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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 15/11/2025 05:09
La evidencia científica señala que la falta de sueño de los adolescentes repercute en el rendimiento cognitivo, el ausentismo escolar y las llegadas tarde, entre otros factores. (Imagen Ilustrativa Infobae) Durante la adolescencia, las personas se vuelven más nocturnas. No es una conducta “cultural” ni una simple preferencia: es un cambio fisiológico documentado por la investigación científica. “El sueño se hace más tardío, el cronotipo es más nocturno. Los adolescentes se van a dormir más tarde tanto en los días hábiles como en los días libres”, explica María Juliana Leone, investigadora del Conicet y del CEPE-UTDT, especialista en cronobiología. A medida que avanza la adolescencia, el fenómeno se profundiza. Leone señala que en los días escolares el sueño adolescente queda atrapado entre dos fuerzas que tiran en direcciones opuestas: por un lado, ese “cronotipo” más nocturno; por otro, los horarios de entrada a la escuela. El resultado es un descanso insuficiente –menos horas de sueño de las recomendadas– y el desfase entre el reloj biológico interno y las obligaciones (el “jetlag social”). A nivel internacional, por razones culturales Argentina tiene un patrón aún más tardío que el observado en otros países. “Durante la adolescencia somos lo más nocturnos que vamos a ser en toda la vida”, señala Andrea Goldin, investigadora del Conicet y del Laboratorio de Neurociencia de la UTDT. Cada persona tiene su propio cronotipo (algunos son madrugadores, otros vespertinos o nocturnos), pero todos coinciden en un punto: entre los 13 y los 20 años, el sueño se desplaza progresivamente hacia más tarde, con un máximo de nocturnidad hacia el final de la adolescencia, explica Goldin. Si a esta tendencia biológica se suma la vida cotidiana –pantallas, tareas, actividades extracurriculares, cenas tardías–, la posibilidad de dormir lo necesario se vuelve aún más difícil para los chicos que están en pleno desarrollo. “El consenso es un mínimo de ocho horas”, Diego Golombek, investigador del Conicet especialista en cronobiología. El problema aparece cuando se cruzan dos curvas: la del sueño que empieza más tarde y la del horario escolar que empieza muy temprano. “Uno podría decir: que se vayan a dormir más temprano. Pero no es tan fácil”, plantea Golombek. La imposibilidad de conciliar el sueño antes de que la fisiología lo permita deja a millones de estudiantes descansando menos de lo necesario. Según los especialistas, esta restricción del sueño no es un asunto menor: tiene efectos directos sobre el aprendizaje, la atención, la regulación emocional y la salud. ¿Cómo se organiza la escuela cuando los cuerpos de los estudiantes funcionan con otro horario? La falta de sueño tiene efectos directos y medibles en la vida escolar. “El sueño insuficiente es un factor de riesgo asociado con el rendimiento cognitivo y el ausentismo escolar, entre otros factores”, explica María Juliana Leone. A partir de investigaciones realizadas en Estados Unidos, en 2014 la Asociación Americana de Pediatría declaró que el sueño insuficiente en la adolescencia constituía “un problema importante de salud pública” y recomendó que las clases no empezaran antes de las 8.30. Los efectos aparecen rápidamente en el aula. “Llegar cansado, llegar con sueño, tiene varios problemas”, señala Andrea Goldin. El primero es el más obvio: se aprende peor, la atención se vuelve muy difícil de sostener. Pero no es el único impacto. Según la neurocientífica, la falta de sueño aumenta la irritabilidad, dificulta la resolución de conflictos entre los chicos y también se asocia con una mayor propensión a accidentes. “Un adulto se puede dormir tarde y al día siguiente va a estar mal, pero no tan mal. En un adolescente, eso es mucho peor”, resume Goldin. En Estados Unidos, numerosos estudios demostraron que cuando la escuela comienza más tarde, mejoran el rendimiento académico, la asistencia y la puntualidad, menciona Leone. La modificación del horario escolar incluso redujo los niveles de ausentismo y las llegadas tarde. ¿Qué sucede en Argentina, donde los adolescentes son más nocturnos que en otros países y, al mismo tiempo, las escuelas inician su actividad muy temprano? El mapa nacional de horarios escolares Esta semana se presentó un estudio en la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) que brinda evidencia para empezar a abordar la cuestión. Se trata del primer Mapa nacional de horarios de inicio escolar en el nivel secundario, elaborado por María Juliana Leone junto con Pablo Gerez. Es la primera vez que se sistematiza, a escala nacional, a qué hora empiezan las clases en cada jurisdicción y cuál es la magnitud del desajuste entre el reloj biológico adolescente y la organización escolar. El gráfico muestra el horario de inicio promedio en cada jurisdicción de Argentina. Fuente: Mapa nacional de horarios de inicio escolar en el nivel secundario (M. J. Leone y P. Gerez) “Este mapa aporta evidencia local y es un punto de partida para diseñar políticas públicas que permitan mejorar el sueño, el bienestar y la salud de