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» Diario Cordoba
Fecha: 13/11/2025 12:07
La genialidad suele surgir muchas veces en el seno de familias de extracción humilde que no han podido potenciar las capacidades de sus hijos. De eso sabe bastante Andalucía, y con más cruel insistencia estas circunstancias se daban en los años 30 en adelante del pasado siglo, cuando las carencias condicionaban la existencia del tronco familiar afanado en la supervivencia diaria sin más tiempo que el que se iba en esa ciclópea labor. Antonio Fernández Díaz Fosforito vino al mundo en aquellos duros años en los que el cante podía ser, como se demostraría más adelante, su asidero existencial, que lo ha situado en lo más alto de la consideración flamenca de todos los tiempos. Si a la edad de seis años empieza a fraguar su afición heredada del humilde núcleo familiar -su tío El Niño del Genil fue creador del garrotín-, es porque parecía estar predestinado a marcar una época en la que los gustos de los aficionados se inclinaban hacia los llamados Niños, que con su preciosismo melodioso ocupaban un espacio que parecía vetado para otras formas de hacer el cante. Pero este otro niño, diferente, sabio y rabioso en su expresión más desnuda, tenía ciega fe en sus posibilidades, que es lo que al final cuenta si los inconvenientes del largo camino son sorteados con los quiebros precisos para no caer en la vulgaridad de lo facilón, evitando encadenar recursos vacíos cuyo final es su rápida disgregación al no sustentarse en la autenticidad que todo arte requiere. Estudio de los estilos Los aportes esenciales para una personalidad tan definida como la de Fosforito no solamente hay que buscarlos en su contrastada sensibilidad para el cante, también, y de forma primordial, en su condición de aficionado pasional que lo encamina a una meritoria y empecinada labor de estudio y de profundización de los estilos; virtudes que le acompañan desde aquellos míseros años de antes y después de nuestra guerra civil, cuyas dificultades no lograrían romper su inquebrantable talante de flamenco de raza. Cuántas veces nos hemos extasiado en la narración de sus peripecias vitales expuestas con el rigor de su innato poder comunicativo. Otra destacada virtud que podría haberlo encauzado hacia otros campos del saber, si sus orígenes familiares se lo hubieran permitido, ya que en torno a su figura se coligan un compendio de probidades volcadas de manera rotunda en una personalísima concepción de lo jondo, a la que hay que añadir su indiscutible receptividad para el absoluto dominio de todos los estilos que ha perfilado una personalidad irrepetible en el largo devenir de la historia del flamenco. El maestro tuvo que sortear trabas de todo tipo que no hicieron mella en su fe en sí mismo Pero hasta llegar ahí, el maestro tuvo que recorrer muchos senderos en los que los obstáculos de todo tipo no le causarían mella alguna que pudiera afectar a su inquebrantable fe en sí mismo; al contrario, la vehemencia de una voluntad de acero lo reafirmaba en el sendero que se había trazado para forjar su personal concepción del cante teniendo como punto de partida su Puente Genil natal, donde nació un 3 de agosto de 1932. Es el primer espacio en el que comenzara a cantar a esa edad tan trascendental para el desarrollo vital de cualquier persona. Tabernas, colmaos, ferias de ganado y escenarios de toda laya serían algunas de las múltiples plataformas que utilizaba en esta su lucha titánica del cante por el cante que ya le venía marcada desde su origen, animada por una avidez inusual en el aprendizaje de todos los palos, una vez fuera del embrión socio-flamenco de las líneas divisorias del marco de la Casa Grande de Puente Genil, donde se hacinaban más de 40 familias en permanente lucha por la subsistencia diaria. Un destino marcado Todo ello desvelaba un signo inequívoco de su inquebrantable fe en sí mismo a pesar de la dureza de aquellos primeros años. Sin duda, estas numerosas y duras experiencias contribuirían muy fuertemente a proclamar el desborde pasional del surtidor hiriente de su grito, como si mediante su asombrosa capacidad expresiva nos estuviera anunciando que su destino ya estaba marcado para ser uno de los pocos elegidos en la revelación de todo el dolor y de las aflicciones ancestrales de esta Andalucía nuestra que, como bien señalara González Lucini, «es también el hombre, es cada persona, una a una, íntima, original, irrepetible. Andalucía son manos, existencias, pensamientos y latidos que comparten el dolor y la esperanza, el trabajo y la ilusión, la confianza y el miedo. Andalucía es el amor que surge, sorprende y construye día a día». Pero, además de todo esto, Andalucía es también la inapelable madre nutricia del sentimiento vibrante de una voz como la de Fosforito, predestinada a publicar los dolores y frustraciones de este pueblo que parece estar condenado a no encontrarse nunca con su propio destino. La comodidad posterior que le permitió el irresistible ascenso de su vida profesional nunca mermaría ese quejido atávico tan fuertemente enaltecido a lo largo de su dilatada carrera y descrito en sus albores de forma sublime por nuestro poeta Pablo García Baena, testigo privilegiado de la intervención de Fosforito en el primer Concurso Nacional de Cante Jondo de Córdoba, que tuvo lugar en 1956. El año 1956, cuando triunfó en el Concurso de Concursos, fue el de su proyección El poeta de Cántico, fascinado por la irrupción en el universo de lo jondo de una figura para la historia ya coronada con el triunfo absoluto de ese Concurso de Concursos, nos regalaría un texto que desde entonces forma parte de las flores más selectas que perfuman el jardín poético del cantaor. «Ni la pena, ni el llanto, ni la pasión, ni la muerte tienen un grito, un quejido, un suspiro que no se encuentren dispersos o en equilibrio en el cante de