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  • Cristo Rey, la «grandeza del amor»

    » Diario Cordoba

    Fecha: 23/11/2025 12:24

    La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, corona hoy el año litúrgico de la Iglesia católica, una fiesta que fue instituida por el papa Pio XI en el año 1925. Tras el Concilio Vaticano, con su reconocimiento de la libertad religiosa y la afirmación de la autonomía de la sociedad civil, la silueta de Cristo Rey va adquiriendo sus verdaderos destellos evangélicos: «El Mesías de Dios, el Elegido, el Rey, se muestra sin poder y sin gloria, está en la cruz donde parece más un vencido que un vencedor», según la descripción del evangelista Lucas, que proclamamos en las Eucaristías de hoy. La «realeza» de Cristo es paradójica: Su trono es la cruz; su corona es de espinas; no tiene cetro, pero le ponen una caña en la mano; no viste suntuosamente, pero es privado de la túnica; no tiene anillos deslumbrantes en los dedos, pero sus manos están traspasadas por los clavos; no posee un tesoro, pero es vendido por treinta monedas». Y ¿por qué, entonces, le proclamamos «Cristo Rey»? Porque la grandeza de su reino no es el poder según el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas. Por este amor, Cristo se abajó hasta nosotros, vivió nuestra miseria humana, probó nuestra condición más ínfima: la injusticia, la traición, el abandono; experimentó la muerte, el sepulcro, los infiernos. De esta forma, nuestro Rey fue incluso hasta los confines del Universo para abrazar y salvar a todo viviente. No nos ha condenado, ni siquiera conquistado, nunca ha violado nuestra libertad, sino que se ha abierto paso por medio del amor humilde que «todo excusa, todo espera, todo soporta», en palabras de san Pablo, en su carta a los Corintios. La solemnidad de Cristo Rey sigue manteniendo su esplendor en la liturgia de la Iglesia. El papa Francisco, de recuerdo imborrable, nos brindó en una de sus homilías el verdadero significado de contemplar a Cristo como Rey: «Hoy, queridos hermanos y hermanas, proclamamos esta singular victoria, con la que Jesús se ha hecho el Rey de los siglos, el Señor de la historia: con la sola omnipotencia del amor, que es la naturaleza de Dios, su misma vida, y que no pasará nunca. Compartimos con alegría la belleza de tener a Jesús como nuestro rey, su señorío de amor transforma el pecado en gracia, la muerte en resurrección, el miedo en confianza». En el Evangelio que hoy se proclama en las misas dominicales, además de Jesús, aparecen tres «figuras» en el monte Calvario: el pueblo que mira, el grupo que se encuentra cerca de la cruz y un malhechor crucificado junto a Jesús. El pueblo siempre «mira», está lejos, observando qué sucede, pero sin moverse. Ese «pueblo», hoy, necesita mirar a Cristo crucificado y a todos los «crucificados» en el Gólgota del mundo, reaccionando como el «buen ladrón», el «primer cristiano que entra en el cielo», que no se encierra en sí mismo, sino que con sus errores, sus pecados y sus dificultades se dirige a Jesús. Pidió ser recordado y experimentó la misericordia de Dios: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Podríamos decir que «el mundo sigue en lo suyo», es decir, en sus debates, discusiones, mutuas condenas, víctimas inocentes y verdugos poderosos.. En medio de la sociedad descreída de nuestros días, quizá en muchas personas reine el desconcierto. No saben si creen o no creen. Casi sin saberlo llevan en su corazón una fe pequeña y frágil. A veces, sin saber por qué ni cómo, agobiados por el peso de la vida, invocan a Jesús a su manera: «Jesús, acuérdate de mí», y Jesús los escucha: «Tú estarás siempre conmigo». Dios tiene sus caminos para encontrarse con cada persona, y no siempre pasan por donde nosotros pensamos. Lo decisivo es tener un corazón para abrirnos al misterio de Dios encarnado en Jesús. Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno de nosotros, sus hijos amados. Y cree que siempre es posible volver a comenzar, levantarse de nuevo. En la fiesta de Cristo rey, la «grandeza del amor», al final del año litúrgico, podemos escuchar entre silencios reflexivos, las bellísimas palabras del poeta Tagore:»¡Sólo quien ama sabe dejar paso al sol, y se oculta como la luna! ¡Sólo quien ama besa con cariño, como Dios, las cosas pequeñas, para que la persona amada pueda encumbrarse a la altura!». *Sacerdote y periodista

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