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  • Los palillos voladores de Jack DeJohnette

    » El Ciudadano

    Fecha: 11/11/2025 13:18

    Si de bateristas de jazz se trata, uno de los más increíbles es el norteamericano Jack DeJohnette, dueño de una versatilidad que lo puso en escena como una figura indiscutible en una buena cantidad de grandes bandas que prácticamente atravesaron casi cinco décadas: una de ellas fue la del poderoso cuarteto del saxofonista Charles Lloyd; otra la del Miles Davis eléctrico de fines de los sesenta, y, luego el fabuloso trío acústico de Keith Jarrett, junto a Gary Peacock en contrabajo. Jack DeJohnette nació en Chicago y siendo hijo único de padres separados, muy pronto quedó a cargo de su abuela materna. Tenía un tío aficionado al jazz que vivía en la misma casa y escuchaba discos todo el tiempo porque trabaja de disc jockey en clubes dedicados al género. Es muy probable que tales escuchas y el entusiasmo de su tío, que a veces no paraba de moverse mientras le contaba sobre quiénes integraban las formaciones, lo hayan volcado tempranamente a querer tocar algún instrumento. Así arrancó tomando clases de piano y practicando en una espineta que pertenecía a una amiga de su abuela, hasta que no mucho después su tío comenzó a llevarlo a los clubes donde ponía música en los intervalos entre uno y otro grupo que tocaban en vivo. De todos modos, en la época de su secundaria tuvo algún coqueteo con el blues y el rock que se tocaba en locales para negros, porque la segregación era muy fuerte en la década del 50. Participó en bandas de doo-wop, ese género precursor del R&B y el rock, y que en un principio solo ejecutaban los negros, y hasta tocó con el guitarrista T-Bone Walker, uno de los pioneros negros del blues eléctrico. Poco después se impresionó al escuchar un disco del pianista Ahmad Jamal, particularmente con la forma de tocar las escobillas del batero Vernel Fournier, un histórico del instrumento, y de allí pasó a tocar en una vieja batería que le habían dado como pago a su tío y estaba guardada en el sótano de la casa. Ponía discos de Max Roach, Elvin Jones, Philly Joe Jones y Art Blakey, entre otros, y tocaba sobre ellos hasta que fue independizándose casi sin quererlo y comenzó a meter otras rítmicas sobre lo que escuchaba. Escobillas para Miles Davis Toques sutiles y portentosos Su trayectoria fue frenética, es decir, no paró de tocar desde aquellas viejas prácticas en el sótano de la casa de su abuela. El freelance funcionaba muy bien en los 60 en Estados Unidos y así probó suerte con el icónico Sun Ra, con el saxofonista Eddie Harris, con el pianista Muhal Abrams, y hasta con el magistral John Coltrane. A mediados de los 60 se mudó a New York y se sumergió en la escena jazzera; en principio tocando todas las noches en un club del East Village con distintas formaciones hasta que fue parte de un ciclo que hacía el saxofonista Joe Henderson junto al pianista McCoy Tyner y el bajista Henry Grimes. Ya entonces DeJohnette contaba con cierta repercusión entre los músicos de jazz, a quienes les gustaba su estilo, donde eran notorias sus influencias rockeras y de R&B y cómo luego conducía ese bagaje hacia la abstracción, conformando un mosaico rítmico con características propias. Sus toques a veces eran sutiles y otras portentosos, pero a todos los contenía un original swing que por momento no temía bañarse de una sustancia funky. En una entrevista de 2015 explicó algo de su estilo: “Soy un colorista en la batería…puedo trabajar dentro del tiempo, pero también puedo librarme de él, ser más elástico…que es lo que me gusta y me sale mejor…”. Hacia mediados de los sesenta arma un cuarteto con Charles Lloyd que completaban nada menos que Keith Jarrett y el bajista Cecil McBee, conformando una banda que recorrió todo Estados Unidos, participó en festivales de rock como el Fillmore de San Francisco –donde tocaron bandas como Jefferson Airplane, Grateful Dead y el grupo que comandaba la inigualable Janis Joplin, Big Brother and the Holding Company–; el de jazz de Monterrey, y, finalmente, haría una extensa gira europea donde DeJohnette alcanzó un importante reconocimiento, tal vez como el mismo Jarrett, y fue objeto de propuestas de sellos dedicados al jazz. Los backbeats de DeJohnette, que despertaban virtuosas conexiones entre los músicos de la banda, fueron lo que lo destacaron y le