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» El Ciudadano
Fecha: 16/11/2025 06:49
Miguel Passarini La titiritera Cecilia Andrés, aunque su vastísimo recorrido en las escénicas vaya bastante más allá del teatro con objetos, regresa en breve a Rosario y su visita es un verdadero acontecimiento para la comunidad artística. Originaria de la localidad santafesina El Trébol, Cecilia es licenciada en Ciencias de la Educación y Trabajo Social, además de directora, actriz y titiritera, una carrera que comenzó en los años 60 y nunca se detuvo. “Para el Estado, la cultura es un deber, para las personas un derecho y para los artistas un servicio”, sostiene Cecilia, una mujer comprometida con su tiempo y con su época que sostiene sus principios, creadora de espacios para el teatro de títeres a lo largo de su vasta trayectoria, integrante del grupo de teatro El Farolito junto al también fundacional Alcides Moreno, por entonces su compañero de vida además del creador y primer rector que tuvo la Escuela Provincial de Teatro y Títeres N° 5029, y cofundadora de la Escuela Provincial de Títeres de Neuquén, quien en 1981 viaja a México con su grupo Teatrino, al que le cambia su nombre por el de Gente, con el que desarrolló toda una carrera donde puso en valor el costado más poético y al mismo tiempo político de los títeres y objetos desde una inquietante pregnancia de realidad. Los títeres eligen “Los títeres eligen. Hace casi sesenta años eligieron a Cecilia Andrés. Torcieron y enderezaron sus rumbos, mostraron paisajes, rostros, tradiciones, se hicieron simbióticos con ella y sus quehaceres. Incorporaron su locura, su pasión, su inteligencia, volcaron todo en la creación sobre la escena de decenas de obras en las cuales actuó y dirigió. Del sur al norte de Argentina, Cecilia fundó escuelas y elencos, impartió talleres y cursos, dio funciones, investigó y expuso En 1981, los títeres marcharon junto a ella y su familia al exilio. En México, la llevaron a recorrer el país entero. Organizó festivales, creó elencos en centros penitenciarios para adultos y menores infractores. Trabajó con niños de la calle y con poblaciones vulneradas. Impartió talleres a docentes y en comunidades indígenas”, dice la presentación que adelanta su paso por la ciudad de este martes 18 de noviembre en el Centro Cultural de La Toma, en el marco de los festejos por los 60 años de Arteón, con el acompañamiento de la Escuela Provincial de Teatro y Títeres de Rosario N° 5029, la radio comunitaria Aire Libre y la Municipalidad de Rosario, en el contexto de un encuentro organizado por la Cooperativa de Trabajo Artístico y Educativo de Rosario Los Titiriteros. Cecilia, quien mantuvo un contacto a la distancia con El Ciudadano desde el sur del país donde se encuentra por estos días, “ha participado en festivales de Francia, España, Ecuador, Colombia, Canadá, Brasil, Argentina y otros países. Casi ocho años después de su última visita a la Argentina, su país de origen, dará una charla seguida de un conversatorio, además de una breve muestra de trabajo. Titiritera: un oficio en riesgo permanente, acerca del teatro de títeres, la educación, su intervención en centros penitenciarios y psiquiátricos, su situación y perspectivas”, cierra el parte de prensa. “¡Estoy acá, regresé!” —¿Qué es eso que evoca primero cuando vuelve a pisar suelo argentino, una tierra de la que en los primeros años 80 debió partir rumbo al exilio? —Me resulta muy difícil responder esa pregunta porque se mueve todo. Se te cambia todo de lugar. Se busca volver a retomar cosas. Es muy fuerte; en síntesis creo que eso lo contesta todo. Hacía más de siete años que no pisaba tierra Argentina y siempre permanece la añoranza, pero cuando pasa demasiado tiempo ya se exagera demasiado. Puedo decir que regresar me genera una mezcla de miedo y al mismo tiempo, de enorme alegría que no terminé todavía de transitar. Cuando hablo de enorme alegría, me refiero a que gustaría ir por la calle gritando: “¡Estoy acá, regresé!”. Soy muy exagerada, ya podrás darte cuenta (risas). —En las últimas décadas, y siendo usted maestra y precursora, los títeres y el teatro con objetos abordaron una multiplicidad de lenguajes o poéticas de una vastedad inusitada ¿Cómo analiza este fenómeno? —Es algo un poco confuso porque es, prácticamente, como encontrar o establecer una pelea o una puja entre provincias y capital. Es decir: los grupos de Buenos Aires asumieron más rápidamente este nuevo lenguaje, digamos esta insistencia en la importancia del objeto, que por supuesto es indiscutible en el teatro. Pero, a mi gusto, y eso posiblemente por puro conservadurismo, si querés, hay o bien hubo una época de exceso de importancia, una exageración