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Rio Negro » Adn Rio Negro
Fecha: 17/11/2025 17:28
(Por Martín Doñate*).- La humanidad enfrenta una transformación que excede lo tecnológico. Estamos ingresando en una mutación civilizatoria que reorganiza simultáneamente la economía, la autoridad política, la producción del conocimiento, el sistema laboral y la forma en que comprendemos lo humano. La Inteligencia Artificial, la computación cuántica, la robótica y las biotecnologías no son avances aislados: constituyen el nuevo entorno estructural donde se redefinen los sistemas políticos, jurídicos y culturales del siglo XXI. Europa ha construido un andamiaje regulatorio avanzado —IA Act, DSA, DMA, GDPR, Data Act— que funciona como un faro indispensable. Pero es un faro cuyos rayos fueron diseñados para iluminar otra época, mientras la realidad tecnológica avanza a una velocidad que se aproxima al rayo. La brecha entre lo que las regulaciones pueden iluminar y la velocidad efectiva del cambio tecnológico se ha convertido en el dilema institucional central de nuestro tiempo. En el plano geopolítico, el mundo converge hacia una disputa de hegemonía algorítmica entre Estados Unidos y China, que compiten por el control de datos, modelos fundacionales, chips, nubes soberanas y capacidades cuánticas. Europa intenta resguardar derechos. India, Corea del Sur y los países del Golfo emergen con estrategias tecnológicas nacionales robustas. Y América Latina, si no define políticas propias, corre el riesgo de ser un mero espacio dependiente, sin control sobre los sistemas que moldearán su desarrollo. Yuval Noah Harari anticipó que la mayor desigualdad del siglo XXI no sería económica, sino algorítmica: entre quienes controlen los sistemas inteligentes y quienes sean configurados por ellos. Byung-Chul Han describió la psicopolítica digital, un régimen de influencia silenciosa que opera desde dentro de las emociones, modelando percepciones y decisiones sin necesidad de coerción. En ambos casos, la autoridad del siglo XX —deliberativa, racional, institucional— comienza a ser desplazada por procesos automáticos capaces de intervenir en la experiencia humana desde adentro. El trabajo —que durante dos siglos ordenó identidades, ciudadanía y movilidad social— entra en crisis estructural. La IA automatiza tareas cognitivas antes reservadas a profesionales: diagnósticos legales, análisis financieros, creación de contenidos, funciones educativas, tareas administrativas. Las brechas sociales ya no serán sólo económicas: serán cognitivas, tecnológicas, algorítmicas y de acceso al conocimiento avanzado. El contrato social moderno no describe adecuadamente este nuevo mundo. Pero esta revolución no es ajena a lo humano. Surge de la capacidad creativa, imaginativa y proyectiva que siempre definió a nuestra especie. En este sentido, vale recuperar —con rigor científico y sin forzamientos— la figura del neurocientífico mexicano Jacobo Grinberg, investigador de la UNAM. Grinberg desarrolló la teoría sintérgica, según la cual la realidad surge como interacción entre el sistema neural humano y un campo informacional profundo que denominó latis. Su trabajo buscó comprender, desde la ciencia, cómo la percepción construye el mundo y cómo ciertas potencialidades cognitivas permanecen latentes. Hoy, varias de esas intuiciones encuentran resonancia en los debates contemporáneos de física cuántica, neurociencia y modelos avanzados de IA: las fronteras entre lo estrictamente científico y lo que antes parecía inasible comienzan a intersectarse. La tecnología no sólo amplía el mundo: amplía las posibilidades de la mente humana. La computación cuántica es un capítulo decisivo de esta transición. Su impacto no pertenece al futuro lejano: es inminente. Pronto veremos sistemas cuánticos aplicados a medicina, energía, materiales y logística, y presencia cotidiana de robots humanoides en hogares, comercios e industrias. La sociedad se transformará a un ritmo que no esperará a las instituciones ni a los marcos regulatorios tradicionales. Las estructuras institucionales actuales fueron diseñadas para un mundo estable, secuencial y previsible. Pero la IA opera en entornos globales, probabilísticos y expansivos. Los sistemas tecnológicos pueden incidir en millones de vidas en segundos, mientras las decisiones políticas y judiciales requieren tiempos humanos. Esta desincronización no es técnica: es civilizatoria. Por eso necesitamos un nuevo diseño institucional: organismos de supervisión de IA, agencias de ciberseguridad cuántica, defensorías digitales, auditorías algorítmicas obligatorias, estrategias nacionales de riesgo tecnológico y plataformas públicas de IA soberana. Y resulta urgente un nuevo modelo educativo, donde el aprendizaje ya no consista en acumular información, sino en formar criterio, interpretación, razonamiento crítico y capacidad de interacción con inteligencias no humanas. Hoy ya se disputa —y hacia 2030 quedará consolidado— un nuevo eje global basado en el dominio de datos, algoritmos, capacidades cuánticas e infraestructuras informacionales. La disputa no es territorial ni económica en el sentido clásico. Es una disputa por quién orienta el desarrollo científico, quién define las reglas y quién controla los sistemas que organizan la vida colectiva. Lo que está en juego no es la tecnología. Es el modelo de humanidad que queremos construir. *Senador, Director del Instituto Argentina 2050.
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