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  • La sobrecarga docente frente a los nuevos desafíos tecnológicos

    Concordia » El Heraldo

    Fecha: 24/11/2025 11:26

    Las herramientas digitales ofrecen respuestas rápidas, bien redactadas y, a veces, difíciles de distinguir de una producción auténtica. Pero justamente por eso la reflexión debe ir más allá de la mera desconfianza: es una invitación a revisar qué concepciones de aprendizaje priorizamos y cómo construimos sentido o cómo establecemos relaciones entre lenguaje, pensamiento, emociones y memoria, en torno a las actividades escolares. Si un estudiante puede aprobar sin haber producido o elaborado sus propias ideas, entonces el problema no es solo la IA: es que la propuesta de trabajo no logra exigir aquello que la máquina no puede hacer. La escuela se enfrenta así a un desafío inquietante: diseñar experiencias de aprendizaje que requieran reflexión personal/grupal, toma de posición dialogada, análisis crítico y transferencia a situaciones reales. En esas dimensiones, la IA puede acompañar, pero no reemplazar la voz singular de cada estudiante. Al mismo tiempo, es necesario conversar abiertamente con los jóvenes sobre qué pierden cuando usan la IA para resolver de forma fácil, rápida y sin profundizar. Pueden obtener una nota, sí, pero dejan de construir habilidades/competencias que necesitan para su vida futura: comprender, razonar, resolver problemas, crear, comunicar con autenticidad. La IA puede hacer el camino más corto, pero ese camino no siempre conduce a un aprendizaje significativo ni a un desarrollo intelectual propio. Esa reflexión invita también a revalorizar el rol docente. En un mundo donde una herramienta puede generar un texto impecable, enseñar cobra un sentido más humano que nunca: guiar procesos, acompañar dudas, estimular pensamiento propio, vivir la mirada amorosa ante un error, ayudar a descubrir la propia voz. La pregunta ya no es cómo evitar que los estudiantes usen IA, sino cómo lograr que su uso sea un punto de partida y herramienta generadora de aprendizaje significativo, no un reemplazo del aprendizaje o de su identidad. En definitiva, la IA pone en evidencia una verdad incómoda: es posible aprobar sin aprender, pero no es posible crecer sin involucrarse. La escuela tiene la oportunidad, y la responsabilidad, de ayudar a que los estudiantes lo comprendan y elijan, cada vez más, el camino que fortalece su desarrollo y no solo sus calificaciones. La incorporación de la IA en la escuela, lejos de simplificar la tarea del docente/rector/supervisor, vuelve a cargar sobre el profesor la responsabilidad de generar nuevas actividades, rediseñar consignas y revisar estrategias de evaluación/acreditación. Cada avance tecnológico trae una demanda adicional: pensar alternativas, crear materiales, anticipar dificultades y acompañar procesos que antes no existían en el espacio áulico o en sus extensiones. Así, una vez más, el docente se ve interpelado a reinventarse, sumando horas de planificación y reflexión para garantizar que el aprendizaje siga siendo auténtico y significativo, aún en un escenario donde las herramientas digitales pueden resolver tareas sin que el estudiante se involucre realmente promoviendo encuentros dialogados o fortaleciendo el uso de ciudadanía. Concluyendo este artículo proponemos, una vez más, repensar los fines de la escuela pública, el aprovechamiento de la IA como recurso didáctico para seguir formando ciudadanos y ciudadanas con derechos y obligaciones. Ads Ads

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