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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 16/11/2025 04:46
La "One" visitó los estudio de Infobae ¿Cómo reconocer a una diva? Alcanza con la presentación, porque se trata de una categoría que tiene nombre pero no apellido: cuando no hace falta que el Moria vaya acompañado por Casán, listo. Estamos en presencia de una diva. En este caso, de una que brilla sobre las tablas, con la obra Cuestión de género (de miércoles a domingos en el Metropolitan). Que además irradia carisma en la pantalla chica en La mañana con Moria, (su programa de El Trece). Y que pronto tendrá su propia biopic, La One (a estrenarse en Netflix). Teatro, televisión y streaming: para la Casán, no existen límites ni barreras. Ella trasciende, como lo explica desde su nombre, justamente. “Moria es el templo bíblico más fuerte que hay en Jerusalén. Mi madre me lo querría haber puesto, pero no se lo permitieron. Y lo agarré yo. Soy Ana María Casanova en el registro, pero soy Moria. Cuando vos habitás otro nombre, te transformás. Trascendés”, asegura. Entonces, se entusiasma hablando de la obra que con protagoniza junto a Jorge Marrale, Paula Kohan y Ariel Pérez De María, con dirección del “gran” -como lo define- Nelson Valente. “Se trata de que un hombre que, por una enfermedad, se da cuenta de que su mujer no es su mujer. Hay que contar una verdad no conocida y ahí la familia se empieza a desestructurar”. "Cuestión de género visibiliza algo muy importante como es la transición, el cambio de género. ¿Cuánta gente hay en transición, que no está cómoda con su yo, que necesita modificar, habitar otro cuerpo que es el que no tuvo genéticamente? Es una obra muy visceral, muy emocional. Yo interpreto a Jade, la protagónica, la mujer trans", cuenta Moria. Moria Casan: "Soy una mujer hornero: me he construido con barro" —Hay un gran secreto que tiene Jade, que se revela ante esta familia. ¿Vos sos una mujer de secretos o en estos años contaste todo? —A ustedes les conté todo: han sido mis analistas. Yo no me conocía. Soy una mujer hornero: me he construido con barro, literal. A los 6 años mi madre me metía a tomar sol con una bombachita y una capotita, entonces yo me pintaba de barro la cara para tener la piel divina y me quedaba así (evita gesticular), para no agrietarme. Después del barro me ponía una leche de almendras. O sea, barro y leche, ¿me entendés? Lo mío es todo sensorial: seguí con el barro y seguí con la leche (risas). —Y con los años, fuiste contando todo. —Sí. A los periodistas, porque nunca jamás en mi vida hice análisis. Entonces, lo único que hacía era pensar y pensar. Y lloraba mucho, pero no de tristeza sino porque pensaba: “¿Dónde meto tanta emoción y tanta creatividad?”. Y bailaba frente al espejo. —¿En algún momento pudiste meter todo eso en algún lugar y encontrarte bien con vos? —Sí, con el arte: cuando empecé a tocar el piano. Mi padre era milico y además, era músico: estaba en la banda del Colegio Militar. Mi madre era ama de casa y estaba dedicada a mí. Mi padre no me quería mandar a baile hasta que me decidí, y mi madre y mi tía Catalina me llevaron a escondidas al Club Unión Argentina de Ciudadela. A través de la creatividad, de poder expresarme, de la danza, que es tan libre, empecé a encontrarme. Ahí, mi niña empezó a estar en eje. Pero después, enseguida que entro al teatro empiezo a hacer notas y les empiezo a contar a los periodistas cosas que no les había contado a nadie, ni siquiera a mi madre. —Ahora se viene la ficción. Hay que hacer un trabajo muy profundo para hacer una serie de tu vida. —Sí, muy profundo. ¿Cómo hacés para hacer algo onírico de algo tan real? Hay algo mío que es mágico, que llegó al teatro sin saber: nunca hice un casting en mi vida. En