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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 20/11/2025 05:11
20 de noviembre de 1845: el panorama que ofrecía el río Paraná, con las cadenas que impedían la navegación y el intenso fuego de artillería Cuando Juan Manuel de Rosas fue derrotado en Caseros el 3 de febrero de 1852, Lucio Norberto Mansilla era un veterano guerrero de 59 años que estaba al mando de la reserva en la ciudad de Buenos Aires, formada por ancianos, inválidos y extranjeros que cumplían con el servicio militar. Cuando vio que los vencedores se dedicaron al saqueo junto a los presos que se escaparon de la cárcel, comprendió que la situación era incontrolable y se embarcó con su familia en el mismo buque en que lo hizo Rosas y partió al exilio. No fue a Gran Bretaña, como su cuñado, sino a Francia. Allí Napoleón III lo recibió con honores, ya que estaba al tanto de los detalles de la tenaz resistencia a la flota bloqueadora en parte conformada por fuerzas francesas, que había remontado el Paraná siete años atrás. Ambos hombres construirían una amistad y en homenaje a ella, el monarca impuso el nombre de Rue d’Obligado a una corta calle parisina del XVI Distrito, la que actualmente se llama Rue d’Argentine. Todo por un combate que, a pesar de que los argentinos habían sido derrotados, tuvo mucho de épico y de heroico. Juan Manuel de Rosas era el gobernador de la provincia de Buenos Aires y encargado de las relaciones exteriores de la Confederación. Desde 1838 el Río de la Plata sufría un bloqueo anglo francés Para 1845, Mansilla era el comandante de la costa del río Paraná. Ya había estado en todas: de adolescente peleó en las invasiones inglesas y su padre Andrés Ximénez Mansilla moriría en la segunda. Junto a Artigas, luchó contra los portugueses. En los combates junto a Domingo French en la frontera con el Brasil sobrevivió a una bala que lo atravesó. Instruyó a reclutas para el Ejército de los Andes, combatió en Chacabuco, Talcahuano y Maipú. De regreso a Buenos Aires, en 1820 se sumó a Francisco Ramírez en su pelea contra Artigas, y se apartaría del entrerriano cuando éste pretendió fundar la República de Entre Ríos. Muerto el gobernador, Mansilla quedó en el puesto y fue reelecto en tres oportunidades. Firmó la paz con Estanislao López, fue uno de los artífices del Tratado del Cuadrilátero e intervino en la sanción de la constitución provincial de 1821. Para 1826 ya era general, y se destacó en la guerra contra el Brasil. Trató de no involucrarse en la puja entre unitarios y federales, y fue jefe de policía en Buenos Aires y legislador. Casado con Polonia Duarte, con la que tuvo tres hijos, la terminó dejando y cuando ella falleció se casó con Agustina Ortiz de Rozas, la hermana menor de Juan Manuel. Además de sus dotes militares, había dirigido una escuela de matemáticas en 1810. Lucio Norberto Mansilla quedó al frente de las fuerzas que debían enfrentar a la flota enemiga El 13 de agosto de 1845 su cuñado le encomendó frenar la poderosa flota anglo francesa que pretendía remontar el Paraná y que se pondría a su servicio lo que precisase para hacer frente a la fuerza enemiga. Lo ponía al frente del ejército, ganándose la antipatía de Urquiza, quien creía que tenía más capacidad para la misión que pasaría a la historia como el combate de la Vuelta de Obligado. Entre 1845 y 1850 una escuadra anglo-francesa bloqueó el Río de la Plata impidiendo el paso de los barcos hacia Buenos Aires o a los puertos de la Confederación, con excepción de Montevideo. Los franceses ya habían realizado un primer bloqueo entre 1838 y 1840. Los europeos argumentaban que la existencia del Uruguay estaba amenazada por el sitio que sufría. En realidad, estaban siendo afectados sus intereses comerciales que además, ya tenían en mente navegar los ríos interiores de nuestro país para comerciar, algo que el gobernador Rosas, a cargo de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, impedía. Alternativa de un largo y encarnizado combate, que terminó cuando los argentinos quedaron sin municiones El 1 de septiembre Mansilla definió el sitio donde esperaría a la flota. La defensa que organizó fue la de atravesar el río, a la altura del Paso del Tonelero, con 24 barcazas que estaban unidas entre sí por tres gruesas cadenas de hierro, aportadas por amigos de Rosas. De un extremo, las cadenas estaban amarradas al bergantín Republicano, al mando del capitán Craig, apoyado por otras dos embarcaciones. Allí el río tenía una profundidad de unos quince metros y un ancho de 800. El 14 de septiembre un temporal descalabró las barcazas y debieron rearmar el dispositivo. De la costa bonaerense se levantaron cuatro baterías, compuestas por viejos cañones, algunos de ellos de corto alcance. Primero estaba la batería Restaurador Rosas, al mando de Alvaro de Alzogaray con media docena de cañones de regular calibre; luego, la General Brown, al mando de Eduardo Ignacio Brown, uno de los hijos del almirante, también con cinco cañones similares a la primera batería. La tercera, la General Mansilla, de fuego rasante, era comandada por Felipe Palacio y contaba con tres cañones de pequeño calibre como los siete de la cuarta, bautizada