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» Misioneslider
Fecha: 10/11/2025 18:51
Con programación ampliada y pese a los recortes, el festival se afirma como bastión del sector audiovisual local. Desde la platea del cine porteño llega una noticia que mezcla resistencia creativa con desafío estructural. En plena contención presupuestaria y ajustes al sector cultural, la reciente edición del BAFICI —el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires— decidió subir la apuesta: más días, más salas, más obras argentinas. Y en ese margen se juega mucho más que películas: se apuesta a visibilidad, autonomía y futuro para el cine en Argentina. Un salto de programación en medio del ajuste La 26ª edición del BAFICI arrancó con un planteo claro: “Nosotros creemos en el cine”, insistió la ministra de Cultura porteña, Gabriela Ricardes, al presentar el evento. Con 116 películas argentinas entre casi 300 títulos proyectados, el festival no solo crece en volumen sino en presencia nacional. Se trata de una declaración de principios: cuando el contexto cultural parece achicarse, el cine independiente emerge como fuerza de contención. ¿Por qué importa al “cine que hacemos aquí”? Primero: abre espacios para realizadores jóvenes o poco difundidos, lo que contribuye a diversificar voces en una industria tradicionalmente concentrada. Segundo: en un contexto de recortes en fondos públicos lanzados por el Gobierno nacional, la ciudad de Buenos Aires decide un camino contrario al priorizar la cultura como inversión. Tercero: los festivales importan porque generan red, exposición internacional, y una instancia clave para que los films argentinos trasciendan fronteras. ¿Qué lucen los cineastas detrás de cámara? Una nota publicada por el diario español El País señala que “el festival será … un oasis en medio de la arremetida contra el séptimo arte encabezada por el Gobierno de Javier Milei”. Esa frase resume algo: este BAFICI crece como contracara de una política cultural que muchos consideran restrictiva. Y en ese ida y vuelta, los cineastas se convierten en protagonistas de una batalla simbólica—y real—por los espacios de creación. Impacto para la cultura argentina y el público local Para la audiencia porteña —y quienes viajan para la ocasión— el festival significa una promesa de descubrimiento. Desde largometrajes de provincias hasta documentales arriesgados, la grilla está pensada para abrir puertas. Y para la industria, es una vidriera para vender, exhibir, conectar. Además, cuando el cine argentino se ve como “algo que se defiende”, la cita adquiere una dimensión comunitaria: los espectadores no sólo van por entretenimiento, sino por afinidad con una causa cultural. Qué desafíos quedan en agenda La sustentabilidad del modelo: crecer en duración y oferta implica mayores costos. ¿Podrá mantenerse en el tiempo sin dependencia exclusiva de lo público o lo privado? Lograr que ese aumento de obras nacionales trascienda el festival y llegue a salas comerciales, streaming o circuitos alternativos. El volumen es clave, pero también la circulación. Que esta expansión de BAFICI se conecte con políticas culturales más amplias: formación, distribución, preservación del patrimonio audiovisual. Si ocurre aislado, corre el riesgo de quedar como un oasis temporal. Un festival que define escenario, ¿o la excepción que confirma la regla? El BAFICI de 2025 no es sólo programación: es un gesto. Una señal de que la cultura argentina no está dispuesta a resignar espacio, aunque el viento no sople a su favor. Y en esa tensión está el valor: cuando lo inesperado se convierte en posibilidad concreta. La pregunta que queda en el aire: ¿este impulso marcará una línea de continuidad o será un pico emocional que luego disminuya? Y para quienes amamos el cine local, ¿qué estamos dispuestos a hacer para que esta edición no sea solamente recordada sino transformadora?
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