la tele y en el cine, igual. Pero detrás de esa magia hay una vida con momentos muy duros, que tampoco la quiero romantizar. —¿Esos momentos duros van a estar en la serie? —Van a estar, sí. —Las parejas también. ¿Y Paraguay, está? —Va a estar Paraguay. Pero no todas las parejas: van a estar los que han sido importantes. —¿Qué período de tu vida abarca la serie? —Desde los 70, cuando comienzo (en el ambiente artístico), y después, los 80. Una (Moria) la hace mi hija (Sofía Gala); la otra la hace (Griselda) Siciliani. Es muy loco que mi hija me haga a mí; fue la última que contrataron. Y que otra persona me haga a mí, también. Que semejantes actrices... —¿Te llevás bien con esta mujer que sos hoy? —Sí, adoro. Soy la más sabia del planeta. No hay más sabiduría que la mía. Estoy ascendida. Desde hace más de seis años estoy estudiando Cábala, y eso me permitió encontrar las herramientas que nunca busqué para mi bienestar emocional, porque siempre me las conseguí sola. Me han pasado cosas terribles: me cagaron financiera, económicamente. A todos los que me hicieron daño a mí, sin tener el más mínimo ápice de venganza, directamente los borro. —¿Y perdonás? —No perdono ni disculpo: no tengo el poder de perdonar. Los saco de mi mente y con eso, ya me limpio yo. No pienso en el otro como para perdonarlo. —¿Te estafaron con mucha plata? —Me estafaron con mucha plata, sí. Varios ceros a la derecha. Pero cuando me enteré, no me puse a llorar: no me voy a volver loca por un papel verde boludo que tiene la imagen de un gordo ahí, deforme. No quiero, no quiero, no quiero... Y no me voy a hacer daño por un papel. Le di la sensación del cero a la izquierda, no del cero a la derecha. —¿Era una situación laboral o personal? —Contadores, gente que estaba al lado mío. No, no, muy duro. —¿Pudiste denunciar a alguno de ellos? —Ah, sí, tuve algunos juicios. Sí, obvio, obvio. —¿Y pudiste recuperar algo? —Poco. Pero no importa, porque nunca me dejaron en la calle. Tampoco pienso porque, en esa cosa de querer recuperar, se te va la vida: con los abogados, “te digo”, “me digo”, “le dije”... No, no. Fuera. Moria Casan protagoniza "Cuestión de género" junto a Jorge Marrale (Foto: RS FOTOS) —Ahora estás trabajando un montón: la obra, el programa en El Trece, la serie. ¿Por qué tanto? —Porque siempre fue así. Esta es la vez que menos trabajo. Cuando estuve embarazada de Sofía, hacía cine, teatro, radio y televisión. —¿Y lo seguís disfrutando? —Siempre. Todo tiene una característica lúdica, de juego. Nunca hice nada con un sacrificio. Y no me canso porque administro muy bien mi energía y tengo mucha salud. —Pero hacés teatro a la noche y tele a la mañana. —Sí, pero no pasa nada. El teatro ya no tiene el horario de antes: a la noche termino a las nueve. —Pero estás en tu casa a las 11. —A las 10; a las 11, como mucho. Pero si me acuesto a la una y me levanto a las seis y media, estoy perfecta. No duermo más. —¿La plata te importa? —Sí, me importa, pero no me vuelve loca. Pude haber tenido mucho más dinero, puedo tener más dinero, pero no. Conozco a gente que le agarra como una avaricia espiritual. Quiero utilizar el dinero, no que el dinero me utilice a mí. Después, soy una auditora de mi propia guita. —¿Aprendiste de esas situaciones? —Claro. Aprendés a controlar: no te dejo pasar nada. —¿Y aprendiste a invertir? —No soy muy de invertir, pero sí, estoy aprendiendo. Tengo todo bien armonizado, pero no me vuelve loca. Estoy en otra cosa: estoy en pasarla bien. Cuando vos decretés prosperidad, la tenés. —¿A Sofía la ayudás económicamente? —Sí, todo el tiempo. Le dije que no quiero que gaste nada. Aunque ella tenga algunas cosas, le digo: “Te ayudo porque te quiero ayudar, porque te lo merecés, y no quiero nada, porque algunos errores no tenés