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  • Tres «visitas»de Dios al mundo

    » Diario Cordoba

    Fecha: 30/11/2025 22:06

    Otoño, nuevo Año litúrgico, Adviento... Tres compases para los creyentes cristianos que contemplan ya cercana la Navidad. El otoño nos trae siempre la voz de los poetas que nos hablan de la naturaleza que necesita «desvestirse» y «desprenderse de las hojas muertas», las de los árboles más frondosos y las «hojas propias, personales, íntimas y profundas», cansadas de vivir y de buscar sin encontrar, «despeñándose en el estanque solitario del alma». El Año litúrgico rememora la vida de Jesús de Nazaret, transparentada en la Palabra de Dios e interpretada vivencialmente por el Pueblo de Dios, que camina hacia la Casa del Padre. Dios realiza tres «visitas» a la humanidad: la primera «visita» tuvo lugar con la Encarnación, el Nacimiento de Jesús en la cueva de Belén; la segunda «visita», llamada también «visita intermedia», tiene lugar en el presente: el Señor nos visita continuamente, cada día, camina a nuestro lado y su presencia nos reconforta; la tercera y última «visita» tiene lugar cada vez que rezamos el Credo: «De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos». En el evangelio que hoy se proclama en las eucaristías dominicales, el Señor nos habla de esta última visita, la del final de los tiempos, y nos dice cuál es la meta de nuestro camino. La Palabra de Dios resalta el contraste entre el desarrollo normal de las cosas, la rutina cotidiana, y la llegada inesperada del Señor. Dice Jesús: «En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca, y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos». Impresiona pensar en las horas que preceden a una gran calamidad: todos están tranquilos y se comportan como siempre, sin darse cuenta de que su vida está a punto de cambiar. El Evangelio no quiere asustarnos, sino abrir nuestro horizonte a una dimensión nueva, más grande, que por una parte da una importancia relativa a las cosas cotidianas, y por otra las valora y considera decisivas. La relación con el Dios cercano ilumina cada gesto, cada cosa, con una luz diferente, le da profundidad, valor simbólico. Es también una invitación a la sobriedad, a no dejarnos dominar por las cosas de este mundo, por el materialismo, que debemos aprender a mantener a raya. Dejarse condicionar y dominar por él impide tomar conciencia de que hay algo mucho más importante: el encuentro final con el Señor. Lo cotidiano debe tener ese horizonte: el encuentro con el Señor, que viene a por nosotros. Es una invitación a «estar alerta» porque no sabemos cuándo vendrá y debemos estar preparados. El Adviento, que hoy comienza -color morado en los ornamentos de los sacerdotes, brisa penitencial, las cuatro velas simbólicas en la «corona de Adviento»-, es, desde la orilla de la fe, «un tiempo de silencio interior, de examen de conciencia, de reflexión personal, de conversión a Dios». El Adviento es una llamada a ensanchar el horizonte de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por las novedades que la vida nos ofrece a diario. Nos preparamos para vivir algo grande, algo que vale la pena. Hoy, como nos dice el profeta Isaías en la primera lectura de las misas, seguimos esperando que «de las espadas se forjen arados, y de las lanzas, podaderas», un verdadero sueño que acuñar en nuestro interior. Qué hermosos los versos de José María Valverde, acordes con el otoño, con el Adviento, con el paso del tiempo: «... Y ya cuento mis años / por relevos de rosas».

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