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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 01/12/2025 05:09
Juan tenía 2 años recién cumplidos cuando su mamá Graciela Parón falleció, víctima de un cáncer de mama Cuando era pequeño, Juan Manuel Atondo (36) hacía siempre la misma pregunta al salir del jardín: “¿Por qué no me viene a buscar mi mamá? ¿Dónde está mi mamá?”. Tenía “tres o cuatro años” y aún no sabía que ella había muerto de cáncer cuando él tenía dos. Su papá —viudo a los 40— evitaba el tema y trabajaba todo el día. Quien lo retiraba del jardín era la mujer que limpiaba en su casa. Durante más de treinta años, Juan Manuel convivió con ese vacío, un vacío que solo conocen aquellos que perdieron a una madre o a un padre en la infancia. No tenía ningún recuerdo propio de su mamá. Esa sensación lo acompañó hasta 2022, cuando, en plena refacción de la casa familiar, encontró unas cajas viejas en el altillo del quincho. Al abrirlas, apareció una carta escrita a mano por su madre y un video en formato VHS donde la escuchó por primera vez en su vida. La vio moverse, reír y jugar con él. “Yo sabía que mi mamá me había querido, pero jamás lo había podido sentir. Ahora sé que me quiso de verdad”, le dice a Infobae. Desde Leipzig, la ciudad alemana donde se instaló en mayo de 2025 junto a su pareja, cuenta cómo fue ese hallazgo, la señal que tuvo unos meses antes y la historia detrás de su nombre. Algunos fragmentos del video que encontró Juan Manuel y donde se lo ve interactuando con su madre El niño que hablaba mirando hacia el cielo Juan Manuel nació el 18 de julio de 1989. Su madre, Graciela Parón, falleció en 1991, una semana después de que él cumplió dos años. “Tenía cáncer de mama. Lo ocultó y cuando se lo diagnosticaron ya era irreversible”, cuenta. La muerte ya se había hecho presente en la familia Atondo. Su papá, Raúl Alcides, había perdido a sus propios padres y, en 1993, a un hermano Omar, un reconocido futbolista de Junín. La seguidilla de duelos fue tan dura que las tías del niño se ofrecieron a adoptarlo, convencidas de que podían darle una vida más estable. Raúl, que había envejecido de golpe —“Se llenó de canas: era un copo de nieve”, dice Juan— se negó: quería criarlo él. Aun así, Juan asegura que tuvo una infancia feliz. “Hice mucho deporte. Mi viejo me lo inculcó desde muy chiquito. A los cinco o seis empecé a jugar al básquet”, recuerda. Para ese entonces, él y su papá ya se habían mudado a la localidad bonaerense de Adrogué, en zona Sur. Fue en esos años cuando su padre, sin vueltas, le contó lo que había pasado con su madre. “Me explicó lo que era la muerte, cuando una persona deja de respirar. Cómo él era muy religioso, me contó acerca del alma y me dijo que si quería hablarle a mi mamá, mirara el cielo, que ella iba a estar ahí”, dice. Juan lo intentó más de una vez. Recuerda un campamento del colegio: se apartó del grupo, se sentó bajo un árbol y miró las estrellas tratando de comunicarse con ella. “Desistí porque no me contestaba”, cuenta ahora. Junto a sus padres, Graciela y Raúl Lo que no se decía Juan creció sabiendo que había preguntas que su papá prefería esquivar. Si sus inquietudes tenían que ver con cómo había conocido a su mamá o cuánto tiempo habían estado de novios, Raúl respondía sin problemas. Pero cuando las preguntas avanzaban hacia la enfermedad, el hombre se cerraba. “Trataba de evitarlo”, resume Juan hoy. La familia materna podría haber sido un refugio para esas respuestas, pero ese lazo estaba roto. Su papá se había distanciado de todos, convencido de que no habían acompañado lo suficiente durante el tratamiento y porque le debían un dinero que nunca volvió. Pasaron años hasta que Juan recibió un mensaje por Facebook de su tía Iris, la hermana menor de Graciela. Ese reencuentro, a sus 19 años, le devolvió piezas que no sabía que necesitaba: fotos, anécdotas, libros y un abrigo de piel que todavía conserva. Recién entonces supo, por ejemplo, que Graciela había trabajado como vendedora de zapatos, que le gustaba la moda y que solía hacerse pequeñas producciones de fotos en las que su esposo hacía de fotógrafo. Fue su primer acercamiento a la mujer a la que no recordaba. “A pesar de que yo tuve mamá hasta los dos años, como no la recuerdo, nunca pude hacer un duelo”, dice. Con su padre fue distinto. “Cuando falleció mi viejo, la vida me pegó un cachetazo. Mi viejo era todo”. “A los 19, cuando me reencontré con las hermanas de mi mamá, me contaron que a ella le gustaba mucho la moda y que solía maquillarse y sacarse fotos”, cuenta Juan El hallazgo Raúl Atondo murió el 10 de noviembre de 2022. Meses después, en febrero de 2023, Juan volvió a la casa familiar de Adrogué. Vivía en Banfield, pero necesitaba estar ahí: había