por qué pagarlos vos. Entonces, yo te doy la buena vida”. Ella trabaja como loca, y obviamente, paga cosas de sus hijos y se paga cosas, pero le digo: “Despreocupate”. —¿A qué te referís con algunos errores? —Y... algunos errores que me equivoqué, porque podríamos tener el triple de plata que tengo por errores míos, que no le presté atención. —No son cosas de Sofía. —No, no, para nada. A ella le hubiese gustado seguir Matemáticas o Economía. Y es buena con la plata. —Te vuelve loca Sofía. —Sí, divina. —Y los chicos también. —Sí, los chicos también. No puedo creer que Helena tenga 17 y Dante, 10 para 11. A veces pienso: “¿En qué momento esta chica, que tenía cuatro años, tiene 17?”. —¿Ya tiene alguna idea sobre lo que quiere hacer? —Se interesa mucho en la política y en el cine: quiere ser productora, estar en el back. Va al Pellegrini. —¿Milita? —Milita, milita. —¿Dónde milita? —Está muy amiga de (su pareja, Fernando El Pato) Galmarini: cualquier cosa, lo llama a él. El otro día Galmarini le dijo: “Te quiero llevar a la CGT para que conozcas”; “¡Sí, dale, vamos!”. Y milita un poco en el colegio, charlan con los amigos, pero no es que se dedica a eso. Es una personalidad fuerte. Helena es divina. Tiene muchos amigos y la pasa bomba. —Se te cae la beba con una Helena adolescente con intereses artísticos y a la vez, con militancia. —Sí, con una militancia personal, que todavía no está militando en ningún lado. Está militando su vida, está teniendo ideas potentes. Y tiene un énfasis que parece siempre una directora, como mandando. Es brava Helenita, y divina. Moria Casan junto a Tatiana Schapiro en Infobae —A veces la militancia no tiene que ver con un espacio, con un partido, sino con otras causas. Hace muy poquito estuvo acá Soledad Silveyra y hablamos de la eutanasia. ¿Tenés una posición al respecto? —No me atrevería a matar por piedad. No, no me atrevería... Ahora, si es una decisión de alguien para tener una muerte digna y podés asistirlo... Pero depende del que lo diga. —¿Pero que alguien con una enfermedad terminal pueda decidir hasta cuándo, estás de acuerdo? —Sí, pero yo no sé si a alguien con una enfermedad terminal le da la cabeza para decidir hasta cuándo... No sé, qué sé yo. Pero hay que respetar, absolutamente. Uno es dueño de su cuerpo y de su alma, y de hacer lo que quiera. Incluso, le tengo mucho respeto al suicidio. Un tío mío, el hermano de mi padre, se suicidó y en una carta nos dijo: “No busquen culpables porque no hay. No busquen ustedes, no tengan resaca de cosa rara: ‘¿Qué no habré hecho, qué me pasó?’. No, no. Tampoco yo soy culpable de nada. No tengo deudas, no tengo enfermedades, no tengo mal de amores, duelo, nada, nada. Pero no me interesa vivir”. Así que también respeto a quien decide no estar más en este mundo. Yo respeto a la gente que hace lo que siente. —¿Mo, es cierto que una vez, sin querer, casi te comés una vela? —Me había fumado un porrito y estaba en la casa de mi hija. Había unas velas con forma de chocolate, las agarré. (Sofía) me dijo: “Mamá, te comiste la vela”. Pero no me acuerdo si estaba con ella o se lo comenté: “Me acabo de comer una vela” (risas). Por supuesto, la dejé enseguida porque me di cuenta de que no era un chocolate. —¿Seguís fumando de vez en cuando? —Y... de vez en cuando, sí. —¿Qué te pasa con eso, cómo te sentís? —Nada. Mirá, yo no quiero tener dependencia de nada porque quiero depender de mí, y si tuviera dependencia de cualquier cosa, no sería yo. Nada de tener que llamar a alguien para que me consiga un porro. Me muero... Como soy tan dealer de todos, dealer económico, dealer afectiva, dealer de todo, menos de estas cosas, no me gustaría tener un dealer de sustancias. —¿Nunca se volvió un problema? —Jamás. Al contrario. —¿Ninguna sustancia? —Ninguna