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  • Temores del pasado y angustias del presente

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 16/11/2025 06:41

    Causa Cuadernos El pasado atemoriza. A veces, comparado con el presente, logra algún puntaje exitoso, pero sus decorados aterran por su demencia. Y el presente es una angustiosa esperanza gastada, como ocurre con aquellas enfermedades recurrentes en que se somete al enfermo a nuevos tratamientos, similares a los previos que ya han fracasado, y recuperar la fe se vuelve sumamente complejo. Me apenan algunos buenos militantes que intentan negar, desarmar, desarticular, la denuncia contra las coimas de los “Cuadernos”, término que se repite cotidianamente en los canales oficialistas. Lo peor de todo es que esa corrupción existió, y discutir la forma de las denuncias no impide advertir el delito de políticos y empresarios, la acumulación de sumas cuantiosas, la existencia de enriquecidos y arrepentidos, de quienes lo asumen, en un circo grotesco. Los que conocemos el poder sabemos de sobra de qué se trata. No es que la ética esté del lado del Gobierno y que la corrupción ocupe el lugar opositor, indica simplemente que hubo grandes excesos en un sistema iniciado por Menem con la privatización del ferrocarril, con discusiones específicas sobre los porcentajes de los retornos. Fabricar locomotoras y vagones genera trabajo, importar, tanto como privatizar, favorece el cohecho. Eso lo sabíamos todos incluso quienes no disfrutábamos de su beneficio, sólo por participar de la política. E injustamente nos incluyeron en esa, a veces digna y otras pavorosa, especie a la que Milei y los suyos denominan “casta”. Casta a la que pertenecen, naturalmente. Los ingenuos que se presentaron a elecciones o vienen arrastrando desde hace años intentos éticos se equivocan, porque de lo que se está hablando no es de dejar de robar, sino de la sutileza de su ejercicio. Cuando el Senado rechazó, por dos votos inexplicables, el Proyecto de “Ficha Limpia”, fue más de uno el que tomó conciencia de que el tema de la corrupción era compartido por Gobierno y oposición. En rigor, el mal no hubiera sobrevivido, de no haberse dado ese profundo entendimiento entre los que están y los que se fueron. Es importante aclarar que si la derecha pudo ser asesina con Aramburu y con Videla, el Peronismo, o por así decir, “el espacio de los humildes”, no manchó sus manos con sangre, al margen del accionar la guerrilla, que fue un vestigio de la clase media y no una expresión del pueblo. El Kirchnerismo se convirtió en una horrenda mezcla de delitos de toda índole y disfraces revolucionarios. El delito y la revolución hicieron una mala síntesis donde lo esencial era la corrupción mientras la supuesta revolución se limitaba a una cobertura, y terminó instalándonos en el peor lugar de la derecha. No llegamos aquí por casualidad, tenemos personajes deplorables que nos han arrastrado a este nivel de decadencia, iniciado por Menem y que finaliza con el baile de Cristina en el balcón, después de la derrota. Fui dos años funcionario de Carlos Menem, y pude ver, comprobar y hasta convivir con la destrucción del Estado, que no era sino el ropaje ideológico de un vil saqueo. Para quedarse con las partes de aquello que habíamos construido todos los argentinos, los servicios, por ejemplo, le adjudicaban el nombre de privatización. Como siempre, en la Argentina, privatizar es sinónimo de robar lo que les pertenece a todos para compartirlo con unos pocos. El saqueo del tiempo de los Kirchner, las coimas, los cuadernos de Centeno, las propuestas de los jueces, como Claudio Bonadio, son absolutamente reales, y negarlas no es convertirse en militante sino arrastrar al Peronismo, causa noble de los desposeídos, al peor de los desastres históricos. O separamos al pueblo de las atrocidades de algunos sectores, en especial del kirchnerismo y de La Cámpora, o seguimos haciendo un enorme daño a las necesidades de los más vulnerables cuyo eje central es la justicia distributiva. El Gobierno transita la concentración excusándose en la injusticia del saqueo anterior y en que el kirchnerismo nunca fue parte del Peronismo, solo un sector que usurpó su nombre. El pueblo fue degradado por las dos versiones que se hicieron del Peronismo: la menemista y la kirchnerista. Es llamativo que los antiperonistas tengan que abrazarse a esta gestión – via Milei y su admiración por Menem a