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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 27/11/2025 05:05
Parroquia Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, ubicada en Parque Chacabuco París, ciudad de luces eternas y sombras profundas, guarda en su corazón un secreto que ha iluminado millones de almas durante casi dos siglos. No es un palacio barroco ni un boulevard haussmanniano, sino una modesta capilla en la Rue du Bac, número 140, donde el 27 de noviembre de 1830 una joven novicia de 24 años, Catalina Labouré, vio por primera vez a la Virgen María no como figura etérea, sino como madre cercana, con brazos abiertos derramando gracias como rayos de sol. Aquella visión no fue un sueño fugaz: fue el nacimiento de la Medalla Milagrosa, un objeto humilde de metal vuelto faro de conversiones, sanaciones y esperanzas en los rincones más oscuros del mundo. Hoy, más de un siglo después, esa devoción cruza océanos y llega al sur, a un santuario en el Parque Chacabuco de Buenos Aires, donde vitrales multicolores narran la misma historia de gracia infinita. Esta es la crónica de una medalla acuñada no en oro, sino en milagros; de una santa que vivió en anonimato y de una fe que, como río subterráneo, brota en barrios porteños. Imaginemos la escena: julio de 1830, el calor parisino ahoga calles empedradas del barrio de los Inválidos. Francia hierve en vísperas de la Revolución de Julio, torbellino de barricadas que derrocará a Carlos X y abrirá era de incertidumbre. En medio del caos, Catalina Labouré, nacida en 1806 en humilde pueblo borgoñón de Fain-lès-Moutiers, sueña con vida religiosa. Hija de agricultor viudo, menor de once hermanos, pierde a su madre a los nueve y crece entre aroma de tierra y peso de responsabilidades. “No llores, mi niña; algún día verás a Nuestra Señora en el Cielo”, le dice su madre al morir colgando una medalla de la Inmaculada Concepción en su cuello. Esas palabras germinan como semilla en barbecho. A los 18, ella desea unirse a Hijas de la Caridad, congregación de San Vicente de Paúl dedicada a pobres. No es fácil: su padre la retiene un año, temiendo perder mano derecha. Finalmente, en abril de 1830, llega a París y entra al postulantado de las Hijas en Rue du Bac, convento austero de silencio y oración. Es la noche del 18 de julio, víspera de San Vicente, algo extraordinario irrumpe. A las once y media, un niño de resplandeciente blancura —su ángel de la guarda— la despierta en celda. “Ven; la Virgen te espera en capilla“, susurra. Temblando, sigue al guía por pasillos oscuros hasta capilla, iluminada por lámpara mortecina. Allí, sentada en silla baja junto al altar, aparece Virgen María vestida de seda blanca con manto azul, como Inmaculada Concepción, dogma que se proclamará dieciocho años después. El 27 de noviembre de 1830, la Virgen María se le apareció a una novicia llamada Catalina Labouré a quien su madre, años atrás, antes de morir, le había augurado: "Algún día verás a Nuestra Señora en el Cielo", mientras colgaba una medalla de la Inmaculada Concepción en su cuello Catalina se arroja a sus pies, apoya cabeza en regazo y conversa como hija con madre dos horas. Virgen habla de tiempos difíciles —Revolución estalla tres días después—, necesidad de oración por clero y futuro de tribulaciones para Francia. “Ven a capilla sábados; yo te daré muchas gracias“, promete. El 27 de noviembre, momento cumbre. Cinco y media de la tarde; comunidad reza rosario cuando Catalina, arrodillada cerca del sagrario, ve cuadro vivo. Virgen desciende de globo de luz, pisando esfera terráquea con serpiente a pies —símbolo de victoria sobre mal—, sus manos están cubiertas de anillos con piedras preciosas, se abren; brotan rayos de luz multicolor inundando estancia. Bajo figura, palabras en letras de oro: “Oh María, sin pecado concebida, ruega sin cesar por nosotros que a Ti acudimos“. Cuadro gira, revela reverso: inicial de María y Jesús entrelazadas en barra, coronadas por cruz; abajo, dos corazones —Jesús coronado de espinas, María atravesada por espada—; alrededor, doce estrellas del Apocalipsis. Virgen fija mirada en Catalina: "Este globo representa mundo, especialmente Francia, cada persona. Rayos