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Parana » AIM Digital
Fecha: 01/12/2025 04:03
La contaminación del agua con arsénico es un problema silencioso que afecta a numerosas regiones de Argentina, especialmente en áreas donde las familias dependen de pozos o de redes con controles insuficientes. En ese contexto, muchas personas apuestan a filtros domiciliarios como solución rápida. Pero, ¿sirven todos por igual? ¿Realmente reducen el riesgo? A partir de informes técnicos y trabajos científicos, AIM constató que no cualquier filtro garantiza la eliminación del arsénico. El arsénico es un metaloide presente de manera natural en el suelo y el agua subterránea. La exposición prolongada por encima de los niveles recomendados puede generar enfermedades graves, entre ellas distintos tipos de cáncer y problemas cardiovasculares. Por eso, reducir su presencia en el agua de consumo no es un asunto menor sino una necesidad de salud pública. Según el informe al que accedió AIM, solo ciertas tecnologías demostraron eficacia sostenida para remover arsénico. Una de las más confiables es la ósmosis inversa: sistemas instalados bajo mesada que retienen metales y sales al hacer pasar el agua por una membrana extremadamente fina. Distintos estudios muestran remociones superiores al 90 por ciento cuando el equipo está correctamente instalado y mantenido. Sin embargo, si la membrana se satura o la presión no es la adecuada, el rendimiento cae de forma marcada, supo AIM. Otra alternativa destacada son los filtros que utilizan materiales adsorbentes específicos, como alúmina activada u óxidos de hierro. Estas sustancias “atrapan” el arsénico al contacto con el agua. Funcionan bien en contextos domiciliarios, pero requieren un diseño adecuado a la calidad del agua de origen: el pH, la dureza y la presencia de otros minerales pueden competir con el arsénico y reducir su captura, indicaron especialistas consultados en informes revisados. También existe la tecnología de intercambio iónico, menos difundida a nivel hogareño. Puede ser muy efectiva, pero demanda controles periódicos y regeneración de la resina, lo que limita su adopción masiva si no hay acompañamiento técnico. Lo que sí quedó claro es que los filtros comunes que mejoran sabor y olor —como las jarras filtrantes o los cartuchos simples de carbón activado— no resuelven el problema. “Agua más rica no asegura agua más sana”, constató AIM al analizar sus especificaciones técnicas. En muchos casos, la concentración de arsénico queda prácticamente igual, pese a que desaparece el gusto a cloro. Los informes consultados remarcan que la certificación es clave: para afirmar que reducen arsénico, los equipos deben cumplir normas internacionales que verifican su desempeño frente a concentraciones elevadas del contaminante y durante toda la vida útil declarada. De lo contrario, el usuario queda librado a la confianza en etiquetas que pueden ser engañosas. Además, la eficacia no es eterna. Cuando los cartuchos se saturan, dejan de proteger y generan una peligrosa sensación de seguridad. Por eso, el mantenimiento regular, los recambios en tiempo y forma y los controles periódicos del agua filtrada resultan indispensables. En programas piloto de la región, AIM supo que muchos dispositivos fallaron antes de lo previsto simplemente porque se los utilizó más allá del volumen para el que habían sido diseñados. Aunque las soluciones domiciliarias demuestran que es posible reducir el riesgo, los especialistas señalan que no reemplazan las políticas estructurales de acceso a agua potable segura. Donde los niveles de arsénico son altos, el Estado debe garantizar obras, monitoreo constante y asistencia técnica a las comunidades. Mientras esos cambios no lleguen, elegir un filtro adecuado, certificado y con acompañamiento técnico puede marcar una diferencia concreta en la salud. La evidencia analizada por AIM indica que la tecnología existe, funciona y está disponible. Pero exige algo simple y, a la vez, fundamental: información clara para decidir y responsabilidad para sostener su uso.
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