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  • ¿Y si Milei tiene razón en pisar el dólar? – MisionesOpina

    » Misionesopina

    Fecha: 10/11/2025 18:32

    *Por Luciana Glezer La economía argentina se mueve entre dos espejismos: el dólar alto y el atraso cambiario. No hay punto de equilibrio. Cada vez que parece alcanzarse, la demanda crece más rápido que la oferta, y el tipo de cambio se desfasa. Eso es lo que hoy se discute en el mercado, en los bancos y en la Casa Rosada: si Milei puede mantener el dólar sin romper la maquinaria. Los economistas clásicos dirían que un dólar alto mejora la competitividad, baja las importaciones y permite acumular reservas. Es cierto. Pero como explicaba Marcelo Diamand en su texto seminal sobre la estructura productiva desequilibrada, ese equilibrio dura lo que un suspiro: cuando la actividad se recupera, aumentan las importaciones, los márgenes se dolarizan y la presión sobre las divisas vuelve. El ciclo argentino de siempre: devaluar para crecer y crecer para volver a devaluar. Hubo épocas en que eso funcionó. En los primeros años de Néstor Kirchner, el dólar alto fue bandera. Exportar era negocio y la industria nacional revivía. Pero no todos aplaudían. Desde el CENDA, un joven Axel Kicillof advertía que ese esquema era "insostenible en el tiempo", que la inflación licuaba la ventaja competitiva y que el modelo "ya había dado buena parte de sus frutos". Tenía razón: la productividad no acompañó y el tipo de cambio real se fue achicando a medida que crecía el consumo interno. Del otro lado de la historia, la convertibilidad fue el extremo opuesto: el ancla cambiaria por excelencia. Un peso, un dólar. La estabilidad duró mientras hubo dólares de privatizaciones y deuda. Después, la demanda superó a la oferta y el sistema estalló. Pero desde aquellos modelos hasta hoy pasó mucha agua bajo el puente. O más bien, muchos dólares. La economía profundizó su grado de extranjerización y agravó el nivel endeudamiento. Esta claro que las multinacionales exigen rentabilidad en dólares sobre ganancias en pesos, y el capital local imita el comportamiento: nadie piensa en pesos más allá del corto plazo. Por su parte, los acreedores quieren asegurarse que los dólares que genera la economía argentina vayan a pagar la deuda. A eso se suma la indexación, la otra enfermedad crónica. Todo, de alguna u otra manera está atado al dólar: alimentos, combustible, tarifas, deuda pública y privada y hasta los servicios digitales. Esa telaraña convierte cualquier movimiento del dólar en una reacción en cadena. La indexación también expone a las grandes corporaciones privadas, que durante el gobierno de Javier Milei protagonizaron un boom de endeudamiento en el mercado: más de 15.000 millones de dólares en obligaciones negociables emitidas en menos de dos años. el dólar para la economía doméstica no es una moneda: se volvió un estabilizador social, un número que organiza expectativas y angustias. El dólar para la economía doméstica no es una moneda: se volvió un estabilizador social, un número que organiza expectativas y angustias. Es lo que no terminan de comprender los grandes fondos de inversión, y los amplificadores de los intereses del capital financiero que exigen al unísono liberar el tipo de cambio. Son compañías que tienen balances en pesos, con ingresos atados al mercado interno. Una devaluación brusca les partiría el patrimonio al medio: los pasivos dolarizados se inflarían en cuestión de horas. Por eso, detrás del relato del orden fiscal, también opera el interés del capital privado por sostener el ancla cambiaria y evitar un shock que licuaría sus balances tanto como licúa los salarios. Una devaluación sin un ordenamiento de precios y salarios que acompañe, más que una corrección, sería una transferencia masiva de ingresos. Porque cuando la economía está indexada, devaluar no es ajustar precios: es correrle el arco a toda la sociedad. Suben los alimentos, las tarifas, los alquileres, la deuda. Los que tienen activos en dólares ganan. Los que cobran en pesos pierden. El Estado puede licuar déficits en el excel, pero multiplica el conflicto en la calle. Por eso, en su fuero íntimo, Milei no puede soltar el ancla. "Vamos a mantener el esquema de bandas", confirmó el Presidente al Financial Times esta semana. Lo concreto es que el dólar para la economía doméstica no es una moneda: se volvió un estabilizador social, un número que organiza expectativas y angustias. Este paisaje es el que no terminan de comprender los grandes fondos de inversión, y los amplificadores de los intereses del capital financiero que exigen al unísono liberar el tipo de cambio. En verdad lo único que les preocupa es asegurarse el repago. Hablan de un "pass-through moderado" pero subestiman la mecánica real del sistema de precios. En un contexto de presión inflacionaria contenida pero en aumento, la recesión suele actuar como anestesia pero no como cura. Contiene por un tiempo la traslación a precios, pero la tensión se acumula a lo largo de la cadena. Se absorbe en distintos eslabones, hasta que un día ya no se puede más. Ahí se quiebra el espejismo del ancla y llega el reacomodamiento brusco. El verdadero debate no es coyuntural, sino de régimen. La pulseada de fondo pasa por la definición del modelo monetario: devaluación o neoconvertibilidad. Dos formas distintas, con la misma promesa de estabilidad y el mismo riesgo de corset. En ambos casos, el ancla no surge de la productividad, sino de la disputa por los dólares. Es la versión 2025 del dilema diamandiano: la economía bimonetaria. Por eso el presidente juega con fuego y frialdad a la vez. El ancla no es ideología, es supervivencia. Fuente: lapoliticaonline

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