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  • Roberto Echen, el artista silver que transforma residuos digitales del brainrot con la colaboración de la IA

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 22/11/2025 05:14

    Turismo y apocalipsis: dos ideas opuestas que el artista une con una risa provocadora. Un tiburón de tres patas con zapatillas deportivas, una taza de cappuccino con tutú y criaturas híbridas de nombres italianizados irrumpen en la ciudad de Rosario. No se trata de una invasión fantástica, sino de la propuesta artística de Roberto Echen, quien, junto a la inteligencia artificial, transforma memes virales y residuos digitales en arte contemporáneo. Su muestra Apocalypse and Tourism, en la Galería Dominicis, explora el cruce entre la cultura meme, la inteligencia artificial y la mirada de la generación silver, tendiendo puentes entre la infancia digital y la experiencia adulta. Pero antes, hubo un comienzo. Una mañana, mientras sonaba la radio en la cocina, Echen escuchó el murmullo de una revelación. Gaby, su pareja, tenía sintonizada Urbana Play. En el programa de Andy Kusnetzoff, Harry contaba, casi sin poder explicarlo, que había encontrado algo extraño en TikTok. Memes, criaturas imposibles, voces con acento italiano. “Yo flasheé”, diría después Echen. No hubo teoría ni estrategia curatorial. Fue un impacto, una sacudida. “Guau, ¿qué es esto?”, pensó, y se lanzó a buscar. Al día siguiente, lo comentaba en el museo como quien comparte una visión. La coordinadora de administración lo escuchó entre risas. Dos días después volvió agitada: “Mis hijos están enloquecidos. Me piden que invente cualquier excusa para venir al museo a conocerte”. Los chicos —de once y quince años— no podían creer que el hombre que hablaba de Tralalela Tralala fuera el director artístico del museo. Los silos del Macro, punto de partida del apocalipsis imaginado: entre el museo y la ruina. El fenómeno conocido como Italian Brainrot surgió a principios de 2025 y se expandió rápidamente por TikTok. Se caracteriza por imágenes y videos absurdos generados por inteligencia artificial, donde criaturas como Tralalero Tralala —un tiburón de tres patas— o Bombardiro Crocodilo —mitad cocodrilo, mitad bombardero— se convierten en íconos de una cultura visual global. El término brainrot, elegido palabra del año por el diccionario Oxford en 2024, alude al deterioro mental provocado por el consumo excesivo de contenido trivial en línea, fenómeno que la Generación Z ha resignificado con humor post-irónico y creatividad digital. Roberto Echen, nació en Rosario en 1957, es un referente de la generación silver en el arte argentino. Su trayectoria abarca desde la pintura tradicional y el net-art hasta la gestión cultural y la docencia universitaria. Echen es el director artístico del Museo Castagnino+macro y lo fue en el Centro de Expresiones Contemporáneas. Su formación autodidacta y su interés por la filosofía, la música experimental y las estéticas contemporáneas lo han llevado a reflexionar sobre la fragmentación y la movilidad del arte actual: “Creo que sigo haciendo docencia para encontrarme con estas otras generaciones. Para mí, dar clases es un gran aprendizaje, sobre todo con estudiantes que recién terminan la secundaria. Hay una retroalimentación fundamental”, afirma sobre su vínculo con los jóvenes y el aprendizaje intergeneracional. Entre la intuición, el encanto y los márgenes Echen no lo racionaliza. Dice que lo siente. Que hay algo en esos brainrot que vibra con lo contemporáneo, como si tocaran una fibra secreta. “No sé bien qué es, pero me parece reinteresante”, repite, buscando las palabras que expliquen una intuición. Los brainrot entre lo físico y lo digital: pintura, píxel y residuo en un mismo gesto. Piensa en Rosario, en el arte que respira la ciudad, en los silos del Museo Macro. Desde su doble oficio —artista y director— no puede dejar de pensar en ese diálogo constante entre la ciudad y el arte. “No lo puedo evitar”, dice. Es un pensamiento circular, una deriva: ¿qué sería eso de los brainrot en Rosario? De ahí nace Apocalypse and Tourism. Un humor que no es risa, sino clima. Un mood, como dicen los ingleses. Un tono entre lo absurdo y lo inevitable. En ese apocalipsis, entre los bombardeos mediáticos y las amenazas al ecosistema, Echen encuentra