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» La Capital
Fecha: 21/11/2025 12:49
Se trató de un fenómeno sostenido que se produjo a partir de 1852-1853 y adquirió notable fuerza entre las últimas décadas de ese siglo y la Primera Guerra Mundial Retrato de una de las tantas familias que llegaron a la ciudad desde el Viejo Continente. Fuente: Museo de la Ciudad. La expansión demográfica de Rosario a partir de la segunda mitad del siglo es bien conocida. Se trató de un fenómeno sostenido que se produjo a partir de 1852-1853 y adquirió notable fuerza entre las últimas décadas de ese siglo y la Primera Guerra Mundial, abarcando la mayor parte del territorio argentino. En efecto, fueron varias las ciudades del país (Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y más en general, toda la zona pampeana y litoraleña) que en ese período recibieron inmigrantes como resultado de la puesta en marcha de políticas de atracción de inmigrantes apoyadas en la máxima alberdiana de “gobernar es poblar” . Fueron estrategias diseñadas para persuadir a posibles migrantes, preferentemente europeos, de los beneficios de radicarse en el país. Esas políticas alcanzaron volúmenes notables gracias a varios factores. Por un lado, las condiciones demográficas y sociales de varios países europeos ?en particular, pero no únicamente los meridionales y entre ellos, Italia y España- propiciaron la emigración de grandes contingentes de población. Por otro lado, era conocido en Europa que la Constitución nacional de 1853 invitaba tácitamente a radicarse en el país , prometiendo facilidades para acceder a la propiedad de la tierra, cuestiones que seguramente fueron consideradas como una excepcional oportunidad por los potenciales inmigrantes. Pero en Rosario ese proceso en parte fue distinto, por una cuestión de escala: cuando comenzó, era un poblado realmente pequeño; aunque estaba ubicado sobre una buena vía fluvial, era minúsculo y no tenía infraestructura. Cuatro décadas después de iniciado el fenómeno inmigratorio, aspiró a ser capital de la Nación y comenzó a considerarse la “segunda ciudad de la República”. Las cifras son elocuentes: alrededor de 1850, ese pequeño asentamiento donde se estimó que residían un poco más de tres mil personas se convirtió en una ciudad pujante y cosmopolita. El crecimiento demográfico fue asombroso: aproximadamente sesenta años después, para 1914, ya convertida en ciudad, alcanzó más de 220 mil habitantes, de los cuales 95 mil eran extranjeros. Por esa expansión realmente vertiginosa, en 1870, un diario local transcribió una nota de un importante diario de Buenos Aires Héctor Varela, director de La Tribuna, donde se afirmaba que Rosario era “la Chicago Argentina” comparándola con la ciudad de Illinois (Estados Unidos), donde también se estaba produciendo un rápido crecimiento poblacional. Con el tiempo esa expresión, convertida en un rasgo de identidad rosarino, fue resignificada y generó polémicas que aún continúan. Pero en realidad, sintetizó uno de los efectos más notables del auge de la inmigración en la ciudad. Paradójicamente, en Rosario los esfuerzos para conseguir inmigrantes no fueron especialmente efectivos. En Buenos Aires fueron más eficaces: se distribuyeron publicidades en distintos países e incluso, sobre finales del periodo de la “gran inmigración”, se construyó un moderno alojamiento para recibirlos: el Hotel de Inmigrantes (1911). En Rosario, en 1864, sólo se conformó una “Comisión Promotora de la Inmigración” para estimular la llegada de extranjeros, nunca les brindó un alojamiento especial, sino que funcionó como agencia de empleos. Esa comisión local tuvo corta existencia: a finales de esa década fue disuelta y reemplazada por otra, dependiente de una Comisión Central de Buenos Aires, que coordinaba la llegada de inmigrantes en todo el país. Naturalmente, conseguir una colocación fue crucial para los inmigrantes. Es posible ver en la prensa local de la década de 1870, avisos ofreciendo, por ejemplo, “un matrimonio toscano: el marido para cocina y la mujer, mucama; un oficial para trabajos en las canteras de piedra [lo cual demuestra un absoluto