sustancia. Nada, nada. Chocolate de vez en cuando, o champancito. —Vamos a decir que te estamos desvistiendo lentamente, Moria: te sacamos el collar, las cosas que hacían ruido, para que no estorben durante la entrevista. —Es como un coito interruptus, pero vamos a tener el mejor. —¿Sos fácil para desnudarte? —Sí. Es lo primero que hago cuando llego al teatro: desnudarme y ponerme una bata. En cualquier lado me desnudo. Cuando llego a mi casa llego, me doy un baño y me desnudo. —¿Con el Pato? —Con el Pato es cuando más vestida estoy. —¿Sí? —Sí, porque se asusta (risas). —¿De qué se asusta? —No sé, se asusta. No, con él estoy siempre vestidita porque el chabón es tan conservador que cuando de pronto algún día le digo: “Te hago un striptease”, se caga de risa. Yo tengo un cuarto pero duermo con él, en el suyo. Pero como él siempre tiene frío y yo siempre tengo calor... —¿En tu casa o en la suya? —Casi siempre me quedo en su casa; él se queda muy poco en mi casa. Es la primera vez que me quedo en la casa de un señor, porque todos se quedaban en la mía. Entonces yo tengo mi cuarto, obvio, todo divino, pero cuando hace calor y prendo el aire, él me dice: “Negra, tengo frío”. Entonces apago el aire e inmediatamente me voy al otro cuarto y pongo el aire en 19, con una frazadita, y duermo divina. “¿Y por qué te fuiste, mi amor?”; “Porque vos tenés frío y yo tengo calor”. Es tan especial ese hombre. No se parece a nadie. —¿Qué pasa si le pedís a él que te haga un strip? —No, no, él es muy conservador. Él es una cosa rara. Cuando me voy a dormir con él, algunas veces primero me tengo que duchar. “Gordo, esperame un poco”, le digo. Llego y está dormido. Y digo: “Voy a revisar”. Tiene un Viagra que nunca toma y tiene un Somit que siempre toma, entonces, el boludo se duerme (risas). —¿Le caíste disfrazada alguna vez? —No, se muere. Con él tengo una cosa que es tan especial... Y no hace ruido: cada tanto lo miro cuando está en la cama porque parece que se murió. —No... —Te lo juro, porque duerme así, ni respira. Voy y le hago así, y me quedo (risas). Es muy raro. Siempre me dice que le encanta mi cara, pero un día me dijo: “¿Qué te pusiste en el balero?”. ¡Ay, por favor! Qué te pusiste en el balero... ¡Me había puesto divina! Es un aparato, no hay manera de tener una cosa lógica porque habla medio alvesre y medio como un tango, y es un cajetilla rarísimo, un sanisidrense que te habla alvesre. Sin embargo, es el hombre de pareja más pareja que he tenido. Salvo (Humberto) Poidomani, mi otro marido, que nos conocimos y nos casamos. Es un artista plástico, divino; con ese tengo mucha onda de otra cosa. También tengo otro nivel intelectual con Galmarini: tenemos nuestros momentos de lectura, cada uno lee lo suyo y después conversamos sobre lo que leemos. —Son muy parejos los dos: es la primera vez que vos vas a otra casa. —Obvio, a una casa que tiene todo. —Y que no tenés que sostener vos. —Claro. Ahí no aporto nada; al contrario. —Y no sos la madre. —No: ni la madre, ni la hermana, ni la tía ni la enfermera. La otra vez hizo un reportaje y dijo: “Tenés que ver la forma de entreverarnos en la catrera”. Si me estás escuchando: no podemos entreverarnos en la catrera, baby, porque cada vez que llego estás dormido. No tengo ganas de despertarte y hacerte un striptease. Te pongo un anuario de Playboy, qué sé yo. Tampoco se calienta. Se calienta con Perón. Le tengo que poner la imagen de Perón y puede ser que ahí tenga erección, aunque sea capilar. —¿Vos te calentás con vos misma, viéndote? —Y... yo tengo un gran ego. Me gusto mucho, sí. Pero calentarme, no. Me autogestiono, sí: lo que más hago es autosex. Tengo todos mis aparatitos. —¿También en la casa de Galmarini? —Obvio. Lo único que le digo es: “Comprá baterías y pilas porque