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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 17/11/2025 02:31
Erwin Rommel estaba al frente del ejército nazi en África Para mediados de 1941 la situación de las tropas británicas en el frente africano distaba de ser auspiciosa. Venían de sufrir una contundente derrota en mayo, con el fracaso de la Operación Brevity, una ofensiva que buscaba ser un primer paso para levantar el Sitio de Tobruk. Ideada por el comandante en jefe del Ejército Británico en el Medio Oriente, el general Archibald Wavell, debía ser un golpe rápido contra las débiles fuerzas de la primera línea del Eje en el área de Sollum-Capuzzo-Bardia de la frontera entre Egipto y Libia. Aunque la operación tuvo un comienzo prometedor, la mayor parte de los avances iniciales se perdieron en los contraataques locales, y la operación fue cancelada cuando los refuerzos alemanes llegaron rápidamente al frente. Fue en ese contexto que el primer ministro Winston Churchill propuso al alto mando británico una nueva operación, ya no de despliegue de tropas en las líneas de combate sino una acción quirúrgica con un blanco preciso: el hombre que comandaba a los Afrika Korps y uno de los más prestigiosos oficiales del ejército alemán, el mariscal Erwin Rommel, el “Zorro del desierto”, que estaba dando vuelta el curso de la batalla en el norte africano. Churchill vio en la captura de Rommel no solo un objetivo militar sino un tremendo golpe de efecto para la propaganda de guerra, capaz de levantar el alicaído ánimo de las tropas y la sociedad británicas. La bautizaron con el nombre en clave de “Operación Flipper”. Gran Bretaña necesitaba una victoria y la captura de Rommel sería, por lo menos, un gran golpe de efecto. “Flipper” comenzó a planificarse a mediados de octubre y tenía en realidad cuatro objetivos: atacar el lugar donde se suponía que estaba el cuartel general de Rommel, cerca de Beda Littoria, a unos 30 kilómetros dentro de Apolonia, en Libia; destruir una estación de transmisión y centro de inteligencia que estaba cerca de ese sitio, y atacar dos centros de comando italianos. Todo detrás de las líneas enemigas. El hombre elegido para comandar la misión, que debían realizar comandos de élite de las tropas especiales, fue el teniente coronel Geoffrey Keyes, hijo del almirante sir Roger John Brownlow Keyes, un famoso héroe de la Primera Guerra Mundial. El plan ideado por el alto mando británico era desembarcar detrás de las líneas alemanas e italianas en África y capturar a Rommel, o matarlo si era imposible llevárselo con vida. Erwin Rommel pasa revista a parte de las tropas nazis en el frente africano Errores y malas elecciones Sin embargo, ese éxito imaginado se convirtió en un terrible fracaso. Todo lo que podía salir mal, salió efectivamente mal, producto de un cóctel que incluyó un deficiente trabajo de inteligencia, un incapaz como oficial al mando, el clima adverso y, como en toda operación de guerra, una considerable cuota de azar. Más allá del prestigio de su apellido, Keyes no era el hombre adecuado: no tenía entrenamiento para formar parte de esas tropas y menos para dirigirlas. Tenía problemas de visión y de audición, y no se caracterizaba por tener mucha experiencia en combate. Si estaba en las fuerzas especiales se debía casi exclusivamente a la amistad de su famoso padre con el primer ministro británico. Quizás por eso, aunque Keyes estaba encargado de dirigir el asalto, la operación estaba bajo el mando general del teniente coronel Robert Laycock – un hombre que sí tenía experiencia –, que no ocultó sus dudas sobre el éxito de incursión, sobre todo porque las posibilidades de evacuación del comando, una vez llevada a cabo la misión, eran muy bajas. Le ordenaron que se guardara sus reparos y siguiera adelante. Así, el 10 de noviembre de 1941, un comando compuesto por hombres del Long Range Desert Group, voluntarios y “ratas del desierto”, auténticos especialistas en acciones de sabotaje y de información en la retaguardia de las líneas enemigas, se pusieron bajo el mando de Geoffrey Keyes para realizar una misión que podía calificarse como suicida. A cargo de las tareas preliminares de inteligencia estuvo el capitán John E. Haselden, un hombre que hablaba a la perfección árabe e italiano y que estaba acostumbrado a moverse –disfrazado– con soltura detrás de las líneas enemigas. Haselden había desembarcado en una playa cerca de la ciudad costera de Hamma en el submarino Torbay el 10 de octubre con un guía árabe, y pasó casi dos semanas espiando las características del terreno. Fue él quien supuso, debido al constante movimiento de vehículos de los oficiales alemanes, que Rommel tenía su cuartel general en Beda Littoria. Pero se equivocaba, y mucho. Erwin Rommel no estaba en África en el momento del atentado en su contra Veinticinco bajas en el mar Además de la información de inteligencia errónea y un jefe poco capacitado, el desembarco en las playas africanas complicó aún más las cosas. Los comandos británicos partieron de Alejandría a bordo de los submarinos Torbay y Talisman en dirección a la costa de la Cirenaica, en Libia, 300 kilómetros por detrás de las líneas enemigas. La noche del 14 al 15 de noviembre de 1941, el destacamento de Keyes se embarcó en canoas plegables frente a la playa de Khashm al-Kalb, guiado por equipos de dos hombres de la Sección Especial de Botes. De los 59 hombres que componían el grupo comando, unos murieron ahogados a causa del fuerte oleaje al iniciarse el desembarco en un mar embravecido; otros, agotados por el esfuerzo, debieron volver atrás para ser rescatados por el