desconocimiento de las características de la zona de Rosario, donde nunca hubo canteras]; un panadero italiano; un jabonero italiano; un cocinero italiano; un albañil italiano; una familia de agricultores italianos; un matrimonio italiano; una familia italiana apta para lechería y un panadero”. SUPLEMENTO ANIVERSARIO DIARIO LA CAPITAL 300 ROSARIO P37 Mercado Central_San Martín y San Juan Col. Postales. c. 1909_Archivo Fotográfico Museo de la Ciudad Mercado Central_San Martín y San Juan Col. Postales. c. 1909_Archivo Fotográfico Museo de la Ciudad También empresarios privados dedicados al negocio de la colonización publicitaron la inmigración. Sin embargo, acceder a la propiedad de la tierra no fue tan sencillo como se prometía y muchos de los recién llegados decidieron probar suerte en una ciudad. Y Rosario ofrecía buenas probabilidades de conseguir una rápida colocación: las posibilidades de encontrar un empleo, instalar un taller artesanal, abrir un comercio o, si el capital disponible se lo permitía, encarar algún negocio a mayor escala, eran considerables. Además, la sociedad local que día a día se hacía más cosmopolita y heterogénea ofrecía una ventaja adicional: seguramente los “recién llegados” encontrarán entre los vecinos algunos compatriotas o paisanos con quienes compartir idioma, nostalgias, costumbres y, en ocasiones, protección. En efecto, eran varios los inmigrantes que se habían radicado en la década de 1840 o los tempranos años de la década de 1850 (antes de la “gran inmigración”), quienes aprovechando un contexto propicio (apertura de los ríos, Guerra del Paraguay) habían prosperado. Entre ellos varios italianos provenientes de la costa ligur (en las inmediaciones de Génova) que, aprovechando al mismo tiempo la expansión de Rosario y su experiencia marinera, explotaron el comercio fluvial por el Paraná y se convirtieron en importantes negociantes, propietarios de grandes casas de intercambio, astilleros, compañías de navegación de cabotaje, etcétera. Como tales, esos primeros inmigrantes pudieron ofrecer empleo, alojar o avalar de distintos modos a las oleadas de “recién llegados” que los sucedieron. Esos resguardos eran valiosos: encontrar un compatriota que hablara el mismo dialecto o proveniente de las mismas regiones, seguramente les proporcionó seguridad. Por ejemplo, en una época en la que el Estado se ocupaba poco de la salud pública, para ingresar las sociedades de socorros mutuos que brindaban servicios de salud, era indispensable la presentación de alguien ya asociado a la mutual. Los resultados de seis décadas de inmigración fueron evidentes. Y así lo demostraron los asombrosos resultados de los censos municipales levantados en 1900, 1906 y 1910. Aunque en términos absolutos la población argentina siempre fue mayoritaria, al considerar algunos datos del censo de 1910 desde una perspectiva cualitativa se dibuja un escenario cosmopolita dominado por la diversidad de lenguas, culturas. Ese año, de cada 100 residentes en Rosario (adultos varones y mujeres mayores de 15 años) sólo 24 eran argentinos, 18 eran italianos y el resto lo formaban diversas nacionalidades. Considerando un universo mucho más específico, como los varones inscriptos en los padrones electorales municipales de 1906 y 1909, se observa que los argentinos representaban alrededor de un tercio y eran superados por los italianos en términos absolutos. Lo mismo ocurre entre los varones de entre 30 y 60 años, una franja etaria significativa en tanto puede suponerse conformada por jefes de familia económicamente activos: predominan italianos y españoles sobre los argentinos: más de 11.000 eran italianos, unos 6.000 españoles y sólo 7.000 eran argentinos. Esa alta presencia de inmigrantes tuvo un enorme impacto cultural. Si entre esos jefes de familia los extranjeros eran mayoría en general y los italianos en particular, una parte importante de los niños residentes en Rosario —tanto los nativos como los hijos de extranjeros— se educaron y criaron en hogares culturalmente extranjeros, en los que probablemente se hablaran distintos idiomas y dialectos. Se observan varias cuestiones. La