auguraron un lugar privilegiado en la escena jazzera más imaginativa. En el álbum de Miles Davis Bitches Brew, sus backbeats despliegan una energía apabullante y delicada a la vez, pero ya con el cuarteto de Lloyd sus pasajes de improvisación exploraban zonas rítmicas inéditas, como puede escucharse en el disco en vivo Forest Flower, de 1967, que trepó a la cima de los rankings radiales del género. DeJohnette tocó de forma efímera con otro monstruo, el gran Bill Evans, en 1969, un año antes que Davis lo reclutara para el álbum donde el trompetista profundiza sus estructuras rítmicas y armónicas relacionadas con el rock, y donde DeJohnette consigue una intensidad arrasadora alternando su vaivén rítmico entre el funk y el jazz, probablemente impulsado por los groove prodigados por el propio Miles. Fuego natural El baterista tuvo dos grupos propios, New Directions y Special Edition, con los que puso de manifiesto un estilo donde destacaban las texturas libres, sólidos backbeats y un swing singular y continuo, pero además en estas formaciones compuso la mayoría de los temas e hizo atractivos arreglos para los metales. En una de las giras por Europa fue “descubierto” por Manfred Eicher, el creador del influyente sello alemán ECM, que siempre esperaba ver a los músicos tocar en vivo lo que ya había escuchado en sus discos. Para ECM grabaría unas sesiones con Jarrett y el guitarrista John Abercrombie y, más tarde, llevaría la batuta de un disco llamado Untitled, que grabó con Jack DeJohnette’s Directions, que integraban Abercrombie en guitarra; Alex Foster en saxo; Warren Bernhardt en piano y Mike Richmond en bajo. En 1976 grabó Gateway, un álbum con un swing vertiginoso surgido de sus palillos que marcaban un chispeante groove para que Abercrombie y el contrabajista Dave Holland se lucieran. En 1980 fue parte del disco 80/81, de Pat Metheny, en el que sus toques retumbantes, enérgicos y desafiantes, son parte esencial de la potencia desplegada por la banda que acompañaba al guitarrista. En 1983 grabaría Standars Vol. 1 con Jarrett y Peackock, un verdadero laboratorio sonoro donde el pianista no conducía sino que generaba la sinergia perfecta para que todos tocaran acompañándose. El enfoque acústico del trío contagió a otros grupos para que luego del reinado eléctrico, se volviera a ese formato. “Lo que nos habíamos propuesto con Keith y Gary era inyectarle fuego natural a lo que tocábamos, para que se soltara todo lo contenido en nuestras mentes y lo que saliera no fuera rígido, sino flexible e inesperado”, dijo una vez sobre aquella virtuosa formación. Ya en los 2000 llegó a tocar con los Living Colour, surfeando ese hard rock elegante y voluminoso que caracterizaba a la banda; después armó un trío con músicos mucho más jóvenes que él como el saxofonista Ravi Coltrane –hijo de John y Alice– y el bajista Matthew Garrison, hijo también de un contrabajista de Coltrane; para continuar con un cuarteto que se llamó Hudson y tenía como integrantes al guitarrista John Scofield; el tecladista John Medeski y el bajista Larry Grenadier. En 2012 fue nombrado Jazz Master por el National Endowment for the Arts, reconocimiento que es considerado el mayor honor en el jazz contemporáneo. Evidentemente las teclas sobre las que deslizó sus pequeños dedos en su infancia quedarían dando vueltas en su memoria y en 2016 lanzó un álbum de piano solo al que llamó Return, compuesto por temas propios y que la crítica saludó efusivamente porque en él encontraron una “cuidadosa contemplación y una evidente implicación personal”. Cuando le preguntaron por qué el piano y no la batería, respondió: “Es difícil hacer un disco solo de batería, es decir, sin otros músicos a riesgo de resultar insoportable, y siempre quise grabar tocando un piano, no considero que pueda tocarlo en una banda, pero sí solo, porque así no debo rendirle cuentas a nadie sobre un instrumento que amo pero al que le fui esquivo”. A fines del último octubre moría Jack DeJohnette, el virtuoso baterista que a lo largo de 50 años consiguió tocar jazz acústico y eléctrico a partir de una versatilidad singular arraigada en sus potentes backbeats y en su capacidad para experimentar, desde el jazz, géneros diversos como rock, el R&B, el funky, entre otros, que le forjaron una identidad única y un espíritu libre portador de un swing inigualable.

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