submarino y algunos más se perdieron en la oscuridad de la noche. Finalmente, 34 soldados y oficiales lograron reunirse en la orilla para iniciar una misión que ya empezaba a complicarse debido al poco tiempo del que disponían. El ataque debía coincidir con el inicio de la Operación Crusader, fijada para la noche del 17 al 18 de noviembre y cuyo objetivo era evitar a las fuerzas blindadas alemanas en la frontera egipcio-libia y aliviar de esta manera el asedio alemán sobre Tobruk. Cuando amaneció los comandos, empapados y congelados, pudieron secar sus ropas y limpiar sus armas. Con las tropas reducidas, Keyes decidió abandonar los ataques a los cuarteles italianos y concentrarse en atacar el cuartel general alemán y la villa de Rommel, con un grupo más pequeño asignado para volar la torre de telégrafo de acero en el cruce de caminos cerca de Cirene. Los dos guías que formaban parte del comando se habían perdido durante el desastroso desembarco, por lo que Keyes y los suyos debieron “comprar” información a un grupo de árabes. Uno de ellos los guió hasta el pretendido cuartel general de Rommel en Beda Littoria. Llegaron la madrugada del 17 de noviembre y se escondieron en los alrededores, tratando de descansar. Estaban agotados por la marcha forzada a través del desierto. Erwin Rommel en el frente africano durante la Segunda Guerra Mundial Sin posibilidad de sorprender Uno de los factores clave para el éxito de la operación era la sorpresa, pero eso también falló. El grupo entró al pueblo eludiendo los controles alemanes y llegó a la casa donde suponía que estaba el cuartel general alemán, con Rommel en su interior. Al frente iban Keyes y el capitán Robin Campbell, que hablaba perfectamente alemán y, con tono autoritario, pidió que le abrieran la puerta. Cuando uno de los centinelas le franqueó la entrada, el sargento Jack Terry, armado con un cuchillo, debía matarlo silenciosamente, pero fracasó: el soldado se resistió y alertó a sus compañeros a los gritos. Entonces Campbell le disparó. Perdida toda posibilidad de sorprender, se desató un enfrentamiento con fuego cruzado de ametralladoras. Keyes y Campbell lograron avanzar, buscando a Rommel habitación por habitación. En lugar de encontrar al mariscal, el teniente coronel encontró una bala alemana –aunque hay versiones que dicen que cayó por “fuego amigo” en la confusión– que lo hirió de gravedad. Entonces Campbell ordenó a Terry que colocara las cargas explosivas para hacer estallar el edificio, y que luego liderara la retirada. La lluvia constante había empapado tanto las mechas que quedaban inutilizables. Todo lo que pudieron hacer fue dejar caer una o dos granadas por el tubo de ventilación del generador. Keyes ya estaba muerto y en la retirada, los sobrevivientes del comando debieron dejar a Campbell para que los alemanes lo recogieran y lo atendieran, porque no podían arrastrarlo herido en una huida de 30 kilómetros a marcha forzada hacia la playa. Erwin Rommel festejaba su cumpleaños en Roma en el momento del atentado (Wikipedia) El mariscal estaba en Roma Así, la audaz y ambiciosa Operación Flipper terminó en un verdadero desastre. De los 34 miembros del comando que habían logrado desembarcar para realizarla, solo dos pudieron llegar vivos a las líneas británicas luego de marchar más de un mes de noche y a las escondidas por el desierto. Todo los demás fueron muertos o capturados por las tropas alemanas. Pero al alto mando británico todavía le faltaba saber lo peor: que Rommel nunca había tenido su cuartel general en el lugar donde suponían –allí solo había dormido en dos ocasiones durante los últimos meses– sino que habían atacado la sede de un cuartel logístico. Ni siquiera estaba en África. La inteligencia británica no supo hasta poco antes del ataque –cuando ya era imposible avisarle al comando de Keyes– que el mariscal estaba desde el 1 de noviembre en Roma, donde había ido a reunirse para celebrar su cumpleaños con su familia y a organizar con los italianos el envío de armas al campo de batalla. Cuando le informaron del ataque al cuartel de Beda Littoria y de su objetivo, el “Zorro del desierto” se indignó. No podía creer que el alto mando británico pensara que él estaba cómodamente guarecido en un cuartel general a más de trescientos kilómetros del frente cuando era sabido que, si algo lo caracterizada, era estar siempre en las primeras líneas de combate dirigiendo a sus tropas. Adolf Hitler acusó de traidor a Erwin Rommel y lo indujo al suicidio El mariscal Erwin Rommel murió tres años después, pero no en combate contra las tropas enemigas sino obligado a suicidarse por el propio Adolf Hitler. La tarde del 14 de octubre de 1944 estaba en su casa familiar de Ulm, donde se reponía de las graves heridas recibidas en Francia tres meses antes cuando los generales del Estado Mayor Alemán Wilhelm Burgdorf y Ernst Maisel lo visitaron sin aviso para decirle que el líder nazi lo consideraba un traidor. Le presentaron dos alternativas: o se suicidaba con veneno o sería juzgado por traición y condenado a muerte. Si elegía el juicio, su familia sería enviada a un campo de concentración. Al terminar la reunión, Rommel habló un momento a solas con su mujer, se despidió y salió de la casa acompañado por su hijo Manfred, que lo vio subir al auto que partió de inmediato. Detrás del vehículo de los generales partió otro auto con hombres vestidos con los inconfundibles uniformes de las SS. Una hora más tarde Lucie recibió una llamada del hospital de Ulm para informarles que el mariscal había “muerto a consecuencia de una congestión cerebral”.
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