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  • Un kiosquero cuenta cómo sobrevive en la era digital: “El papel resiste, pero cada vez menos”

    Concordia » El Heraldo

    Fecha: 10/11/2025 01:04

    De la época dorada a la supervivencia Corría julio de 1977 cuando Carlos Oscar Almirón abrió por primera vez su kiosco en la ochava de Corrientes y Pellegrini. Tenía poco más de veinte años, venía de trabajar en una concesionaria Ford y, casi por casualidad, se quedó con la parada de diarios de un amigo que se marchaba de la ciudad. “En esa época —recuerda— había 65 puestos de venta de diarios en Concordia. El Heraldo llegaba a tirar entre 12 y 15 mil ejemplares, y cuando uno iba a retirarlo, había cientos de canillitas esperando. Era todo un movimiento”. El tiempo hizo lo suyo. Los choques viales obligaron a mover el escaparate algunos metros por Pellegrini, y la modernidad empezó a transformar el paisaje. Hoy apenas quedan una docena de paradas en toda la ciudad. “Antes, en cualquier barrio había un kiosco en la vereda o en el jardincito de una casa. Ahora, eso desapareció. Los que quedamos, sobrevivimos con mucha entrega a domicilio y recortando horarios”, explica Almirón. El cambio más drástico llegó con Internet y la digitalización de la información. “En papel, las noticias siempre son del día anterior. En cambio, la gente ahora tiene todo al instante en el celular, la televisión o la computadora. Entonces, lo que se busca en el diario son editoriales o notas de opinión. Lo fresco ya lo tienen en la pantalla”, reflexiona. Ese fenómeno provocó un derrumbe de la venta de publicaciones. Las revistas de espectáculos o actualidad fueron las primeras en caer frente a la inmediatez de lo digital. “Hoy se siguen vendiendo solo las especializadas, como National Geographic, InfoAuto o algunas médicas y arquitectónicas. Esas todavía resisten en papel porque brindan un respaldo distinto, más confiable que Internet”, asegura. Ads Libros, autitos y vajilla: la reinvención para atraer lectores Pese a la crisis, Almirón supo adaptarse. La ley provincial 12.921 obliga a los kiosqueros a vender exclusivamente diarios, revistas y productos afines. Y es justamente allí donde encontró un respiro. Las editoriales comenzaron a anexar a sus publicaciones objetos coleccionables: autitos, libros de colección, instrumentos de cocina, figuritas o vajilla. “Vendemos más libros que antes —afirma—. Vienen colecciones completas que antes no existían, y eso nos permite competir con jugueterías o bazares, porque tenemos un sistema de distribución diferente. Es una forma de fidelizar clientes”. Esa diversificación también incluyó una estrategia más personalizada: menos mostrador y más comunicación directa. Hoy muchos de sus clientes lo contactan por teléfono o WhatsApp para reservar una revista o coordinar una entrega. “Ya no abro tantas horas como antes. Vengo cuando me avisan. Si tengo lo que buscan, lo combinamos y listo. Eso me permite sostenerme”, detalla. Sin embargo, el perfil de los compradores también cambió. “La mayoría son personas mayores, gente que sigue valorando el papel. Tengo tres clientes de cuando abrí el kiosco que todavía me compran todos los días. Pero cuando ellos falten, sus hijos o nietos no van a leer papel. Esa es la realidad”, admite con resignación. La pandemia: un golpe de gracia para el oficio Cuando en 2020 la pandemia paralizó al mundo, muchos kioscos no lograron sostenerse. “Venía en declive por lo digital, y la pandemia fue un golpe de gracia. Los que no tenían reparto a domicilio no pudieron subsistir”, recuerda Almirón. En su caso, logró mantenerse gracias a la distribución. “Yo empezaba de madrugada, recibía los diarios de Buenos Aires y los repartía. Nunca nos prohibieron circular, igual que al personal de salud o bomberos. Lo que no hacíamos era atender en la parada. Terminábamos el reparto y nos guardábamos. Prácticamente no veíamos gente. Nos arreglábamos por teléfono para cobrar o combinar entregas”, explica. Esa clientela fija fue la que le permitió sostener la actividad, aunque con niveles muy reducidos de movimiento. “El despacho en la parada era prácticamente nulo. Solo sobrevivimos los que teníamos clientes fieles y sabíamos que seguían valorando el diario en papel”, resume. Una vida marcada por el kiosco A lo largo de casi medio siglo, el kiosco no fue solo un trabajo para Carlos Almirón, sino el sostén de toda una vida. Con el esfuerzo diario logró mantener a su familia y mandar a estudiar a sus cuatro hijos. “Ha tenido mucha importancia, porque con esto solventé a mi familia. Al principio la venta era masiva: llegué a vender más de 300 ejemplares diarios. Hoy la realidad es otra, pero me dio la posibilidad de construir un camino con errores y aciertos”, confiesa. También guarda anécdotas pintorescas. Recuerda, por ejemplo, los años de apertura democrática, cuando comenzaron a entrar revistas de tono subido que debían venderse en bolsas negras. “Los chicos se paraban en la vereda de enfrente y salían corriendo con las revistas robadas. Mi madre atendía y se enojaba, pero eran travesuras de la época. Hasta el obispo pidió ver algunas para saber qué contenían”, cuenta entre risas.Hoy, a punto de cumplir 50 años en el rubro, Almirón sabe que su kiosco probablemente se extinga con él. “No es un negocio que voy a dejar a mis hijos. Supongo que esta parada, conmigo, va a desaparecer. Ya no puedo competir con los kioscos de la peatonal, que tienen más movimiento. Esta es una calle muerta y no hay flujo de gente. Me quedan algunos clientes fieles, pero ya no es lo que era”, admite. El futuro de los diarios en papel, según su mirada, será cada vez más especializado. “Van a seguir existiendo publicaciones médicas, de arquitectura o de nicho. Pero cada vez habrá menos paradas abiertas. Tal vez con dos o tres sea suficiente para toda la ciudad. El resto irá desapareciendo”. Mientras tanto, Carlos Almirón sigue resistiendo con su kiosco en Pellegrini, apostando a los libros de colección, los autitos y las revistas especializadas. Y, sobre todo, a esa clientela madura que aún disfruta del ritual de pasar las páginas de un diario en papel. “Empecé como una changa, y aquí estoy —concluye—. Vamos emparchando la actividad, pero sigo. Mientras tenga clientes que quieran leer en papel, voy a estar”. Ads Ads

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