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  • Voicot: la sensibilidad individual y artística que convirtió al grupo en referente del movimiento animalista latinoamericano

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 20/11/2025 05:10

    Las intervenciones en la vía pública (Voicot) “Yo desde los once años no como animales”, dice Malena Blanco, cofundadora de Voicot, y la frase parece tallada en la memoria, sostenida por la certeza de los hechos y la incógnita de las preguntas que vendrían años después. Su infancia en Buenos Aires estuvo rodeada de perros y gatos, que eran parte de la vida cotidiana, hasta que, tiempo después, entendió que ese amor era apenas la superficie de una herida mayor. Así, lo que comenzó como una decisión silenciosa se transformó con los años en un compromiso ético profundo. Más de una docena de años después, el mundo de la publicidad la arrastró a una rutina donde las ideas pasaban por vender, y no por cuestionarse nada. En ese ámbito sin interpelaciones, notó una fisura ética: comenzó a chocarle la enorme capacidad de la comunicación para influir… y lo poco que se usaba para cuestionar la violencia normalizada. Esa contradicción fue el impulso para redefinir su camino. El cambio se cristalizó con la creación de Boicot (primero con B) y la posterior aparición de la “V”, que transformó su nombre y su identidad en Voicot. “No fue algo que pensé, fue lo que pasó. Me excedió, como una canalización… Ya no sentí que tuviera que tomar acción o convertirme en algo, sino que me pasó”, admite la mujer que hoy es reconocida como referente del movimiento animalista en Argentina y una de las caras del grupo que combina arte, mensaje e incomodidad. Lo que nació como un gesto individual terminó convirtiéndose en el emblema de un movimiento que desafía la comodidad del consumo y da visibilidad al padecimiento de los animales. Malena Blanco(Nora Lezano) De la sensibilidad individual a la acción colectiva Las certezas nunca fueron lineales para Malena. “Aunque ya no comía animales, a la hora de pensar en hacer algo, lo hacía solo por perros y gatos. No comer animales en mi cabeza era más una elección personal, y cuando pensaba en activismo, se sumaban solo ellos. Era muy loco, ahora que lo pienso, pensar en no explotar a las vacas, gallinas, peces o cerdos, pero a la hora de actuar, no entraban en mi lista”. Ese deseo de hacer algo más dio origen a la fundación Amora, junto a otra activista llamada Alicia. “Armamos una fundación constituida que sigue hoy vigente. El nombre significa: ‘amor a...’ todos… Así empezamos a cranear qué íbamos a hacer, alguna movida por los perros y los gatos”, recuerda. Pero pronto la mirada se amplió: cuando Federico Callegari, a quien conoció en la carrera de Diseño, regresó de Estados Unidos, sacudido por la muerte de su gato, su sensibilidad hacia todos los animales terminó por redefinir la misión del grupo. “Se acercó porque yo siempre posteaba cosas de animales. A él se le había muerto un gatito, que lo había shockeado un montón, y eso lo conectó con el sufrimiento de todos los animales. Empezamos entre los tres a hablar, a debatir… fue una construcción colectiva y decir: ‘Pará, tenemos que sumar a todos los animales’. Ahí surgió el nombre Amor a...”. Pero los estados de ánimo no podían quedar de lado y la estructura de una ONG tradicional resultaba insuficiente para canalizar la bronca que sentían frente a la explotación animal masiva. “Empezamos a ver todo lo que le hacíamos a los demás animales, la cantidad de animales que se matan por segundo… había cosas que queríamos hacer, pero no entraban en el marco de una ONG”, revive. Esa necesidad de acción más directa llevó a un primer gesto contundente que lo cambió todo: remeras con imágenes imposibles de ignorar. Con sello propio: el primer cartel de Voicot.com y una afirmación que aún asusta (Voicot) “Se nos ocurrió mostrarle a la gente lo que pasaba en los mataderos, cómo un animal se convertía en comida. No teníamos imágenes propias, ni se me habría ocurrido meterme en un matadero en ese momento. Entonces contactamos al grupo español Igualdad Animal para que nos cedieran material, y así imprimimos la primera remera de Boicot: algodón orgánico, comercio justo, la vaca en el centro”, explica sobre el primer emblema del grupo disruptivo. Justamente, el nombre también cargaba un significado político: Boicot, inicialmente escrito con B, aludiendo al boicot a las marcas registradas y al sistema capitalista que forma parte de la explotación animal. Pero el proyecto no se quedó en la remera. Con la intención de aprender y profesionalizar su activismo, vendieron todo lo que tenían y viajaron a Europa para formarse con los activistas referentes de