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    » Diario Cordoba

    Fecha: 17/11/2025 04:22

    Los desayunos posteriores a un análisis de sangre valen por dos. El ayuno impuesto se lleva mejor con la perspectiva del festín con el que será recompensado. El otro día fuimos al Marta en esas condiciones. Nos pillaba de paso. Hay cafeterías que siempre están ahí y uno nunca va. Cuando las nombran, se siente como si hablasen de un primo segundo, aunque en realidad no se haya pisado el local en años. Me pasa lo mismo con el Santos y sus tortillas. La cafetería estaba llena, como siempre. Descartamos la terraza. Si fuese por mí, terrazas como esa o como las de la avenida Ronda de los Tejares no existirían. Están situadas en un lugar muy concreto: las antípodas de la calma y el aire fresco. En las de la avenida Ronda de los Tejares, las terrazas garantizan apiñamiento y monóxido de carbono; en la del Marta no se respiran tantos gases nocivos, pero el trasiego de gente es tremendo, y el nivel de exposición, demasiado exigente. Además, los que vimos la calle Cruz Conde abierta al tráfico no nos creemos que sea peatonal: por allí circula aún el fantasma de lo que fue. Por eso me parece que sus mesas están fuera de lugar. Ya han pasado más de diez años desde la peatonalización; aun así, esta no ha calado en muchos subconscientes. La gente camina más por los laterales que por el centro. Por no hablar de que, de vez en cuando, pasa algún coche, a lo que se suman los patinetes, que se erigen en peatones o vehículos en función de los intereses del conductor. Lo dicho: obviamos la terraza. Dentro solo había alguna mesa libre en la planta de arriba. En la de abajo estaba ocupada hasta la barra. El acceso no es fácil. En mi cabeza aplaudí al ver a un padre subiendo un carrito por las escaleras, cuya estrechez inquieta hasta al más hábil. Una vez arriba, hay que recorrer un pasillo en el que hay una barra baja, junto a la que algunos se sientan: debe ser parecido a desayunar en el suelo. Al fondo, por fin, encuentra uno algo de sentido. Las mesas son peligrosas, eso sí; es fácil darse un golpe en las rodillas o darle un cabezazo a una lámpara. La gente allí no se sienta, se desploma. A pesar de todo lo anterior, una vez ubicado, se desayuna de maravilla; paradójicamente, todo funciona. La media es tan grande que me pregunto cómo será la entera, y el aceite es de los que se notan en la garganta. No pedimos churros, pero sé que volveré para probarlos. Los camareros son rápidos, vivos. Aunque pedí un descafeinado y me lo trajeron de trinchera, bien de cafeína. El Marta es un chute de brío. Ese día lo protagonizaron mis palpitaciones.

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