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» Amanecer
Fecha: 01/12/2025 13:37
En diálogo con Una Puerta Abierta, el padre Rolando “Cacho” González compartió el profundo aprendizaje que le dejó su misión pastoral en distintas comunidades de la diócesis, especialmente en Villa Ocampo, donde vivió una experiencia ecuménica tan intensa como poco habitual. Contó que su paso por La Sarita, Vera, Malabrigo y luego Villa Ocampo lo puso en contacto con realidades diversas, pero que fue allí donde descubrió una vivencia de fe compartida muy particular. En distritos como El Sombrerito y Arroyo Saibal, conviven y participan activamente católicos, adventistas, valdenses y evangelistas. La EFA de Saibal, con jóvenes de distintos credos, también dio forma a un espacio donde las celebraciones y encuentros tienen desde siempre una fuerte impronta ecuménica. El padre Cacho destacó que esta convivencia no es algo esporádico: existen actividades fijas, encuentros, oraciones y celebraciones organizadas junto a pastores de otras iglesias, muchas veces convocadas por la municipalidad o instituciones educativas. Esto lo llevó a un nivel de diálogo y trabajo conjunto que no imaginaba vivir como sacerdote. “Lo que en otros lugares es un deseo, en Ocampo se pone en práctica”, expresó. Sobre el balance personal, fue claro: El ecumenismo es ante todo obra del Espíritu Santo . . La oración compartida es el centro de todo. La apertura del corazón permite el encuentro real con el hermano. La comunidad se enriquece cuando se respeta la diversidad y se camina juntos. Recordó momentos muy significativos, como las acciones de gracias de los estudiantes de quinto año, donde católicos, evangelistas y valdenses oran juntos; o los encuentros por la patria, las bendiciones comunitarias, y las celebraciones preparadas codo a codo con los distintos pastores. También subrayó que esta experiencia transformó la vida cotidiana: “Nos empezamos a encontrar, a conocernos, a saludarnos, a compartir la vida. Eso también es obra del Espíritu”. El diálogo se cerró con una reflexión común: el ecumenismo fortalece, enriquece y abre caminos de comunión, especialmente cuando nace del respeto, la escucha y la certeza de que Dios habita en cada persona.
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