Antonio. Voz de silencio». Ano crucial en su proyección Y sería ese mítico año el determinante en su proyección. Antes había sufrido una enfermedad estomacal que lo debilitó de forma tan dramática que creyó que ya no podría cantar nunca más. El Ayuntamiento de su pueblo, en un gesto de nobleza y generosidad, le compraría una guitarra para suplir ese hándicap y que de esta forma pudiera seguir vinculado al flamenco, consciente de sus posibilidades para este arte. Fosforito, un grande del cante / Una vez recuperado, el cantaor no se planteaba ninguna duda a la hora de afrontar el difícil horizonte artístico que bullía en su cabeza de hombre en lucha consigo mismo y que, consciente de sus facultades, y portando la inquebrantable fe de su estética, estaba llamado a revolucionar las tendencias del cante de dicha época. Una vez soslayado este problema de salud, da comienzo el largo periplo de una larga travesía por el complicado mundo del cante, donde ya gozaba de cierta fama en algunos de sus más selectos y minoritarios cenáculos. La concesión de esa Llave de Oro del Cante otorgada en el año 2005, viene precedida por un conjunto incontable de reconocimientos que fueron cimentando su prestigio a la vez que enjoyaban la historia del flamenco de las seis últimas décadas. La Llave de Oro que le concedieron en el 2005 estuvo precedida por numerosos premios El fallido Concurso de Granada de 1922, celebrado 34 años antes que el de Córdoba, respaldado entre otros intelectuales y artistas por Manuel de Falla y García Lorca, dio lugar a que después de ese lapso de tiempo tan prolongado fuera larvándose una figura como la de Fosforito, cuya participación en el certamen cordobés de 1956 revolucionaría el universo de lo jondo para que ya nada fuera igual. Ganó en «todos los cantes, sencillamente porque todos los cantes son para él uno solo: el que lleva dentro». Esta histórica iniciativa consagraría a Córdoba como la ciudad que puso la primera piedra en este edificio que aún hoy se mantiene, y una de sus felices consecuencias fue ceñirse el laurel del reconocimiento por aquel esfuerzo organizador que contó con la ayuda inestimable de Anselmo González Climent, Ricardo Molina y el Ayuntamiento cordobés de aquella fecha para el recuerdo. Como se demostró casi de inmediato, supondría el comienzo más importante de la carrera del maestro para perpetuarse en el empeño volcánico de su irrefrenable expresión jonda. Fosforito, junto a David Pino y sus esposas, el pasado junio en la gala de los Cordobeses del Año. / A. J. González Espectáculos por España A los pocos meses de su inapelable triunfo se integra en un espectáculo que con el nombre de Festival de cante grande recorre la geografía flamenca de media España. Y es Madrid la que, de la mano de Manuel del Rey, dueño de El Corral de la Morería, le ofrece la oportunidad de proclamar su estética de jondura incontestable en ese legendario tablao en el que cada noche hacía remover las entrañas del público más reticente, que frecuentemente acudía buscando el lado superficial de la oferta festera propia de esos establecimientos, para acabar encandilado alrededor del grito atávico del maestro de Puente Genil. Fosforito ejercía noche tras noche de sumo sacerdote en el ritual de su más entregada expresión doliente. Las solicitaciones de su presencia se prodigan dentro y fuera de nuestras fronteras como pocos artistas de su tiempo, y para ello requiere la presencia de guitarristas de la talla de Paco de Lucia o el desaparecido hace unos días Juan Carmona Habichuela, entre otros. La sincronización cante-guitarra ha de ser perfecta para que su «vibración llegue directamente al espectador. Es una armonía total de gesto y sonido, vibración armónica de plástica y voz que se suma en un solo cuerpo a su elemento de acompañamiento que es la guitarra». Certera descripción de uno de sus más acérrimos defensores como ha sido durante décadas Agustín Gómez, comprometido en explicar la estética del cantaor de Puente Genil con el sagrado objetivo de «remover el gusto de la afición popular e incluso elitista por el flamenco». Las salas de la Posada del Potro que llevan su nombre preservan y potencian su figura La figura de Fosforito conforma un amplísimo mosaico imposible de completar en su totalidad. Una relación exhaustiva de los acontecimientos más relevantes de su vida artística y personal supondría insistir nuevamente en gran parte de lo sabido sobre la gigantesca y mareante compilación de trofeos, reconocimientos, galardones y acertados juicios de poetas, escritores, intelectuales y estudiosos del flamenco desde el comienzo de su andadura artística. Todavía hoy no se ha conseguido el idóneo lugar que albergue esa historia viva y palpitante, resultado de la intachable trayectoria del maestro. El Museo del Potro, que lleva el nombre del artista de Puente Genil, viene a ser un histórico y aceptable receptor de una parte ciertamente importante de ese patrimonio, aunque a todas luces parece es insuficiente para esa ingente cantidad de premios conquistados por toda una vida «dejándose el corazón a cachitos en cada cante», como el propio Fosforito acostumbraba a decir al repasar su trayectoria. Córdoba tiene que abrir con su mejor llave la puerta que franquee ese espacio ideal que acoja la memoria viva de uno de los mejores cantaores de la historia como es Antonio Fernandez Díaz Fosforito. Gracias a la aportación que se puede visitar en las salas que en la Posada del Potro llevan su nombre, las nuevas generaciones, ya sean aficionadas o no al flamenco, tienen el deber de preservar y potenciar la figura del maestro de Puente Genil para que no se diluya en el tiempo este gr an legado de arte y honestidad flamenca que ha dignificado el cante de todos los tiempos. Porque Fosforito es uno de esos grandes nombres patrimonio del universo.
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