28/11/2025 12:05
28/11/2025 12:00
28/11/2025 12:00
28/11/2025 12:00
28/11/2025 12:00
28/11/2025 12:00
28/11/2025 11:59
28/11/2025 11:59
28/11/2025 11:59
28/11/2025 11:58
» Diario Cordoba
Fecha: 28/11/2025 11:27
La vida siempre se mueve con la muerte como sombra. Está con nosotros en cada paso, en cada decisión. Vivir con sentido significa llegar a ese punto donde puedes decir: «Si hoy fuera el final, estaría bien, porque mi vida ha tenido significado y ha tenido valor». El lenguaje que tú y yo creamos dejará de hablarse. Esa silla, que siempre ha sido tuya, otro la ocupará. Crecerán mis ganas de mirar al cielo y buscar cualquier excusa para creer que sigues conmigo: «Si esa nube se mueve significa que estás ahí». Te extraño cuando todo va mal (¿cómo no voy a querer que estés conmigo cuando necesito un abrazo que borre mis ganas de rendirme?), pero también cuando la vida me sonríe (¿cómo no voy a querer brindar contigo por los sueños cumplidos que una vez soñamos?). Me gusta pensar que el amor que no pude darte no desaparece, que cambia de forma y encuentra otros caminos. A veces se disfraza de tus gestos, los que aprendí de ti casi sin darme cuenta. A veces viene en forma de recuerdo, tan vívido que casi parece que pudiera tocarte. Y, a veces, llega desde otros hacia mí cuando me dicen: «¡Cómo me recuerdas a esa persona!». Es como si llevara pedazos tuyos sin saberlo, como si tu manera de estar en el mundo aún siguiera respirando a través de mi forma de ser. Y supongo que ahí es donde vuelvo a esa idea: hay dos formas de sentir la muerte. La que te quita y la que te deja algo. Yo elijo quedarme con esta última, porque en ella sigues conmigo de alguna manera. No puedo controlar el día en que te irás, pero sí la forma en la que te vivo: disfrutándote, valorándote, queriéndote hasta que el tiempo me lo permita. Y así es como el dolor, en lugar de ser un peso, se convierte en el motor que me obliga a amar, porque conozco el precio del silencio. Ese es el verdadero legado que deja quien se va: la fuerza para no ser cobarde con mi propia vida, para no dejar nada en el tintero, para ser consciente de la finitud del tiempo, del tiempo compartido. Su vida, al final, me enseñó cómo debo vivir la mía. Esa es mi certeza, la única que me permite mirar hacia adelante sabiendo que mi historia está completa gracias a la suya. Esto lo escribo ahora, con luces y villancicos en cada rincón, porque la Navidad duele un poco más cuando alguien falta. Mi deseo es que ese vacío no nos impida celebrar lo que todavía tenemos a nuestro lado. Porque siempre, siempre, habrá un motivo que nos haga volver a reencontrarnos en una sobremesa. El mantra que me acompaña lo dijo Rosalía en una canción: «Y si mi alma se derrama y la falta de pasado es el olvido, cuando muera solo pido no olvidar lo que he vivido». Por los que ya no están pero sí están. *Psicóloga
Ver noticia original