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Parana » Informe Digital
Fecha: 25/11/2025 04:24
Primero, ¿cómo crecer? Segundo, ¿cómo alcanzar el desarrollo de la mano del crecimiento? Con el horizonte del Milei segunda etapa, la polémica que ordena cada vez más el juego de la política gira en torno a esas preguntas centrales para los dos años por venir. Las respuestas que se impongan van a definir el camino hacia 2027. Se conectan con lo que será evaluado al final del mandato de Javier Milei, además de la inflación a la baja: la marcha de la economía real con el crecimiento y sus efectos en el metro cuadrado de la gente, el consumo y el salario y su poder adquisitivo. ¿Con la macro alcanza como política que riegue el crecimiento productivo, como quiere el mileísmo? ¿O hay que volver al ministerio de Desarrollo Productivo que le gusta al no-mileísmo? El crecimiento económico es la meta organizadora del mediano-corto plazo. En ese marco, ese debate va tomando cada vez más vuelo y atraviesa la polarización argentina de estos nuevos tiempos mileístas: ya no es kirchnerismo vs. antikirchnerismo. Ahora manda el mileísmo versus el no-mileísmo: todo lo que intenta reinventarse desesperadamente después del nuevo triunfo de Milei, desde el peronismo y el kirchnerismo hasta la oposición del centro que no dio el salto al universo libertario, donde están Pullaro, Lousteau, Rodríguez Larreta, entre otros. La macro como plan productivo Desde el lado no-mileísta de la vida argentina, la respuesta es: dirigismo estatal con pretensión virtuosa, capaz de diseñar políticas integrales de desarrollo productivo por sector y por territorio. Es el marco conceptual que se plantea un kirchnerismo residual, o un albertismo igualmente residual, que enfrenta una amenaza existencial, ser o no seguir siendo, y está en busca de un programa que le hable al futuro argentino desde el peronismo: tamaño desafío no sólo por el estado del peronismo sino por el estado del Estado. Después de 40 años de democracia y un abuso clientelar del Estado, hay que dudar de las capacidades estatales disponibles para el despliegue de la inteligencia productiva. Desde el lado mileísta, en cambio, la respuesta está en las antípodas: achicamiento al máximo de un Estado-obstáculo incapaz, una acción política con pretensión liberadora del potencial productivo a partir del ímpetu de los privados moviéndose a sus anchas en la nueva cancha liberada. Es decir, para el mileísmo es posible llegar al desarrollo sin desarrollismo. El desafío en el que creen los libertarios es evitar que un Estado ineficiente se interponga en el camino del crecimiento: una derivación neo-productivista sui generis de la motosierra que definió la utopía mileísta en sus meses fundacionales. O en palabras de Pablo Lavigne, el secretario de Coordinación Productiva de la Nación, en un debate organizado en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA la semana pasada sobre políticas públicas para el desarrollo productivo: “Hay una sobreestimación de la capacidad del Estado” y “la mejor política pública es la inexistencia”. Estabilidad macroeconómica, desregulaciones racionales, integración al mundo: hasta ahí, queda definido el alcance de la política productiva del Gobierno, según precisó Lavigne. Es decir, nada de política productiva clásica. En cambio, una matriz conceptual productiva que encuentra sus herramientas en otros ministerios: la política macroeconómica, la política de achicamiento del Estado de Sturzenegger y política de eliminación de trabas al juego de exportaciones-importaciones. Con la suma de la reforma laboral, impositiva y previsional quedaría conformada la política productiva del Gobierno. Hacer política productiva por otros medios. Es curioso: en el debate de la UBA, el que más acordó con Lavigne en el poder productivo de la antipolítica productiva mileísta y le hizo de segunda voz fue el gobernador Rogelio Frigerio, el nieto de Rogelio Frigerio, figura fundacional del desarrollismo argentino junto con Arturo Frondizi. En la UBA, Frigerio sintetizó las bondades de la visión mileísta de la política de desarrollo productivo, el no-lugar libertario para cualquier centralización de esa política. Según el gobernador de Entre Ríos, “si se garantizan los niveles de inflación de Paraguay, un sistema impositivo sin retenciones, sin impuesto al cheque y estabilidad, yo no sé cuánto te podría demandar un productor de políticas industriales clásicas”. Es decir, una política productiva a la Milei, la no-política productiva, funcionaría tanto o mejor que una política productiva clásica. Con la definición de las condiciones macro de producción alcanza como marco tan necesario como suficiente, y eso es central, para el desarrollo productivo. Y al contrario, una gestión productiva clásica que se produzca en un vacío de racionalidad macroeconómica no tendría destino. Esa es la cosmovisión que domina en el oficialismo respecto de la estrategia de crecimiento. De los fundamentals al crecimiento, ¿un camino con riesgos? En esa perspectiva, los logros macro del Gobierno conducen al crecimiento con desarrollo. Primero, debería llegar la inflación a la paraguaya que le gusta a Frigerio, que en 2024 fue del 3,8 por ciento anual, y en esas condiciones, seguiría la libertad para crecer. El ministro Luis Caputo todavía no conquistó esa hazaña: la inflación de un dígito anual todavía está lejos en la Argentina. Pero para la etapa que se inicia, el oficialismo da tácitamente por alcanzada la fase de contención inflacionaria: en el equipo económico, la narrativa pública es que una inflación alta y en suba alocada ya no es un tema en la Argentina de Milei. Aún cuando octubre mostró