Igualdad Animal y con el filósofo Oscar Horta. Con ellos entendieron que lo pasa lejos, no pasa. “Nos enseñaron que la gente necesita ver qué pasa en su país, no en otro. Nos dimos cuenta de que había que empezar a documentar lo que ocurre en los mataderos de Argentina”, recuerda Malena. El cambio fue inevitable... Ese aprendizaje sentó las bases de lo que sería Voicot, un colectivo que combinaría arte, información y confrontación. Con nombre nuevo —y luego de avisarles a sus primeros 500 seguidores de Facebook que habían cambiado— las bases se sentaron y la identidad fue más propia que antes: esa V rompió el molde. “Porque rompe con la tradición de la Real Academia Española, del Boicot con B larga; hablamos con la V de veganismo; la V de victoria, porque es un símbolo de paz que está dentro de una palabra de choque”. Así nació, definidamente como nombre el 20 de noviembre de 2014. Intervención en la Semana de la Moda, en Nueva York, en 2014 (Voicot) La identidad visual y el poder del mensaje Ya estaban embarcados en algo distinto. Sabían que se apartaban de lo que hasta entonces se conocía. Hasta 2014, el movimiento animalista antiespecista de Argentina contaba con sus primeros grupos consolidados, cada uno transmitiendo el mismo mensaje, a su manera. Ya se escuchaban voces como la de la abogada y pionera en literatura animalista en el país, Ana María Aboglio. Otros colectivos, como La Revolución de la Cuchara - Comando Verde, sorprendían con sus primeras acciones en el centro de la explotación animal: La Noche de los Mataderos, 269, o intervenciones en fiestas de caballos en Bragado y Luján, entre otras. Algunos grupos independientes se plantaban en la entrada de hoteles donde se celebraban los Martín Fierro para denunciar el uso de pieles, mientras que otros ya habían irrumpido en La Rural en 2011. Pero era poco lo gráfico, sobre todo en la vía pública. “La educación te marca. Nosotros veníamos del mundo publicitario —Federico, diseño; yo, redacción— y eso nos dio una dupla desde el primer día”, resume Malena siguiendo los primeros pasos de Voicot. No había hoja de ruta, pero sí una certeza: “No podíamos hacerlo de otra manera. Tomamos a Voicot con una base de diseño, una base de identidad gráfica, porque entendíamos el valor de construir una marca, hasta el punto del dominio en Internet. Buscamos que existiera el .com” admite. Voicot tiene una tienda en la que venden ropa con inscripciones antiespecistas y libros sobre el movimiento animalista La primera aparición disruptiva fue en Nueva York, durante la semana de la moda: “Pegamos carteles que decían ‘fuck for fashion’, hicimos fotos de cuerpos humanos con imágenes de animales muertos proyectadas… Fue como un museo en la calle. Y la gente se quedaba mirando. Nos dimos cuenta de que había algo ahí, un camino”. Los afiches y murales pronto se convirtieron en la columna vertebral de la estrategia. “Queríamos dar un mensaje limpio, directo, que no dé lugar a dudas. Muy en la línea de la vaca colgando: violencia y comer animales”. En esa línea, Malena y Federico se repartieron roles: “Yo hacía el texto, Fede la parte gráfica”. Los carteles ocupaban tanto paredes como publicidades ajenas. “No queríamos solo dejar nuestro mensaje, sino también intervenir, hackear la mentira que las publicidades esparcen por todos lados”, subraya. Encontrar una estética fue también encontrar una comunidad. “Nos dimos cuenta de que le estábamos hablando solo a los veganos y eso podía ser un riesgo”, afirma. En ese tránsito, Voicot encontró la voz propia y la metodología: “A veces escribía desde la bronca, otras desde un lugar más amoroso. Creo que se nota en los textos”, relata sobre cada una de sus publicaciones en la cuenta de Facebook, donde comenzaron a ser una comunidad fuerte. La sinceridad y el contraste con las lógicas publicitarias dieron lugar a una narrativa que terminó por redefinir el activismo visual en la región. “Queríamos dar un mensaje limpio, directo, que no dé lugar a dudas. Muy en la línea de la vaca colgando: violencia y comer animales” (Voicot) Militancia, procesos personales y desafíos La historia de Voicot es inseparable del propio recorrido de Malena. “Antes de 2014 tenía una productora de cuentos infantiles, Puma Editores. Ahora veo que todos los libros eran antiespecistas, aunque yo no conocía ni la palabra”, se asombra de sí misma. El salto hacia el activismo (esa necesidad de hacer algo más que no llevarse un bocado de carne a la boca) fue impulsado también por un taller gratuito de seis meses con la creadora de Veganius, Verónica Cerrato, referente de derechos animales, que funcionó como “un antes y un después” para ella que entró siendo vegetariana y salió vegana. “Hoy le agradezco el