son gracias que derramo sobre quienes piden... Haz acuñar medalla según modelo; personas que la lleven con confianza recibirán grandes gracias". Óvalo de luz envuelve visión; Catalina queda en éxtasis hasta la cena. El 2 de diciembre, en esta aparición la Virgen se muestra con un globo en sus manos, elevándolo al cielo rogando por mundo. Catalina, aturdida, confía secreto solo a director espiritual, padre Jean-Marie Aladel, sacerdote vicentino escéptico. “¡Imposible! Virgen no pide medallas“, responde. Pero Catalina insiste, y el padre consulta arzobispo de París, monseñor de Quélen, quien la aprueba. Las primeras medallas fueron acuñadas en mayo de 1832 por Casa Vachette, joyeros eclesiásticos. Al principio, pocas: doscientas, distribuidas entre pobres del convento. Los milagros llegan pronto. Niña enferma de cólera —que asola París en 1832— se cura al recibirla; seminarista al borde de la muerte se levanta; conversiones inexplicables multiplican testimonios. La demanda explota: en meses, miles, luego millones. Gente la llama “Milagrosa” por evidencia. Papa Gregorio XVI la bendice en 1839; en 1842, concilio de obispos la aprueba como sacramental. ¿Por qué “milagrosa”? Porque María prometió: "Grandes gracias para quienes la lleven con confianza". Las primeras medallas fueron acuñadas en mayo de 1832. Al principio se repartieron unas doscientas y los milagros no tardaron en llegar. Pronto eran miles y luego millones quienes querían su "Medalla Milagrosa" No es un talismán pagano, sino recordatorio de mediación materna, puente de gracia en crisis. Hoy, más de mil millones circulan, desde las barriadas de la India, hasta favelas de Río, la “Medalla Milagrosa” pasa de mano en mano. Mientras tanto, Sor Catalina elige silencio. Tras apariciones, regresa a vida de enfermera en hospitales de París, atendiendo marginados con humildad de lavar pies de leprosos. Nunca busca fama; oculta rol hasta final. "Yo no soy nada; es Virgen quien obra“, confiesa años después. Vive 46 años más en anonimato, sirviendo en casa madre de Hijas de la Caridad en Reuilly, al este de París. Cuida ancianos, cose uniformes, reza en penumbra, pero su salud se resiente y en una caída en 1876 rompe su clavícula y una grave neumonía la postra hasta su muerte que llegará el 31 de diciembre de 1876, a las siete de la tarde. Muere en celda con 70 años, rodeada de hermanas. ”Siempre he sido feliz", susurra. Un funeral discreto; su cuerpo en hábito azul reposa en la cripta de la capilla. Todas sabían que la Virgen se había aparecido a una hermana de la caridad, pero nadie sabía a quién. Solo en 1933 se descubre su identidad como vidente y se inicia el proceso para su canonización. Será canonizada en Pío XII. Su tumba bajo pies de Virgen, es un recordatorio: verdaderos milagros nacen del olvido de sí. En 1836, crecen las asociaciones en toda Francia con miles de miembros. En 1839 se crea la Archicofradía en Roma, extendiéndose a Europa: Italia, España, Inglaterra, etcétera. En EE.UU. el padre John Timon la lleva a Nueva York en 1840, salvando inmigrantes irlandeses del cólera. En México, durante guerra de Reforma, atribuyen victorias improbables. Asia: Filipinas, colonos españoles la difunden siglo XIX; hoy venerada en Manila contra tifones. África: misioneros entregan a tribus en Congo, Nigeria; curaciones orales la convierten en leyenda. China oculta en collares durante Revolución Cultural. Oriente Medio: judíos, musulmanes la reciben como amuleto de paz. La “Medalla” guarda un secreto: la simplicidad y la confianza. Se creará la Asociación de la Medalla Milagrosa, fundada en 1900, que agrupa millones en 80 países. En guerras mundiales, pandemias, crisis: gripe española de 1918 salva barrios en Lisboa; Segunda Guerra, conforta prisioneros en Dachau. Capilla de la Medalla Milagrosa en París, un importante centro de fe que recibe millones de visitantes al año (Arcangel Corp/Facebook) Entre testimonios increíbles brilla conversión de Alphonse Ratisbonne en Roma, casi un drama shakesperiano. Nacido 1814 en Estrasburgo de familia judía de banqueros, Alphonse es intelectual anticlerical. Alphonse posee una repugnancia especial hacia Iglesia, llega a escribir en una carta a su hermano: “El cristianismo es impostura”. En 1842 viaja a Roma por negocios; destino cruza con el barón Théodore de Bussières, diplomático católico devoto de la Medalla. Consciente del escepticismo de Alphonse, el barón le presentó la Medalla Milagrosa y le animó a llevarla y a recitar diariamente la oración del “Acordaos”. Aunque al principio se mostró reacio, Alfonso aceptó, más por cortesía que por convicción. El 20 de enero de 1842 es un día trascendental. Leamos el relato que el mismo Alphonse nos escribe: “Nos detuvimos unos minutos en la iglesia de Santa Andrea delle Fratte. Él [el barón Teodoro de Bussières] me propuso aguardar en el carruaje, pero yo preferí bajarme para ver la iglesia. Se estaban haciendo los preparativos para un funeral y pregunté el nombre del difunto. Teodoro respondió: ‘Era uno de mis amigos, el conde Laferronays; su inesperada muerte es la razón de la tristeza que has notado en mí estos días’”. “Repentinamente me invadió cierta turbación y vi un velo ante mí; me pareció que la iglesia estaba toda a oscuras, excepto una capilla, casi como si toda la luz de la propia iglesia se concentrase en esa capilla… En presencia de la Virgen, aunque ella no me dijo ni una palabra, comprendí el horror del estado en que me encontraba, la deformidad del pecado, la belleza de la religión católica, en una palabra: lo comprendí todo”. Alphonse cae de rodillas, la visión dura segundos, pero transforma eternidad. Llora. El 25 de enero, fiesta de Conversión de San Pablo, recibirá el bautismo en la Iglesia Católica, su familia lo repudia y lo expulsa. Renacido como Marie-Alphonse, se ordena sacerdote en 1848, funda una congregación: “Hijos e hijas de Nuestra señora de Sion” para judíos conversos en Palestina y muere en 1884. La Medalla desembarca en Argentina en las primeras décadas del siglo XIX, traída por inmigrantes europeos y los padres vicentinos. En 1830, sacerdote francés la introduce en Buenos Aires; eclosiona en centuria siguiente. Epidemia fiebre amarilla, 1871: miles la llevan, atribuyendo salvaciones. 1900, Hijas de la Caridad la promueven en La Boca, San Telmo. En 1930, centenario de las apariciones, la devoción es masiva: procesiones en la Catedral reúnen decenas de miles y en ese contexto efervescente surge el sueño de un santuario en Buenos Aires, faro en sur para Virgen de la Medalla Milagrosa. Este se construirá en la zona de Parque Chacabuco, pulmón verde sudoeste porteño con jacarandás y eucaliptos, alberga desde 1941 Santuario de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, joya nacida de la gratitud cuyo motor será la marquesa pontificia Adelia María Harilaos de Olmos con el diseño del arquitecto Carlos Massa. Fachada del Santuario de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa en Parque Chacabuco “Virgen me dio segunda vida; yo le doy templo", jura la marquesa. Se inaugura el 16 de noviembre de 1941 y es el santuario que posee más vitrales en Buenos Aires. De estilo neorrománico, el templo presenta tres naves con crucero, dos torres en la fachada con campanario carrillón de seis campanas, cuatro relojes y una imponente cúpula hexagonal de 40,70 metros de altura, rodeada de cuatro torres menores. El largo total es de 53,15 metros; su ancho es de 20,50 metros, el crucero mide 38,60 metros. La bóveda interna se eleva a 19 metros, el techo está a los 22,80 metros y el tímpano a 26,80 metros. Todo el templo está montado sobre una explanada con escalinatas de dos metros que definen el contorno y el 27 de noviembre de 1938 a las 10 de la mañana se bendijo la imagen de 5,30 metros de altura de la Virgen de la Medalla Milagrosa que corona el Santuario. Obra del escultor Santiago Chierico. Hoy, miles de conductores que atraviesan la autopista AU 1 25 de mayo la ven, sin duda, como un punto de referencia, dado que la calzada realiza una curva la cual da casi pegada a uno de los laterales del santuario. Y es así como, desde 1830, en una simple capilla en París, se llega a este imponente edificio el cual no solo amerita su visita, sea creyente o no, sino que es un faro de la confianza que la gente depositó en una medalla de la Virgen, una “medalla milagrosa”.
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