a mí se me terminan y no tengo tiempo de ir a buscarlas”. Me muero. —¿Moria, hay nuevas divas? —No, para nada. —¿No ves a nadie con pasta de diva? —No, porque diva es una cosa que le ponen a alguien que tiene cierta notoriedad por algo. Pero estelaridad, no. No encuentro a nadie que tenga estelaridad. Y eso va más allá de tener presencia y ser famosa. Muy poca gente tiene estelaridad, esa cosa de llamar la atención sin saber que es esa persona. —¿Te divierte algo de lo que pasa con los escándalos mediáticos hoy? —Sí. Pero me divirtió un ratito y después, ya me harté. Me parece ver las mismas historias mediáticas desde hace un año, y estar consumiendo eso, es también la nueva vida. —¿Estamos hablando de Wanda? —Sí, de todo ese terceto. Lo de Wanda, Icardi y la China es notable: no puedo creer que hace más de un año que se sigue y se sigue y se sigue y se sigue... Me supera, me excede. Yo no consumo. Al principio sí, era divertido, pero después ya no. Ya no me divierte. Además me parece hasta humillante seguir consumiendo eso. —¿Empatizas más con alguna de las dos partes? —En el caso de Wanda e Icardi, creo que la que más sufre es ella: no puede soltar, es su gran dolor. Lo presiento como mujer, por más que tenga billetes para regalar y snobea mucho con sus carteras. El ataque de snob que tiene, ya te supera. —¿Son buenas las carteras? —Para mí son todas de Senegal. Además, tener todo el tiempo una cartera como escudo me parece lo máximo de la snobeada berreta. —¿Te gusta tener cosas de marca? —No. Tengo cosas buenas, pero mezclo con cosas falopa. —Y te bancas decirlo. —Pero obvio. Mira si me voy a gastar 25.000, 50.000 dólares en una Birkin. ¡¿Qué?! Puedo hacerlo, pero no. Tengo tres o cuatro marcas, y después, todo lo demás es regalo. Y si puedo, me voy a Los Ángeles y me compro todas cosas chinas de 10, 15, 20 dólares. Lo máximo que puedo gastar en un zapato son 2500 dólares en una rebaja, que me traje el último de Versace. ¿A cuánto lo conseguimos? 500, 600. —Pero son gustos que te das. Te bancás decir: “Yo compro trucho y está perfecto”. —¡Pero por favor! Además, cuando vos sos tan verdadera, lo trucho se hace verdadero. Ahora, cuando tenés que demostrar que tenés una cartera verdadera... No te digo porque seas una trucha, pero me parece una snobeada pasada de rosca. Yo viajaba en turista, pero desde el momento en que me invitaron a viajar en primera, nunca más: siempre viajé en primera aunque el pasaje sea cuatro, cinco veces (más caro). Y después, tuve aviones privados cada vez que me iban a buscar a la cárcel. —¿Por qué tomabas avión privado? —Me lo ponían mis abogados. —¿Te acordás tu primer día en la cárcel? —Sí. Primero me mandaron a una comisaría y dormí ahí, en la parte de secretaría. Mandé a pedir una estufa porque estaba un poco fresco pero estaba perfecta. Al otro día me mandaron al monasterio este, el Gran Pastor, que no era como una cárcel: era como un departamento y había secciones. No daba una sensación de cárcel. —¿Nunca te asustaste en esos días? —Jamás. Jamás lloré, jamás estuve asustada. Jamás nada. —¿No tenías miedo de que eso durara? —Cero. Pero cero. Ahí meditaba y manejé todo yo. Una fortaleza increíble porque como no había hecho nada, no tenía miedo de nada. —¿Cuánto tiempo estuviste detenida? —Nueve días. Y te juro: me quería quedar porque llegaba la Navidad. Con las chicas habíamos armado todo para la Nochebuena. Les hice comprar aire acondicionados para todos. —Ahí eras una rockstar. —Una rockstar total. Y entonces, me mimaban y la pasaba divino. Me quise quedar para Navidad, pero me vine a casa para el 24. —¿Quedaste en contacto con alguna de ellas? —Sí, claro. Dos se van a casar ahora y quieren que yo sea la madrina. Se conocieron en la cárcel y se enamoraron. Después, una de