sobre el trabajo con los objetos que prevalecía un poco más de lo que estábamos habituados a hacer. Por un lado genial, todo lo nuevo es bienvenido porque sirve para hacer pensar, para analizar, para cuestionar y para cuestionarnos. Pero hubo también, según mi criterio y lo veo en cierto sector del arte, una gran insistencia en que prácticamente no había otra cosa mejor que el teatro de objetos y no creo que deba ser así. —¿Por qué considera el trabajo con los títeres como “un oficio en riesgo permanente”?, entiendo que esos riesgos pueden ser de distinta índole… —Pues es una pregunta compleja porque ese riesgo abarca mucho más de lo actualmente es el teatro de títeres o de objetos. Siento que hay un contraataque contra el arte en general. Entonces, el tema de ese riesgo permanente se aplica tanto a los títeres como a todo lo que signifique abrirse, decir lo que uno opina, lo que uno siente o piensa. No pasa solamente, como en una época pudo haber sido que, bueno, se criticaba una metodología o una falta justamente de técnica; ahora creo que básicamente es un problema mucho más grave que es el problema económico con respecto a todo lo que entra dentro del plano de lo que llamamos “cultura” y allí caen los títeres como todo lo demás, la pintura, la escritura, el teatro en general; todo está en una baja muy fuerte y muy manejada y manipulada también. —En su recorrido, lo poético y lo político siempre fueron de la mano… ¿Cómo vive este tiempo donde las derechas se vuelven a instalar con fuerza en algunos lugares de Latinoamérica como en gran parte del mundo? —Retomo en parte lo que te estaba diciendo antes: hay un claro intento por aplastar derechos ganados, si quieres, exageradamente hablando, pero con mucho contacto con la realidad; hay un gran interés en destruir todo aquello que mi generación, la de los 60 y 70, y también la anterior y la posterior. Siempre peleamos para defender, para mantener, para transmitirlo a las nuevas generaciones y en este momento estamos cada vez más en bajada hacia la nada. Y esto que digo es bastante notorio en todos los campos, obviamente incluido el campo de las artes. —Volver a Rosario es acercarse a sus orígenes, a El Trébol, su lugar de nacimiento ¿Qué cosas recuerda de esa “patria de la infancia” donde seguramente el arte estuvo presente y marcó un camino? —Es una pregunta que me cuesta responder; estoy completamente movilizada, casi no puedo ni descifrar lo que quiero decirte. Cada momento que pasa es más fuerte y más complejo para mí. Implica reconocer lugares, olores que guardo en la memoria, encontrarme con gente que hace años que no veo. El hecho de haber colgado una plaquita que diga que en algún momento hubo allí un par de locos que intentaron y lograron crear la Escuela de Teatro y Títeres, es algo muy complejo porque está todo muy cambiado, pero además logramos permanecer en la distancia a partir de negar cosas que estamos dejando de lado. Duelen los más de siete años que hace que no regresaba a la Argentina. Es, de todos modos, una enorme felicidad cuando te encuentras con algún compañero de aquella época que es lo que me está pasando por estos días; hay algo de no dar crédito a lo que voy viendo o viviendo, tocando y oyendo. Y al mismo tiempo aparece esta cuestión de estar medio a la defensiva en relación con no encontrarme con cosas dolorosas o con las que no esté de acuerdo, porque es algo que duele muchísimo desde siempre. —Hace unos días, reapareció en las redes sociales una frase icónica del cineasta mexicano Guillermo del Toro que sostiene que “animar no es mover cosas, sino que es mover emociones”, que además encierra una forma filosófica de entender el arte de la animación de objetos ¿Cómo entiende o en qué punto la interpela ese concepto? —Pues es básico. Es como si fuera un verbo que lo analizamos de formas diferentes: cuando estás del lado de los que vivimos para animar y aquellos que viven para no querer animar ni animarse, ni darle vida a nada, a ningún objeto. Creo que nosotros lo llevamos, y con nosotros me refiero a los titiriteros, sobre todo los de la vieja guardia. Hacemos todo por volcar la vida en cada objeto, en cada muñeco, en cada títere, en cada palabra, en cada gesto. Es un lenguaje que uno elige, en mi caso hace muchos años, y que sigue teniendo vivencia y lo más terrible es que cada vez adquiere mayor vigencia con un sentido directamente combativo. Para agendar Cecilia Andrés, gran maestra titiritera, actriz y directora, estará en Rosario este martes 18 de noviembre, a partir de las 19, en el Centro Cultural de La Toma (Tucumán 1349), donde ofrecerá una charla y mostrará su trabajo, con entrada gratuita.
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