los adolescentes”, sostuvo Leone durante la presentación, en la que también participaron el diputado nacional Julio Cobos (impulsor del proyecto de cambio de hora oficial), Florencia Sourrouille (directora de Análisis Estratégico de Datos de la Secretaría de Educación de la Nación) y Víctor Volman (director del Observatorio de Argentinos por la Educación), con la moderación de Mariano Narodowski, director del Área de Educación de la UTDT. Los datos del mapa permiten dimensionar a escala federal a qué hora empieza la escuela secundaria en el turno mañana. El análisis se realizó a partir de la información declarada por las escuelas en el Relevamiento Anual 2024. A partir de esa base, Leone y Gerez identificaron 11.168 escuelas secundarias de turno mañana en todo el país. El horario promedio de inicio es 7:31. El objetivo del estudio fue doble: por un lado, construir el primer mapa nacional de horarios de entrada; por otro, caracterizar esos horarios en relación con el amanecer, y no solo con la hora del reloj. Esto permite observar no solo cuán temprano empiezan las clases, sino si comienzan antes o después de que salga el sol, una variable clave para entender qué tan alineada –o desfasada– está la organización escolar con la fisiología adolescente. Los resultados muestran que las clases empiezan muy temprano en todo el país. Más del 75% de las escuelas inician antes de las 8. Y en algunas provincias el inicio es aún más anticipado. En Santa Fe y Misiones, por ejemplo, más del 70% de las escuelas comienza antes de las 7:15. En el extremo opuesto, en La Rioja más del 80% de las secundarias inicia a las 8 o más tarde. El mapa también permite ver patrones geográficos. En promedio, el inicio escolar es más tardío en el oeste del país, una diferencia vinculada a la variación natural del amanecer de este a oeste. “En líneas generales, las escuelas comienzan antes en las zonas donde amanece más temprano”, explicó Leone. ¿Qué se observa cuando se cruza el horario de entrada con la hora de salida del sol? Según un análisis realizado para el 20 de abril, el 46,6% de las escuelas del país empieza antes del amanecer. En algunas jurisdicciones –todas las patagónicas–, ese porcentaje supera el 80%, lo que implica que la gran mayoría de los estudiantes inicia la jornada literalmente de noche. Diferencia entre el horario de inicio de clases y el horario del amanecer (20 de abril) en las escuelas secundarias de argentina de turno mañana. Fuente: Mapa nacional de horarios de inicio escolar en el nivel secundario (M. J. Leone y P. Gerez) Las diferencias se vuelven aún más marcadas el 20 de junio, cuando el amanecer es más tardío. Ese día, prácticamente todas las escuelas del país empiezan las clases de noche, y en 22 jurisdicciones más del 90% lo hace antes de que salga el sol. En cambio, en octubre la situación se revierte: menos del 1% de las escuelas inicia de noche, ya que el amanecer se adelanta. En promedio, los adolescentes argentinos empiezan las clases de noche 85 días al año, lo que representa el 43,3% del ciclo lectivo. Pero en algunas provincias ese número supera los 100 días, es decir, más de la mitad del año escolar. “Hay muchos factores y variables involucrados –señala Leone–, pero la evidencia científica sugiere que la escuela no debería comenzar de noche”. Si se parte de la premisa de que los adolescentes necesitan dormir al menos ocho horas y que su reloj biológico está desplazado hacia la noche, comenzar la jornada antes de que amanezca profundiza el desfasaje entre el horario escolar y la fisiología juvenil. En su presentación, Leone enfatizó que el horario de inicio del turno mañana en Argentina es demasiado temprano y, en una proporción importante de días del año, ocurre antes de la salida del sol. Si la mayoría de los adolescentes argentinos llega a la escuela con menos horas de sueño de las recomendadas y si el objetivo del sistema educativo es generar las mejores condiciones para que los chicos aprendan, ¿qué puede hacerse ante este desacople? Los especialistas coinciden en que no existe una solución simple. Algunos sugieren, como en Estados Unidos, atrasar el horario escolar. Otros proponen una alternativa que debería ser más sencilla, pero que aún no ha logrado consenso político: modificar el huso horario. Atrasar el horario escolar Demorar el ingreso a la escuela puede parecer la alternativa más obvia, pero es también la más compleja. Atrasar el horario escolar podría alinearlo mejor con la biología adolescente, pero implica desafíos logísticos y familiares que complican su implementación. Atrasar el horario escolar podría alinearlo mejor con la biología adolescente, pero implica desafíos logísticos y familiares que complican su implementación. (Imagen Ilustrativa Infobae) Hay estudios realizados en distritos de Estados Unidos que retrasaron el inicio escolar y observaron mejoras en asistencia, puntualidad y rendimiento académico. En ese país, el promedio nacional de inicio es 8:03, significativamente más tarde que en Argentina, señaló Leone. Pero trasladar esa experiencia al contexto local presenta dificultades severas. Bruno Videla, profesor de secundaria en CABA, remarca que retrasar