Manuelita, al mando del coronel neoyorquino Juan Bautista Thorne. Este monolito, colocado en la década de 1930, señala el lugar donde estaba emplazada la batería Manuelita, a cuyo frente estaba Thorne (Gentileza Museo del sitio Batalla de la Vuelta de Obligado) Estas baterías, construidas por 14 carpinteros y tres herreros, estaban atendidas por doscientos artilleros con poca experiencia, apoyados por alrededor de 500 soldados de infantería, otros tantos eran de caballería e infantes de marina. Sobre una de las costas, una decena de pequeñas barcazas incendiarias estaba lista para ser lanzada río abajo contra la flota enemiga, que el 10 de noviembre ya sabía lo que le esperaba. La flota bloqueadora había partido de Montevideo el 17, y del imponente convoy de modernos buques de guerra, algunos a vela y otros a vapor, fuertemente artillados, iban 92 mercantes con un importante cargamento para comerciar. El recodo que hacía el río obligó a la flota a detenerse. Algunos barcos, por precaución, anclaron alejados de las baterías argentinas. En la mañana del 20, los enemigos iniciaron el ataque contra las defensas, con sus poderosos cañones que disparaban proyectiles explosivos, mientras otros barcos se dirigían hacia las cadenas para cortarlas. No hace mucho, se hallaron en la orilla restos de cadenas usadas en el combate Mansilla, temprano, había arengado a sus tropas: “¡Vedlos, camaradas, allí los tenéis! ¡Considerad el tamaño del insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra república, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos!” El intercambio de disparos de artillería fue muy intenso. Algunos barcos debieron alejarse por estar demasiado averiados. Cuando el Republicano agotó sus municiones, su capitán decidió volarlo. Al mediodía de ese 20 de noviembre, las cadenas aún no habían sido cortadas. Un barco a vapor intentó arrastrarlas sin éxito, hasta que de una balsa un grupo de ingleses con un martillo y un yunque las rompieron. Mientras tanto, las baterías eran destruidas por el fuego enemigo. A las tres de la tarde, las fuerzas argentinas habían agotado las municiones. Entonces, desembarcaron 325 infantes de marina que fueron rechazados por los argentinos, a punta de bayoneta y a arma blanca. En esa acción, cayó mal herido el propio Mansilla, cuando fue alcanzado por metralla que le afectó el abdomen y le quebró una costilla. Los infantes debieron retroceder, pero de una nave francesa desembarcaron más fusileros y los defensores comprendieron que nada más podían hacer. Quedaron en el campo 250 argentinos muertos y 400 heridos, mientras que los atacantes sufrieron 26 muertos y 86 heridos. Los buques invasores debieron permanecer más de un mes en el lugar para ser reparados por el importante daño que habían sufrido. Luego de navegar río arriba, en su regreso volverían a ser hostigados por las fuerzas de Mansilla. Arqueólogos que hace tiempo excavan la zona, hallaron muchos clavos, que se usaban para construir parapetos. También otros para fijar los tacos de los calzados (Gentileza Mariano Ramos) Luego de muchas idas y vueltas diplomáticas, se firmó un tratado mediante el cual los ingleses reconocían la soberanía argentina sobre sus ríos interiores y su derecho a solucionar sus problemas con el Uruguay sin la intervención extranjera. Francia demoró en acordar, pero finalmente lo hizo. Hasta los opositores a Rosas reconocieron y alabaron dicha acción. José de San Martín, desde su exilio de Gran Bourg, había tomado casi como una afrenta personal el bloqueo al Río de la Plata, que lo llevaría a decir “que los argentinos no somos empanadas que se comen con el solo abrir de boca”. En su testamento, firmado el año anterior, le legaría el sable corvo a Rosas por la defensa de la soberanía ante el bloqueo. Un anciano almirante Bartholomew James Sullivan, que había combatido en Obligado como capitán, se presentó un día de 1883 en el consulado argentino en Londres. Deseaba devolver una bandera argentina que había tomado ese día. Aseguró que lo hacía como un homenaje y con admiración por el coraje demostrado por los defensores. A mediados de marzo de 1997, el presidente Jacques Chirac visitó nuestro país con el propósito de afianzar el intercambio comercial entre ambos países. En el último día de su visita, en un acto en la residencia de Olivos, devolvió al país una bandera argentina, que tenía en su centro una estrella federal, que había sido capturada en la misma acción. De la ceremonia participaron Granaderos, Patricios y los famosos Colorados del Monte, que le obsequiaron al mandatario francés un cinto pampa. La enseña que aún resta recuperar es la que se exhibe en la Iglesia de San Luis, en Los Inválidos, en París. Luego de permanecer unos años en Europa, Mansilla regresó al país, se dedicó a la vida social y no se involucró en política. Murió el 10 de abril de 1871, en plena epidemia de fiebre amarilla. Seguramente el hecho de ser el cuñado de Rosas, que aún vivía en el exilio inglés de Southampton, fuera el motivo de la ausencia de los honores oficiales a uno de los tantos hombres que se habían jugado la vida a orillas del río Paraná.
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