una forma de mirar el presente. No para denunciarlo, sino para pensarlo desde el desconcierto. “La idea de que lo comprometido es mostrar me parece muy vieja”, dice y recuerda su paso por la Bienal de San Pablo. “Todo muy turístico. Hablan de pueblos originarios como si los exhibieran otra vez, como en los circos de principios del siglo XX. Los ponen ahí, casi como monstruos. Siento que hay poca diferencia con eso”. Cuando el fin puede ser turístico Echen dice que la risa es provocadora. Que trabajar desde ahí —desde el humor, no desde la solemnidad— es lo que le interesa. Apocalipsis y turismo: dos palabras que deberían repelerse y que, sin embargo, juntas lo atraen: “Pensar un turismo apocalíptico, o hacer turismo en el apocalipsis, me parecía irresistible.” Los brainrot toman la ciudad: entre el meme, la distopía y la postal turística. Pero la idea no nació como concepto, sino como imagen. Lo primero que apareció fue la ciudad: los bichos del brainrot caminando por Rosario, incrustados en su paisaje cotidiano. Criaturas digitales entre los silos, los parques, los bordes del Paraná. En sus clases de Teoría del Color, Echen y su equipo ya habían jugado con la inteligencia artificial. Pedían a los estudiantes que escribieran qué es el color. Hasta que su docente adjunta, propuso un desvío: “¿Y si le preguntamos a una inteligencia artificial?”. Lo probaron. Y el resultado fue inquietante: definiciones prolijas, previsibles, como si detrás hubiera una inteligencia demasiado humana, moldeada por los deseos y la lógica de sus programadores. “Una inteligencia híper adocenada”, dice Echen. La IA se volvió un ruido constante. Le aparecía en el celular, en el buscador, en la pantalla: “Cada vez que abro algo, me ofrece hablar con una inteligencia.” Ese cruce entre lo digital y lo urbano —entre el brainrot y Rosario— comenzó a tomar forma. Como si el museo y la máquina pensaran juntos. Fotografía y Google: imágenes propias y ajenas se mezclan en el mismo universo digital. “Me interesaba esa imbricación de cosas que parecen el agua y el aceite”. Así empezó a imaginar una visita turística diseñada por la inteligencia artificial: una deriva por una Rosario apocalíptica, guiada por criaturas imposibles. Y, en el centro, los silos. Siempre los silos. El museo como faro y ruina, lugar de la visita y del fin. El Chat como coautor contemporáneo En Apocalypse and Tourism, Echen no se limita a utilizar la inteligencia artificial como una herramienta técnica. Su proceso creativo se basa en un diálogo coautoral con ChatGPT, donde la máquina se convierte en interlocutora y colaboradora. Echen habla de generaciones. De dos mundos que, en apariencia, no podrían tocarse. “Nosotros en los 80 buscábamos libros en bibliotecas. Llegamos al arte defendiendo la pintura, como si hubiera que salvarla de la muerte.” Se ríe y lo llama el regreso de los muertos vivos: la pintura que resucitaba una y otra vez. La inteligencia artificial, convertida en colaboradora del proceso creativo. La docencia —dice— lo mantiene cerca de lo nuevo. Cada año, los primeros estudiantes que llegan a la facultad lo enfrentan con otra lógica, otro modo de pensar. “Hay una retroalimentación. Ellos toman de mí, pero yo también me alimento de ellos.” De ese intercambio, casi biológico, surge también su curiosidad por la inteligencia artificial. No como herramienta, sino como un interlocutor posible. La curadora del proyecto, lo definió con precisión: un diálogo coautoral. Echen se ríe al recordarlo. “Al principio era instrumental: hace esto, hace lo otro. Hasta que empezamos a charlar.” Descubrió que el inglés funcionaba mejor. “Me di cuenta de que le resultaba más fácil. Todo viene de ahí, de un lugar hegemónico”, reflexiona. Escribe los prompts en inglés, le exige, lo provoca. A veces se hace el ofendido: “Me parece que no querés hacerme las imágenes”, le dice. Y el chat responde, cortés, obediente: I’m sorry, I’m at your disposal. Entre lo físico y lo digital, la obra se multiplica en pantallas y galerías. Entre esas respuestas formales y las imágenes que empezaban a surgir, Echen sintió algo parecido a una conversación. No la relación que puede tener un niño —para quien la IA es casi un amigo—, pero sí una forma de colaboración. “Me interesa que desautorice la obra, o que la vuelva coautoral. Por eso firmo Rechen + ChatGPT.” El proceso fue de ida y vuelta. Le daba al chat dos o tres imágenes: una de Rosario —el paisaje, los silos, la costanera— y otra con las criaturas del brainrot. Le pedía que los hiciera interactuar, que visitaran la ciudad. A veces la IA no comprendía. “Entonces le ofrecía su propia imagen para que la retrabajara”, explica. Uno de los resultados preferidos de la curadora fue Svinino, una de esas criaturas absurdas, frente a la calesita cerrada. Echen le pidió al chat que la hiciera mirar con nostalgia. Y la máquina obedeció. Para Echen, estos personajes no representan nada en particular, sino que se filtran y se traducen en nuevas formas de presencia, conectando generaciones a través de la imagen y el humor. La recepción entre el público infantil y juvenil ha sido entusiasta, como relata el propio artista al recordar cómo los hijos de una colega se sintieron atraídos por la posibilidad de conocer al creador de los memes que circulan en sus redes. Los memes y el arte contemporáneo Su interés por los memes viene de antes. Cuando volvió a dirigir el museo en 2021, propuso que el Macro tuviera una colección de memes. “No podíamos decir que éramos contemporáneos y no tener memes.” La idea dividió al equipo. Algunos dudaban: “¿Cómo se colecciona algo que no tiene autor?”. Para Echen, ese era justamente el desafío. Así nació Macromemes. “El brainrot también son memes”, dice. “Si querés pensar lo contemporáneo, no podés no pensar la cultura del meme.” El humor como pensamiento crítico: la risa como modo de intervenir la catástrofe. Habla de circulación, de inmediatez, de lo efímero. Los memes como fragmentos sin origen ni destino, que solo existen mientras la circunstancia que los produce dura. Algunos sobreviven, como el de La última cena, ese en el que Jesús pide “mesa para veintiséis” porque todos quieren sentarse del mismo lado. Echen se ríe. “Ese meme es brillante. Es un chiste y un análisis de composición a la vez.” Después se detiene. Dice que le interesan los restos conceptuales, los fragmentos que sobreviven al discurso. “La contemporaneidad es eso: la convivencia de los muertos vivos con los discursos de punta.” Habla de Foucault, de Aby Warburg, de la física cuántica. De cómo el pensamiento moderno quiso cerrar los sistemas, y de cómo hoy, en cambio, todo se abre. “El discurso hegemónico trata de restituirlo, porque es el discurso del poder.” Rosario, dice, es su territorio. No por localismo, sino por convicción política. “Pasé de pensar que era la ciudad más horrible del mundo a quererla. Tengo que trabajar acá.” Se ríe otra vez, con un dejo de ironía. “Yo no uso la palabra interior. Si Buenos Aires es el centro, entonces debería pedirme pasaporte para ir.” No busca una identidad fija, sino diferenciales, idiosincrasias. Así llamó a la última edición de la Microferia. “No creo en la identidad. Creo en los movimientos, en los rizomas.” Por eso, hacer desde Rosario —dice— también es un gesto político. Cuando la ciencia ficción anticipa el futuro La ciencia ficción lo atraviesa. Blade Runner, Alien, Matrix. “Matrix es la película de la inteligencia artificial”, dice. “La película donde la IA es el mundo.” Y ahí está también el Apocalipsis, ese fin permanente que lo fascina y lo inquieta. “Hay algo de cierto en esa alarma —admite—, aunque también paraliza. Pero no me parece problemático. Somos una especie. Y como toda especie, nos vamos a extinguir.” Roberto Echen junto a sus Brainrot: personajes creados en diálogo con la inteligencia artificial que habitan Rosario entre la distopía y la ironía. Su trabajo —digital y físico a la vez— intenta pensar esa coexistencia. “Me interesa que viva en las redes y que pueda tener un modo físico. Son dos tiempos distintos. Lo que ves en el celular no es lo mismo que detenerte frente a una imagen.” Dice que todavía cree en las colecciones, en las obras colgadas en una casa. “No creo que lo digital destruya lo físico. Sigo creyendo en el libro. El libro digital lo que hizo fue que el libro físico se pensara como diseño, como objeto deseable. Lo mismo pasa con esto.” En el fondo, su obra también habla de eso: de cómo la materia persiste incluso cuando todo parece disolverse. Entre lo apocalíptico y lo turístico, entre la ciudad y el meme, entre el artista y la máquina.

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