primera, la rapidez de la expansión demográfica. En sólo siete años, entre 1851 y 1858, la población se triplicó largamente. Y entre 1851 y 1914, se multiplicó más de setenta veces. Los extranjeros, que en 1858 representaban sólo la cuarta parte de los vecinos de Rosario, llegaron a constituir casi la mitad de la población rosarina a comienzos del siglo XX. Los censos municipales de 1900, 1906 y 1910 proporcionan más detalles sobre la asombrosa cantidad de nacionalidades que convivieron en Rosario y confirman que el cosmopolitismo fue el rasgo dominante de la ciudad. Con por lo menos cien personas cada una, habitaban en la ciudad italianos, españoles, franceses, ingleses, uruguayos, rusos, alemanes, belgas, suizos, brasileros, paraguayos, holandeses, suecos, chilenos, estadounidenses, austríacos, portugueses, árabes y turcos. Y varias otras nacionalidades que, por reunir menos de cien personas, habitualmente eran consignadas juntas, bajo la denominación “otras nacionalidades”: chinos, dinamarqueses, griegos, sirios, peruanos, bolivianos, cubanos, africanos, búlgaros, japoneses, marroquíes, venezolanos, serbios, egipcios, ecuatorianos, mexicanos, escandinavos, colombianos, montenegrinos, guatemaltecos, asiáticos, filipinos, canadienses y australianos. Una ciudad cosmopolita La abrumadora presencia de inmigrantes también impactó en el modo en que se organizó la sociedad local, en sus instituciones, celebraciones, protestas, costumbres y conflictos. Como se dijo, un pequeño grupo de inmigrantes había llegado a la ciudad un poco antes de 1852, consiguiendo rápidamente la prosperidad y convirtiéndose en referentes de muchos de sus compatriotas que llegaron después. Además, algunos de esos referentes comenzaron a colaborar en esas instituciones que trataban de brindar amparos más formales y mejor organizados. En efecto, gran parte de las nacionalidades que formaron parte de la gran inmigración se reunieron con sus compatriotas en instituciones solidarias: tempranamente italianos y españoles, las nacionalidades mayoritarias, y también muchas otras gestaron sociedades para el auxilio mutuo: la Sociedad Española (1858) y la Unione e Benevolenza (1861) fueron las primeras, posteriormente muchas otras nacionalidades organizaron sus propias instituciones (suizos, franceses, uruguayos, alemanes, estadounidenses, ingleses, etcétera) siempre encabezadas por aquellos inmigrantes que habían logrado éxito económico. Ese rol de protectores de sus connacionales con apoyo de fortunas personales y en la ausencia en la ciudad de una aristocracia previa al auge inmigratorio, determinaron la rápida conformación de una dirigencia social capaz de aglutinar la enorme diversidad que suponía la incesante inmigración que se radicaba en Rosario. Siempre ligados a las dirigencias, las mutuales y las sociedades de beneficencia por nacionalidad, se fundaron hospitales -existen aún el Hospital Español y el Italiano, pero hubo también un Hospital Francés y otro Británico?; escuelas ?por lo general bilingües?; centros y clubes sociales recreativos; periódicos (hubo diarios y semanarios en italiano, alemán, inglés, francés y lenguas eslavas) y hasta instituciones. SUPLEMENTO ANIVERSARIO DIARIO LA CAPITAL 300 ROSARIO P38 Edificio calle Corrientes y Rioja_Academia Gaspary_Col. Postales. c. 1909_Archivo Fotográfico Museo de la Ciudad Edificio calle Corrientes y Rioja_Academia Gaspary_Col. Postales. c. 1909_Archivo Fotográfico Museo de la Ciudad El mismo cosmopolitismo se observa en los festejos y en las protestas, donde fue común que cada nacionalidad asistiera a los actos habitualmente formados en columnas, exhibiendo junto con las banderas argentinas, las propias o que desfilaran precedidos por bandas organizadas en sus propias instituciones. En esas movilizaciones y marchas fue común también la presencia junto a las autoridades de los representantes consulares, cuya participación era considerada un honor. poderosos de hacer prevalecer su voluntad y buen criterio, influyendo y aconsejando a sus dependientes, hijos del país a fin de que hagan triunfar la virtud y la honradez sobre la osadía y la impudicia que podrían cruzarse a disputarles el premio...”