23/11/2025 14:32
23/11/2025 14:32
23/11/2025 14:31
23/11/2025 14:31
23/11/2025 14:31
23/11/2025 14:31
23/11/2025 14:30
23/11/2025 14:07
23/11/2025 14:02
23/11/2025 13:47
» Diario Cordoba
Fecha: 23/11/2025 13:15
Hoy, en un mundo lleno de influencers sin formación y de redes saturadas de información sin contrastar, usar el término aguas medicinales puede sonar a bulo. Pero allá por el siglo XIX y principios del XX, los balnearios y sanatorios dedicados a la curación de enfermedades mediante la ingesta de aguas minerales eran una de las pocas opciones de muchos enfermos para mejorar sus dolencias. Manantiales europeos tan célebres como los Vichy, Spa, Orezza o Porla eran reconocidos por gobiernos y médicos por las propiedades terapéuticas de las sales y los gases disueltos en sus aguas. En nuestra provincia, las aguas de la localidad cordobesa de Villaharta eran muy celebradas entre los vecinos de la zona por sus efectos en enfermedades renales, para la hipertensión, el hígado o el aparato digestivo. Pero no fue hasta el año 1865 cuando el ayudante de Obras Públicas Elías Cervelló y Chinesta, destinado a la obra de mejora del trazado de la hoy N-432 a su paso por El Vacar, quien descubrió las posibilidades comerciales del manantial villaharteño de Fuente Agria. Allí observó cómo acudían multitud de personas a tomar unas aguas que mejoraban sus dolencias. Interior de la capilla del balneario de Fuente Agria. / Domingo López / Hauser y Menet Tras años intentando comprar los terrenos donde se ubicaban lo acuíferos mineromedicinales a la Casa de Alba, Elías lo logró en subasta en 1871 y, sólo dos años después, abrió el elegante balneario de Fuente Agria de Villaharta. Un complejo hotelero incrustado en plena Sierra Morena y dotado de cómodas habitaciones, grandes comedores, capilla, salones de recreo, paseos y elegantes edificios como el templete arabesco que albergaba la principal fuente de sus aguas. Un pabellón octogonal diseñado por el propio Cervelló y construido en hierro y suelo de mármol rojo, donde emergía el medicinal líquido al que peregrinaban los agüistas varias veces al día para realizar la ingesta de su dosis. Un tratamiento que podía completarse con baños y duchas, todo ello siempre bajo la supervisión del médico del centro, Isidro Vázquez El personal de la embotelladora de las aguas minerales. / Domingo López / Hauser y Menet Inmediatamente, las aguas de Villaharta, inodoras, transparentes y de sabor agrio, fueron declaradas de utilidad pública por el gobierno en 1873 y su fama se extendió por todo el país. Un prestigio que se vio refrendado por premios como las medallas de bronce y plata en la Exposición Farmacéutica de Madrid de 1882 y en la Universal de Barcelona de 1888. Además, como indica el profesor José Cosano en la Enciclopedia de Los Pueblos de Córdoba, Elías amplió su negocio con una embotelladora de aguas para el manantial. Un servicio de diligencias trasladaba a los 'clientes'. / Domingo López / Hauser y Menet Estas se distribuían en las farmacias de casi todas las capitales de provincia españolas al precio de 1,35 pesetas en el año 1896, contando incluso con puntos de venta internacionales en Lisboa, La Habana, México, Montevideo o Nueva York. Un éxito que llevó a los empresarios cordobeses Cerbelló y García Lovera a construir su propio complejo: el balneario Aguas de Santa Elisa de Villaharta, que durante años competiría con sus manantiales y servicios con el de Fuente Agria. Testigo del esplendor de los sanatorios de Villaharta son las antiguas postales fotográficas que desde principios del siglo XX difundieron la imagen de estos centros de salud por todo el mundo. Muchas de estas instantáneas fueron realizadas por el fotógrafo de Baeza Domingo López, especialista en retratar otros balnearios, como los de Marmolejo, Lanjarón o Puertollano. La recuperación de un álbum fotográfico de 1910 nos permite rescatar la imagen de aquel esplendor del que hoy apenas quedan unos pabellones. Pero la Guerra Civil, como en tantos otros ámbitos, marcó el declive del balneario, que fue utilizado como hospital militar durante el conflicto, cerrando finalmente tras la guerra. En la actualidad, del impresionante complejo serrano quedan poco más que los derruidos muros de sus edificios y el icónico kiosco de Fuente Agria, que nos habla de unos tiempos en los que la salud no sólo dependía de pastillas y jarabes.
Ver noticia original