una inflación algo al alza, con 2,3 por ciento, el equipo económico se concentra en minimizar ese aumento y en dar el tema como prácticamente resuelto. La versión que mejor sintetiza ese punto la suele dar el viceministro de Economía, José Luis Daza: “La inflación en la Argentina va a converger a la del resto del mundo”. En su concepción, los fundamentals del déficit cero o el superávit fiscal son el reaseguro contra cualquier emisión inflacionaria. Mientras, el equipo económico avanza hacia el verano con nuevas ínfulas de crecimiento. El debate sobre una política productiva que conduzca al crecimiento no es sólo un debate sobre si obra pública sí o no: eso es apenas una pieza del rompecabezas de la diferenciación política de los próximos meses que pasa por el tema productivo. El mileísmo avanza en su conceptualización de un Estado mínimo pero con efectos positivos de crecimiento y desarrollo. La oposición se reorganiza en una defensa de la política como el motor explícito y centralizado de ese proceso productivo. En cada una de esas miradas, hay riesgos. Para el oficialismo, está en juego una relación causal que todavía le falta probar: la que lleva desde la racionalidad macroeconómica y la desregulación, el máximo posible de política centralizada que admite la gestión libertaria, hasta el crecimiento y el desarrollo. Es decir, cómo los fundamentals de la macro y la voluntad política de desactivar al Estado-burócrata alcanzan como política para el desarrollo productivo. Que el resultado de ese proceso se vea no sólo en los grandes jugadores de la economía y en grandes empresas sino en el tejido social más denso: las microempresas y las Pyme, y la gente. ¿Política productiva o capitalismo de amigos? Para la oposición que busca renacer del desconcierto político, el riesgo es que cualquier defensa de la centralización planificada de la economía se convierta en una defensa corporativa de la casta política y de la casta empresarial, otra vez. Es decir, otra política ineficiente en lo productivo, efectiva para engrosar las arcas políticas privadas y públicas, y alejada de la gente y la transformación de sus condiciones de vida. O en el peor de los casos, otra versión del capitalismo de amigos. En ese plan de reinvención dentro del peronismo en sentido amplio, están desde Emmanuel Álvarez Agis, número dos de Kicillof cuando era ministro de Economía, a Martín Guzmán, el ministro de Economía de Alberto Fernández, Matías Kulfas, su ministro de Desarrollo Productivo y, en buena medida, el ideario de la Fundación Fundar, un think tank fundado por el matemático Sebastián Ceria, que se tutea con esa dirigencia y hace su aporte con el diseño de política públicas basadas en evidencia. Ceria se viene involucrando en la cosa pública desde hace tiempo. Es matemático egresado de la UBA dedicado con éxito al mundo de los negocios de la economía del conocimiento en el sector de las finanzas globales, con doctorado en Matemática Aplicada por la Universidad Carnegie Mellon en Estados Unidos. En 2019, vendió Axioma, su primera empresa tecnológica, por 850 millones de dólares. Durante diez años, en su rol de filántropo, fue clave en la concreción del proyecto Cero+Infinito, el edificio de la Facultad de Ciencias Exactas donado por el arquitecto Rafael Viñoly. Ceria también hizo su donación, 150.000 dólares, y esfuerzo personal para empujar el proyecto a lo largo de tres gobiernos, Cristina Kirchner, Macri, Alberto Fernández. Costó 30 millones de dólares. Aunque sin adscripción política explícita, los brindis de fin de año de Fundar dejan claro el entramado de la dirigencia peronista sobre todo, pero no sólo peronista, que se referencia en esa visión de la política productiva. De hecho, el director del área de Desarrollo Productivo y Sostenible de Fundar es el sociólogo Daniel Schteingart, un experto en datos económicos con visión desarrollista, que integró el ministerio de Desarrollo de Kulfas. Este año, el cierre del año de Fundar logró reunir a Eduardo de Pedro; Juan Grabois, Itai Hagman, Hugo Yasky, Ofelia Fernández y Federico Otermín, además de Guzmán, Kulfas y otros exministros albertistas como Kelly Olmos. También suele asistir un no-mileísmo más de centro, como Larreta, Monzó y Massot, entre otros. Lo más exmacrista que hubo fue Lino Barañao. El oficialismo mileísta estuvo ausente. En ese sector ideológico peronista o filo peronista hay fe en las políticas públicas y en el rol del Estado diseñándolas y ejecutándolas. También hay esfuerzo por encontrarle el agujero al mate de un peronismo posible para enamorar a una Argentina que Milei capta mejor que nadie. Pero el problema no es sólo de idearios: la cuestión es si los mismos rostros del kirchnerismo y de su versión albertista pueden reciclarse con credibilidad. Tarea ciclópea. De todas formas, no todo es lo que parece. El no-lugar del desarrollismo productivo que agita el mileísmo muestra contradicciones. Por un lado Tierra del Fuego, el régimen especial que el mileísmo no toca. O el RIGI, un régimen de incentivos a las grandes inversiones sobre todo en petróleo, gas y minería. El costado productivo clásico del Gobierno. En realidad, el no-lugar de la política productiva mileísta va acompañado de un factor clave: el rol de los gobernadores y las provincias. Mientras el Estado nacional hace macroeconomía como política productiva y se retira del desarrollismo clásico, las provincias terminan asumiendo el rol productivo en sentido amplio, incluyendo las obras de infraestructura. ¿Es una contradicción no deseada? ¿O más bien un efecto del diseño de país que imagina Milei? Falta probar que les convenga a todos.
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