quien emula- porque hasta en lo peor de nuestro pasado pretenden encontrar una justificación para su perverso odio al Estado. Necesitamos sacarnos de encima a todos los personajes del kirchnerismo y asociados. El patriotismo con lo mejor del Peronismo, de los radicales, y hasta de los liberales, debe revitalizarse en un movimiento que expulse a aquellos corruptos por todos conocidos, que no se limitan al campo kirchnerista, sino que transitan también con solvencia el actual Gobierno. Los conocedores del paño sabemos de sobra qué puntos calzan algunos personajes que, en nombre del honor y la virtud, llegaron hasta ahí a puro robo, coima y agachadas. Pero importa aclarar que así como la derecha mata y roba, porque esa es su esencia, de egoísmo y depredación de los bienes ajenos, aquel espacio de los votantes humildes no puede caer en el error de ensuciar su nombre con la coima. Y digo esto porque hay quienes esgrimieron la tesis de la “mesa inclinada”, es decir, como si no fuera coherente exigirle al campo popular una pureza que la derecha, en su individualismo, lejos está de asumir como principio. Debe ser inclinada, porque las exigencias de un Pepe Mujica o de un Lula son infinitamente mayores que las del otro bando. Solo la decadencia de la sociedad nos llevó a un punto en el cual mediocres personajes, practicantes de la viveza como supuesta virtud, acumulan fortunas y comentan entre ellos sus cifras: tres, cuatro , cinco mil millones de dólares como si esa dimensión de lo acumulado no tuviera por contrapartida la miseria de los caídos. Que quienes han robado, desde Menem hasta hoy, se hagan cargo de la enorme parte de la sociedad que arrojaron fuera del sistema. Por lo demás, pertenezco a la generación en que la verdadera vergüenza era el macartismo, esa atroz persecución indiscriminada a librepensadores aplicándoles el sambenito de comunistas, sin siquiera entender de qué se trataba. Entre tantos denunciados durante la Guerra Fría -que hoy reeditan los Trump, los Orban, los Milei- figuraba Charles Chaplin; entre los delatores, el mediocre actor Ronald Reagan, luego presidente republicano de EEUU, a quien supo admirar Menem y hoy venera, junto con Margaret Thatcher, el presidente que tenemos. La otra atrocidad repudiada era el fascismo. Al mismo tiempo, respetábamos al socialismo y a las diversas formas que fue adquiriendo, particularmente en Europa (socialcristianismo, socialdemocracia, etc.) y despreciábamos sin reparos al totalitarismo comunista de Stalin. La ignorancia, sumada a la mala fe y el cinismo instalados en la política gubernamental, llevan a acusar de comunista a cualquiera que ose cuestionar la concentración de la riqueza y la destrucción de la industria. De este modo, Milei, Caputo, Sturzenegger sus seguidores de las redes, y los ideólogos de poca monta como los Laje y los Márquez pretenden asustar con obstinación y necedad a la ciudadanía levantando el peligro de la vuelta de un comunismo que nunca existió en nuestro país. Esa es su ridícula y anacrónica pretendida batalla cultural. Dejamos los improperios y descalificaciones contra la diversidad sexual, los artistas y los científicos, los periodistas, los educadores, la literatura y el arte, para el momento en que abordemos la retrógrada cruzada contra la cultura emprendida por este gobierno, envalentonado tras las elecciones de medio término. La esperanza se esboza en una nueva generación que no incluya al kirchnerismo, a ninguno de esos oscuros personajes que nos llevaron a la derrota en todas las provincias y a la reducción del Peronismo a un movimiento provincial. La expulsión de Cristina y de sus seguidores es el principio básico y esencial para que una nueva generación que cuenta con muchos militantes, con voluntad y claridad de conceptos, pueda retomar la antorcha, apagada desde el 76. El pueblo no tuvo desde ese momento y hasta el presente más que destrucción, endeudamiento y degradación -sin olvidar que también recuperó la democracia con Alfonsín, me estoy refiriendo a lo económico- y debe retomar su rumbo a lo Brasil o Chile, o a lo Mujica en Uruguay, como corresponde a la voluntad de ser patria, y no a esta patética decadencia de banqueros y sus economistas de convertirnos en parásitos rentistas, con la concepción de ser una simple colonia. La voluntad de ser patria tiene ya una generación que la expresa, es hora de dejarle ocupar su lugar.

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