las que estaba conmigo murió. Otra, sé que tuvo un hijo con uno de los guardias. No, no, las historias... Impresionantes. —Vamos a hablar de algunas de tus frases Moria. “El decorado se calla”. ¿Cómo surgió? —A Tinelli, cualquiera le gritaba cualquier cosa (en el programa): entraba uno y le gritaban “Te queremos”; después, a otro lo silbaban. Y digo: “¿Qué es esto? Falta que les tiren galletitas, es un zoológico. No mi amor, el decorado se calla”. Todas las frases me las invento yo. Pero porque tengo esa impronta de que entré al teatro de revistas y tenía la respuesta rápida. —“Si querés llorar, llorá“. —Cuando empecé a hacer los talk show, yo quería decirles a las personas que me venían a contar su vida que se relajen: “Si querés contarlo, contalo. Si querés descansar, descansá. Si querés reír, reí. Si querés llorar, llorá”. —¿Eran reales todos los casos? —Nunca pregunté. Mejor no saber. A mí me das el pan y yo te lo meto en el horno, lo tengo que vender. —“¿Quiénes son?“. —Son los de afuera, los que no me interesa lo que me digan. Así me moví en la vida, siempre. Más allá de los haters y de los likes, que no me importan nada. —¿Nada duele? —Nada duele porque no me lo puedo permitir. ¿Toda la vida para construirme, y me va a deconstruir un hate o un like, mi amor? Estando en esto, no le podés gustar a todo el mundo. Un día, en un móvil de los tantos que hice para Intrusos, como todo el mundo me criticaba dije: “¿Quiénes son los que critican, una farándula decadente que da vergüenza hasta de aspecto?”. —“No era jamón, era japaleta”. —Ah, eso fue brutal. Hice un móvil para Infama, con Santiago del Moro. Habíamos ido a un restaurante de Mar del Plata, había que promocionarlo después de un estreno, y la dueña era una pesada que no nos había esperado con comida, pero quería que hiciera una nota en el banner. Digo: “La dueña es una pesada, los bocaditos no eran de jamón, era japaleta, todo berreta. Y en vez de champagne, sidra caliente”. Después hicieron un disco con eso. Y el restaurante, cerró (risas). Primero se habrá llenado, porque después de la publicidad que le hicimos... Una frase nueva que tengo, que me encanta, es “cara de frasco”. ¿Viste esas caras, que todavía no te terminaste de desarrollar? (Risas). —¿A quién se la dijiste? —(Risas) Se la dije a Suar en la película que hice con él, hace poco, que hice de su madre. —Todavía no estrenó. —Pero no importa, en un momento: “Cara de frasco” (risas). Pero no por él, sino como un comentario que a él le agarró un ataque de risa. Cara de frasco... ¿Viste que te imaginás un feto? (Risas). Pero no a él: era una situación, había algo que pasaba. —Mo, antes de despedirte, te quiero preguntar cómo estás viendo el país. —Mira, yo me flexibilizo y adapto a las circunstancias, siempre. Así que estoy viendo con buena actitud, absolutamente positiva. Y siempre me adaptaré a todas las circunstancias, como lo he hecho toda mi vida. No reniego contra lo establecido, aunque yo no sea del establishment. No reniego contra lo que ocurre, lo que sucede. Y como buena democrática, si no ganás en algo que vos pensás, hay que apoyar. —¿Podés identificar cosas buenas que están sucediendo? —Sí. Me parece que se están acomodando muchas cosas. Y te vuelvo a decir: no quiero tener porosidad ni para la crítica, ni para el odio, ni para la venganza. No me tengo que vengar de nada ni hacer nada porque yo atravesé todos los gobiernos y sigo. Soy casanística. Y creo en mí y creo en mi país, esté quien esté. Es un país de grandes oportunidades, con una riqueza inconmensurable, y me flexibilizo y adapto, que es una señal de inteligencia. ¿Para qué voy a pelear contra lo que está? Mejor que todas esas cosas, esas reservas, me las guarde para mí.
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