la entrada obligaría a mover todo el sistema: “Implica reajustar horarios en el resto de los turnos y en las escuelas que comparten edificio”. Además, Videla sostiene que la impuntualidad no es exclusiva del turno mañana: “Los que ingresan a las 7:40 llegan a las 9, los que ingresan a las 13:15 llegan a las 14, y los que entran 18:20 llegan 19:30. Es más un tema de falta de límites que de horas de sueño”. Videla agrega un argumento vinculado al sentido formativo de la escuela secundaria: “¿Acaso piensan que cuando egresen no van a tener que madrugar nunca para trabajar? ¿O que en la facultad todas las materias arrancan después de las 9? Eso también se aprende en la escuela y se llama responsabilidad”. Para él, correr el horario no resolvería el problema de fondo: “Si el problema son las horas de sueño, acuéstense más temprano”. Viviana Postay, especialista en gestión educativa y formadora de docentes, coincide en que la discusión no puede reducirse a mover la hora del timbre. “Por supuesto que sería deseable empezar 8:30, pero la pregunta es qué está afectando las horas de sueño –plantea–. Si los chicos siguen con insomnio, si tienen el ritmo circadiano alterado por el uso del celular durante toda la noche, va a ser lo mismo empezar a las 7:30 o a las 8:30”. Postay subraya que la medida impactaría directamente en la organización familiar y laboral: “A las familias en general les es más fácil dejar al chico a las 7:30 que a las 8:30, porque depende de sus horarios de trabajo”. También advierte que atrasar el ingreso obliga a reorganizar a las primarias que comparten edificio con la secundaria, e incluso a revisar dónde y cuándo almuerzan los estudiantes. Para Anabella Díaz, profesora de Lengua y Literatura y formadora de docentes, los problemas que esta medida buscaría atender –llegadas tarde, ausentismo, estudiantes que se duermen en clase– no se deben principalmente al horario escolar. “La mayoría de los motivos no tiene nada que ver con que la escuela empiece 7:30. Los propios chicos te dicen que se duermen a las 5 o 6 de la mañana viendo TikTok, jugando con el celular, apostando online o viendo porno”. Díaz afirma el problema es más profundo y tiene que ver con la falta de un rol adulto firme: “Hay una nueva generación de adultos corrida de su lugar. Y eso no lo va a resolver que los chicos entren a las 8:30. El problema es que no duermen durante la noche”. Cambiar el huso horario y otras opciones Otra alternativa es modificar el horario oficial del país: pasar del huso UTC-3 al UTC-4, que es el que geográficamente le corresponde a gran parte del territorio argentino. Esta propuesta es impulsada por el diputado y ex vicepresidente Julio Cobos, autor de varios proyectos legislativos sobre el tema. “Argentina tuvo el huso -4 hasta 1970. Luego empezaron los vaivenes políticos; llegamos a tener el -2”, explica. Hoy, dice, el oeste del país funciona en UTC-5, y el resto debería estar en UTC-4. Un proyecto de ley que ya cuenta con media sanción de la Cámara de Diputados busca retrasar los relojes para adoptar el huso UTC -4. Históricamente, los cambios de huso horario se discutieron por motivos energéticos, pero Cobos propone retomarlos con fines educativos y de salud pública. “En verano tenemos 14 horas de luz, en invierno 10. Estamos dilapidando la primera hora de clase”, sostiene. Su iniciativa plantea atrasar la hora en abril y adelantarla en septiembre, como hace Chile. El proyecto cuenta con media sanción en Diputados. Según Cobos, esta opción evitaría los problemas logísticos de atrasar el horario escolar: “La alternativa de comenzar las clases más tarde es prácticamente imposible por los horarios laborales, la organización familiar y el impacto en el turno tarde”. Los especialistas también mencionan algunas propuestas que no requieren cambiar la hora de entrada, sino repensar la organización interna de la escuela. Andrea Goldin plantea que, incluso sin modificar el horario, hay margen para medidas que atenúen el desfasaje entre el reloj biológico adolescente y el escolar. Una de ellas es reorganizar el uso de las aulas para exponer a los estudiantes más grandes –los más nocturnos– a mayor luz natural en las primeras horas. “Las aulas orientadas al este reciben más luz temprano. Ubicar ahí a los alumnos de los últimos años, o en las aulas que tienen mejores ventanas, los ayuda a poner en hora el reloj biológico”, explica Goldin. Otra estrategia es evitar que las materias más complejas se dicten en la primera hora. “Si a un estudiante nocturno le das Matemática o Física a las 7 de la mañana, estás partiendo de una inequidad de base”, señala. En cambio, sugiere dejar esos contenidos para las últimas horas y ubicar al inicio materias más livianas o actividades al aire libre, como Educación Física, Arte o clases que puedan incluir movimiento y exposición solar. Además, Goldin enfatiza que cualquier política –incluido el atraso del horario escolar– requiere educación en higiene del sueño para estudiantes y familias. Sin esa transformación cultural, señala, “los beneficios iniciales de un cambio horario tienden a diluirse con el tiempo”.
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