “lo que la gente siente”. El panelismo televisivo es el laboratorio perfecto de esta mezcla: diagnósticos que cambian semana a semana, narrativas que se derrumban en horas, categorías que se invierten según la coyuntura. Muchos periodistas confunden el derecho a opinar sobre lo que saben con un supuesto deber de opinar sobre lo que no saben. La honestidad no consiste en renunciar a opinar, sino en explicitar desde qué marco se habla. Y en admitir que una opinión puede ser legítima sin estar necesariamente bien fundada. No todas las opiniones son igualmente justificadas, aunque todas tengan derecho a expresarse. Las ciencias sociales deben aceptar que la política se parece más a la mecánica cuántica que a la clásica. Democracia en tiempos de incertidumbre Las ciencias sociales —y también el periodismo político— deben aceptar que la política se parece más a la mecánica cuántica que a la clásica: sistemas indeterminados, superposiciones, interferencias y observaciones que alteran el fenómeno que buscan describir. Aceptar que no podemos explicarlo todo —al modo determinista de “si sucede A, ocurrirá B”— pero sí comprender mejor, preguntar mejor y fortalecer las instituciones democráticas y el Estado de derecho, hoy cuestionados. Porque solo esas instituciones son capaces de resistir los shocks de un mundo inherentemente indeterminado y de garantizar que, aun en la incertidumbre, la justicia, la pluralidad y la libertad política sigan siendo un horizonte posible y defendible.
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