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» Misionesopina
Fecha: 22/11/2025 17:20
Por Luis Huls* Si la economía funciona mal en todas las provincias, no puede ser responsabilidad de cada provincia. Cuando el empleo cae, los salarios se derrumban, el consumo se paraliza y la actividad se desploma en todo el mapa, el problema está en las decisiones macroeconómicas del Gobierno nacional. Eso es lo que ocurre en Argentina —y en Misiones— desde hace dos años. La mayoría de la sociedad no quiere volver al kirchnerismo. Pero también es cierto que Milei no encontró una salida que permita producir, crecer, invertir, mejorar salarios o sostener el entramado social. Su plan de ajuste solo está generando que la gente viva peor que en cualquier gobierno anterior. Y esto no es opinión: lo dicen los datos de empleo, consumo, inflación, pobreza y actividad económica. La frase “aguantemos un poco más para que no vuelvan los Kuka” es la demostración más clara del voto fanático. Ubica al mileísta puro en el mismo plano emocional e ideológico que el kirchnerista intransigente y ciego: ambos justifican cualquier cosa mientras el adversario no regrese al poder. Los dos eligen solo los datos que les convienen para sostener su relato. Cambian los bandos, pero el comportamiento es idéntico para rechazar al que tienen enfrente. Cristina y Milei son iguales. Incluso en materia de sospechas y causas judiciales. Del lado kirchnerista, Hotesur, Vialidad, Skanska, los cuadernos de Centeno: para sus seguidores, todo es persecución política. Del lado libertario pasa lo mismo: estafa de Libra, coimas en Andis, designación de jueces a dedo, retornos en el PAMI, valijas de Scatturice, venta de candidaturas. Para el mileísmo duro, todo es invento de periodistas ensobrados y de la justicia K. La reacción es la misma: negar, victimizar, blindar al líder. Son iguales en sus estilos de liderazgo, su relación con las instituciones, su desprecio por los límites del poder y la forma en que cultivan el mito personal. Cambian los colores, las frases y los enemigos elegidos, pero el molde es el mismo. Cristina se enfrentaba a “los gorilas”, a las corporaciones, a Clarín, a los sojeros, a Repsol. Milei elige otros blancos: jubilados, universidades, discapacitados, el Garrahan. La lógica es idéntica: señalar enemigos, polarizar, disciplinar. Son espejos invertidos que se necesitan para existir. La única diferencia es que hoy los fanáticos que antes estaban en la oposición gobiernan, y quienes gobernaron durante años ahora cuestionan desde el llano. El mileísmo es cristinismo con motosierra. Y el cristinismo fue mileísmo con subsidios. Ambos surgieron del rechazo visceral a lo anterior: Milei contra “la casta” que terminó siendo la gente ayudada por el Estado, y Cristina contra la derecha liberal. Ambos definieron su identidad política a partir del odio, y ambos se autoperciben refundadores de la historia. Pero lo único que funden es la convivencia democrática. Milei insulta, destrata, ataca a la prensa y ridiculiza opositores. ¿Cristina no hacía lo mismo? ¿O ya nos olvidamos de las cadenas nacionales burlándose de periodistas, empresarios, productores rurales, jueces? ¿De los escraches, los señalamientos, la estigmatización pública? Los kirchneristas hoy denuncian que Milei gobierna por decreto, vacía organismos y ningunea al Congreso. Pero durante los años fuertes del cristinismo, el Congreso funcionó como escribanía oficial. Y del otro lado, quienes hicieron culto de la República y la división de poderes, hoy celebran vetos, decretazos y el ahogo financiero a las provincias. La doble vara no tiene ideología. En economía, la aparente contradicción vuelve a situarlos en el mismo espejo: Cristina aumentaba el gasto público sin control y gestionaba el dólar con cepos; Milei aplica un ajuste extremo sin tocar privilegios estructurales y convierte el superávit contable en épica. Dos relatos distintos con resultados parecidos: deterioro social, parálisis productiva, frustración colectiva. Antes no se podía controlar la inflación y ahora no se puede reactivar el crecimiento. El comportamiento del sistema político también se repite. Antes, gobernadores e intendentes callaban porque había caja. Hoy callan porque temen quedar enfrentados al humor social. Ayer “profundizar el modelo”. Hoy “la gente votó la motosierra”. Y la contradicción más visible: Milei construyó su carrera insultando a peronistas y kirchneristas, pero hoy gobierna con Scioli, Francos, sindicatos alineados y en silencio, y dirigentes reciclados del mismo espacio al que prometió destruir. Cristina decía ser “nacional y popular” mientras enriquecía a su círculo íntimo. Milei dice ser “liberal” mientras concentra decisiones, aprieta opositores y promueve controles ideológicos en redes. La coherencia nunca fue requisito para el poder. En comunicación también comparten ADN. Cristina tenía periodistas militantes, pauta generosa y estructura de medios adictos. Milei tiene influencers, youtubers y una red de trolls que operan como policía del pensamiento. En síntesis: Milei es Cristina. Cambian las palabras, los eslóganes, los enemigos elegidos. Pero los métodos, los reflejos, la forma de ejercer el poder, el desprecio por las instituciones, la centralidad del líder y el uso emocional de la política son exactamente los mismos. Cristina decía: “Vamos por todo”. Milei dice: “Vamos a romper todo”. Y lo más preocupante es que una parte importante de la sociedad sigue atrapada en esa falsa dicotomía. Porque, aunque no lo admitan, se parecen mucho más de lo que están dispuestos a reconocer.
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