adoptado a Cleo —una perra que llegó un mes antes de que su papá falleciera— y quería refaccionar la vivienda para alquilarla e irse del país. Hacía tiempo que pensaba en emigrar, pero se había quedado para acompañar a su papá, que estaba delicado de salud. Antes del hallazgo, Juan había vivido una situación inexplicable. En un McDonald’s, la pareja de uno de sus primos de Junín —una mujer que no lo conocía y que se presentó como médium— le dijo que había “más cosas” de su mamá que él todavía no había encontrado. Él no le dio importancia en ese momento, pero la frase quedó dando vueltas. La carta apareció mientras refaccionaba el quincho, un espacio grande con un altillo lleno de objetos acumulados: herramientas, restos de la mercadería que su papá vendía y cajas que nadie había vuelto a abrir. Entre esos montones vio un folio con papeles, fotos y algo más: “Empecé a revisar y encontré una carta escrita por mi mamá. Fue el primer contacto real que tuve con ella”. Al leerla, se quebró. “Lloré como un condenado”, admite. La hoja, fechada el 17 de mayo de 1989, había sido escrita por Graciela desde la oficina de su esposo, embarazada, hablándole al hijo que estaba por nacer. Le contaba cómo lo esperaba, por qué había elegido sus nombres —Carolina si era nena, Juan Manuel si era varón— y detallaba que el suyo lo había tomado de Juan Manuel de Rosas, “un nombre con fuerza”, según escribió ella. Cerraba con un “Te queremos mucho” que él nunca había escuchado de su propia madre. “Saber por qué me llamo Juan Manuel es un montón. Y ver escrito ‘Te quiero mucho’ me pegó muchísimo. La leía así —dice, extendiendo los brazos— porque si la acercaba iba a empaparla con mis lágrimas”. La carta que le escribió su mamá mientras estaba embarazada de él “Ahora sé que mamá me quiso de verdad” Después de leer la carta, Juan volvió a hablar con la médium. Ella le dijo que lo que había encontrado era “una carta de bienvenida al mundo” y que, para que su mamá “fuera libre”, él debía escribir una despedida. Juan lo hizo: le dijo que había crecido, que era un hombre hecho y derecho, que si alguna vez la necesitaba la iba a llamar, pero que quería que ella estuviera tranquila. Leyó esa carta en voz alta, encendió una vela, la quemó y arrojó las cenizas en una planta. “Creció un montón”, dice. El video en formato VHS, si bien había aparecido en simultáneo, se demoró en verlo porque lo mandó a digitalizar. “Volví con un pendrive, puse play y apareció mi vieja… No podía parar de llorar”, cuenta. “Era ese nene de dos años que no había tenido a su mamá. Le ponía pausa, rebobinaba”. En uno de los videos ella juega con él en la cama, grita, lo hace reír. Juan —“gordito y feliz”— salta como puede sobre el colchón. En otro, ella lo está amamantando. También aparecen personas que él no llegó a conocer: los abuelos paternos, fallecidos antes que su mamá. “Mientras iba armando recortes, porque el video dura más de una hora, se los mandaba a mi tía. ‘Mirá lo que encontré’, le decía. ‘Ahí aparecías vos de joven’”. Después se lo mostró a Laura, su novia, y a su mejor amigo, Alejo. “Andaban todos recontentos. Hay mucha gente que perdió familiares y no recuerda la voz. Yo soy un afortunado”, dice. Según Juan, después de ver esas imágenes, cambiaron muchas cosas en su interior: “Hubo una respuesta que siempre necesité, que era saber si mamá me había querido. Yo lo sabía, pero jamás lo había podido sentir porque era un bebé. Ahora sé que me quiso de verdad. Vi cómo me jugaba, cómo me sostenía y me alimentaba… Me hizo muy feliz”. También encontró parecidos. “Los rasgos finos de la cara son de mi vieja. El color, la nariz, las pestañas. Después, lo grueso, es mi viejo. La altura, el pelo… todo eso es mi viejo”. Laura y Juan se conocieron en 2022 en Nueva York. Primero ella se vino a vivir a Argentina y ahora se fueron juntos a Alemania Hoy Juan vive en Leipzig, Alemania. Se mudó en mayo de 2025 junto a Laura —una alemana quince años menor que él, a quien conoció en un viaje a Nueva York—. Ella estudia técnica en anestesiología; él trabaja de manera remota para una empresa de Estados Unidos. El plan —dice— es quedarse allá hasta que su novia se gradúe y luego volver a Argentina. Mientras tanto van a aprovechar para viajar y conocer Europa. A veces, cuando camina por la ciudad o cuando sale a pasear a su perrita Cleo, Juan vuelve a pensar en todo lo que apareció dentro de aquellas cajas. “Tuve que procesarlo”, dice. Y hay algo más. Lo cuenta con pudor, pero sin negar lo que siente: desde hace años, cada tanto, lo rodean mariposas blancas. “Al principio era solo una, ahora son dos. Siento que son mis viejos”, se despide. Cleo, la perrita que adoptó unos meses antes de perder a su papá
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