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  • Off sale de nuestros ritos

    » Elterritorio

    Fecha: 15/11/2025 08:23

    sábado 15 de noviembre de 2025 | 6:00hs. Desde finales del siglo pasado una ola de aggiornamento de las costumbres regionales ha afectado a varios de los ritos más atesorados por largo tiempo, puntualmente a los funerarios; por ejemplo, hasta principios de la década de 1980 cuando una persona fallecía, el velatorio debía realizarse en su domicilio, en general en el área del comedor o del dormitorio, que se acondicionaban para la ocasión, ya que se consideraba irrespetuoso y ofensivo hacerlo en otro sitio. En la región contar con “lloronas” hasta mediados del siglo XX era casi una ostentación necesaria para duelar al difunto como correspondía y por si acaso la pérdida no era tan sentida… también; estas mujeres eran conocidas, pero no promocionadas, se acudía al servicio en “esas” ocasiones, ellas concurrían vestidas de luto, con mantillas y chales que las cubrían casi totalmente. Hablando de vestimentas, otra costumbre era la del luto, el denominado “cerrado” consistía en vestir únicamente de color negro, incluida la ropa interior –o eso se decía– durante un año, a continuación se accedía al período de “luto oscuro” durante los seis meses siguientes, es decir se podían vestir con prendas de color negro y/o gris oscuro, luego se adoptaba el “luto claro” otros seis meses en los que se permitía el uso de indumentaria de color blanco y gris claro; estos mandatos sociales estaban indicados para las mujeres –de cualquier edad–, los varones sólo llevaban una especie de cinta o brazalete de tela negra colocado en el brazo izquierdo durante el primer año inmediato al fallecimiento del ser querido; se completaba la muestra de dolor con inasistencia a fiestas, bailes, espectáculos públicos o de envergadura, la prohibición de escuchar música a niveles estridentes, reírse escandalosamente, el uso de tacos altos, maquillaje, bijouterie, joyas o cualquier acto de ostentación. Las viejas carrozas fúnebres, tiradas por dos o cuatro caballos negros, que trasladaban el ataúd, seguidas del carro de las flores con las coronas y palmas ofrecidas a la memoria del difunto y el coche de los familiares y amigos, fueron reemplazados por vehículos acondicionados; a nuestro medio los primeros llegaron alrededor de los años 30, un servicio muy costoso por entonces, mantuvieron el color negro tradicional para adultos y blanco para “angelitos”. A continuación, se llevaba adelante la novena, el armado de la cruz y la ornamentación de la sepultura, en esta primera etapa del proceso mortuorio, dos costumbres –una perdida en el tiempo y la otra vigente hasta la fecha– llaman la atención: colocar un recipiente con agua y/o pan debajo del féretro durante el velatorio y el “paño de cruz”. De acuerdo con un trabajo inédito de la G.C. Ileana Acosta, “(…) En diversas culturas se cree que el agua sirve como nutrición espiritual para el alma del difunto en su viaje fuera de la vida terrenal; este gesto simbólico expresa la preocupación y el cuidado continuo hacia el ser querido fallecido, procurando que encuentre sustento mientras atraviesa los misterios del más allá. En regiones con climas cálidos la colocación de agua cerca de los muertos puede tener una dimensión compasiva. Este acto simboliza un deseo de alivio y frescura para el alma en su viaje. Incluso, hay personas que colocan agua junto a las tumbas o altares conmemorativos como una forma tangible de expresar amor y respeto hacia los muertos, este ritual actúa como un recordatorio constante de la presencia espiritual de los difuntos; muchas personas ponen agua debajo de los ataúdes durante el velorio o en las casas de los muertos, mientras el novenario. Si nos atenemos al velatorio propiamente dicho, hasta no hace mucho se solía colocar –debajo del cadáver o ataúd– un plato con trozos de pan fresco; según la costumbre, su función era retrasar el proceso de descomposición, impedir la “hinchazón del cuerpo” y los “malos olores”; en algunas familias también se acostumbraba incluir una jarra de agua, a modo de colaboración en el proceso de limpieza o purificación del alma. (…)”. Sobre el paño de cruz, la misma autora refiere: “(…) El Kuruzu paño recuerda la sábana encontrada en la tumba del señor, como mudo testigo de su resurrección, por eso el paño de la cruz de los difuntos, significa la fe en la resurrección que esperamos con Cristo. Dentro de las muchas costumbres regionales que se pueden determinar casi geográficamente, se encuadra el uso de una especie de rectángulo de tela blanca que se coloca en las sepulturas –especialmente en tierra–, práctica habitual en Paraguay, Misiones y el territorio correntino. Popularmente se lo denomina “paño de la cruz”, asemeja a una pequeña estola confeccionada con un género liviano –seda, tafeta o lino– de color blanco, bordada delicadamente en igual color, con motivos religiosos o florales y el nombre del difunto en uno de sus extremos de manera vertical, en algunas ocasiones se ornamenta con encaje ñandutí en reemplazo del bordado, se coloca –de atrás hacia adelante– sobre los brazos de la cruz de la sepultura y se anuda al frente. Este paso se realiza a continuación de la “novena”, es decir el rito de rezar en comunidad –familiares y allegados del fallecido– durante nueve días, también llamado “ñembo´é kurusú”, que traducido significa, aproximadamente, “velar la cruz”; cada jornada el grupo de dolientes se reúne, a la misma hora, oran por el eterno descanso del alma del fallecido, frente a una cruz ornamentada con un paño negro en señal de duelo. El “ñembo ´é yvagape” –rezar al cielo– es casi sinónimo de “soltar” como lo entendemos actualmente. La costumbre del paño, entre tantas otras, se adentra en la cultura religiosa impuesta en América a partir de 1492; en estas tierras, desde la fundación del Fuerte de Nuestra Señora de Asunción, en 1537, la Ciudad de Vera –a la que posteriormente le agregaron “de las Siete Corrientes”– en 1588 y la creación de la Provincia Jesuítica de Paraguay en 1604; la tela sobre la cruz asemeja al manto o sudario con que se cubriera el cuerpo de Jesús al bajarlo de la cruz. (…)”. Por falta de espacio nos queda pendiente el corralito o cerco de hierro o madera colocado alrededor de las tumbas. ¡Hasta la semana próxima!

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