. La cuestión se discutió acaloradamente durante diez años. Se formaron centros y clubes que concentraban las opiniones al respecto: unos opinaron que los extranjeros debían nacionalizarse y así eludir las restricciones; otros, que era innecesario. Finalmente, una nueva reforma constitucional en 1900 levantó la prohibición. Pero entre 1861 y 1890 los extranjeros tuvieron protagonismo en la vida política de la ciudad. En cada elección, en cada movilización pública, en cada crisis institucional encontramos a los extranjeros y sus referentes. Los cambios de la ciudad Durante el periodo de auge inmigratorio la ciudad cambió su aspecto edilicio tan rotundamente como su organización social y económica. El pequeño conjunto de manzanas del centro histórico, donde en las décadas de 1850 y 1860, se mezclaban comercios, ranchos, conventillos, baldíos, quintas y viviendas, adquirió otro carácter. Hacia finales del siglo XIX, comercios que habían tenido en los fondos o en la planta superior las viviendas de sus propietarios, fueron desapareciendo; el antiguo casco céntrico se especializó como zona comercial; se multiplicaron los grandes edificios diseñados expresamente para actividades comerciales, financieras o administrativas; las calles se iluminaron y pavimentaron y se abrieron nuevos bulevares. Mientras esto ocurría, las familias acomodadas comenzaron a abandonar el centro para construir sus casas y mansiones en áreas socialmente más prestigiosas, como los flamantes bulevares (Santafesino, actualmente Oroño, y Argentino, hoy avenida Pellegrini). Pero para la parte mayoritaria de la población, con menos recursos, más dificultades y menos opciones, la situación fue muy diferente: pensiones, ranchos y conventillos. O la compra a plazos de un terreno en la periferia, en zonas todavía casi rurales, donde con muchos esfuerzos las familias de obreros fueron construyéndose sus propias viviendas, esfuerzo que en muchos casos llevó muchos años de trabajo y ahorro de todo el grupo familiar. En esos nuevos barrios, al principio simples loteos, paulatinamente fue llegando alguna infraestructura de servicio: tranvías, centros de salud, escuelas, cloacas, pavimentos, generalmente por el impulso y la constancia de los reclamos de los propios vecinos. En el centro, en las zonas de precarios y desordenados muelles de las décadas finales del siglo XIX, en 1902 comenzó a construirse un nuevo, moderno y enorme puerto fluvial, dotado de la mejor tecnología de la época (grúas mecánicas, cabrestantes, guinches, pasarelas de carga/descarga más seguras y grandes galpones para acopio de mercaderías). Esas instalaciones —deseadas desde mucho antes por los comerciantes rosarinos— no llegaron a cumplir el objetivo de sostener el enriquecimiento de la ciudad. Los problemas jurídicos y tarifarios (el puerto de Rosario no pudo competir con los costos del de Buenos Aires) y el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914, interrumpieron abruptamente el auge inmigratorio: Europa, por sus exigencias bélicas, negó permisos a quienes pretendían ir a América. SUPLEMENTO ANIVERSARIO DIARIO LA CAPITAL 300 ROSARIO P39 Bajada Sargento Cabral_Col. Postales. c. 1915_Archivo Fotográfico Museo de la Ciudad Bajada Sargento Cabral_Col. Postales. c. 1915_Archivo Fotográfico Museo de la Ciudad Este sumario recorrido por un poco más de medio siglo de desarrollo económico, social y urbano de Rosario en el periodo del auge inmigratorio, deja pocas dudas sobre el impacto y la profundidad de los cambios operados en ese periodo por la afluencia de inmigrantes. Ese periodo se interrumpió drásticamente con la “Gran Guerra” de 1914/19. Sin embargo, aunque en cantidades más moderadas, la inmigración siguió fluyendo a la Argentina en general y a Rosario en particular. Esas corrientes fueron nuevamente interrumpidas, por las mismas razones, durante la Segunda Guerra Mundial, y volvieron a activarse en la segunda posguerra. Rosario, ya convertida en importante ciudad, siguió creciendo. (*) Historiadora, Facultad de Ciencia Política y RRII (UNR)
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