veganismo”, enfatiza. El proceso interior no fue menos arduo. “Lo maravilloso que tenemos los humanos es la posibilidad de cambiar. Cambiar es correrse del ego. Yo al principio señalaba mucho, iba con el vos: ‘vos hacés esto, asesino’. Después entendí que todo es un entramado más grande, que estamos todos atravesados por esto”. Esa reflexión abarca aspectos de historia personal, transformación íntima y también una dura autocrítica: “Yo puedo ver mi proceso personal en los escritos, desde el primer día hasta hoy”. Intervención en el Obelisco (Voicot) Las dudas éticas fueron en ella una apertura de nuevos caminos: “Me pasaba que hablaba de opresión animal, pero tenía iPhone, una computadora, litio, coltán… Yo también soy parte de esto. El sistema logra que, pese a toda la información, la gente siga participando de ese horror. El desafío es cómo ir al ritmo del sistema y hackearlo”, dice y propone interpelarlo todo. Para Malena, el activismo no se limita a denunciar: consiste en mostrar lo que muchos prefieren no ver, confiando en que cada imagen llega en el momento justo. En ese recorrido, descubrió el documental como forma de expresión. “Yo también había estudiado cine y es un lugar que me encanta. Me encontré con ese formato que me parece hermoso”, recuerda. Así nació Somos y seremos mar, un documental en el que acompaña al movimiento de mujeres indígenas en una caminata contra el terricidio, que ya fue proyectado en varios festivales. Desde ese primer trabajo hasta su más reciente proyecto, El privilegio del asco, y pasando por campañas visuales como la realizada en el Obelisco, Malena mantiene una idea-fuerza: “Me interesa mostrar el horror desde el arte. El arte sana. Sin eso, no podría sostenerme en este mundo”. Las intervenciones de Voicot en Argentina Proyección, límites y futuro La proyección de Voicot no se limita al arte y al activismo de calle. Malena se abre a nuevas plataformas y reconoce el valor de colaborar: “Ahora hago radio en la KLA, en Mar del Plata. Me encanta salir de la endogamia, dejar de hablarles a los veganos y empezar a hablarle a todo el mundo”. El impacto de las acciones trasciende las fronteras del colectivo artístico que superó las fronteras al punto de que Malena ya no sabe por dónde andan sus imágenes que, asegura, ya no le pertenecen porque “son del mundo”. Pero lograron llegar mucho más allá: a los escritorios de quienes tienen las leyes en sus manos. “Las investigaciones sobre mataderos de caballos las pidieron desde la Comisión Europea, porque esa carne es exportada a esos países. También fue usado material que hicimos para lograr el cierre del zoológico de Luján”, cuenta. Las redes, dice, fueron las que permitieron que el movimiento mutara y la agenda legislativa empezara a considerar sus denuncias: “Presentamos un proyecto de ley con la abogada Silvina Pezzetta, de Ética Animal, para frenar la exportación de animales en pie. Ya tenemos número de expediente”, indica. En 2014, las intervenciones en las calles de Nueva York; 2025, el libro de Malena Blanco Aunque admite que las estructuras de Estado le resultan ajenas, aburridas, asume que los cambios exigen moverse en todos los terrenos posibles: “Yo hablo de mí, me gusta más la investigación, la fotografía, la educación, la literatura infantil. Por ahí creo que puedo ser más útil”, resume y admite el orgullo que siente de algunas intervenciones puntuales que hizo con la cantautora Liliana Felipe, destacada activista animalista en México, y su flamante libro, Carroñeros (Ed. Planeta), donde revela lo que esconde la industria de la carne. Luego de repasar cada una de sus acciones —vigilias en mataderos para brindar afecto a cada animal antes de ser asesinado, pegatinas, intervenciones en la vía pública, murales, charlas escolares, rescates de gallinas con las que creó un vínculo inesperado, entre otras— Malena se detiene a hablar del futuro, consciente de su incertidumbre: “Yo era doblemente pesimista, pero ahora me pregunto si ese pesimismo no es funcional al sistema. Me niego a quedarme inmune o deprimida. No creo que vaya a cambiar el mundo, pero lo voy a intentar”, dice con la misma calma y determinación que sostuvo durante toda la entrevista, reconociendo que aquella bronca inicial se transformó en acción concreta y en la paz de saber que hace todo lo que está a su alcance. El camino de Voicot —esa suma de imágenes, palabras y heridas— marca el pulso de nuevas luchas y despierta preguntas que aún quedan abiertas. “Hay que construir cultura. No hay nada más maravilloso que la posibilidad de cambiar”, concluye, dejando claro que el activismo no termina, sino que se renueva en cada gesto y en cada conciencia que toca.

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