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» La Capital
Fecha: 09/11/2025 16:35
“Si me voy a morir solamente una vez, me merezco la fiesta”. Lucas Cicarelli estaba fascinado con esa canción. La tarareaba como si fuera un mantra: “Cuando me vaya, que no me lloren. Compren vino, no traigan flores”, imitaba el acento caribeño con su voz de 30 años. La muerte lo encontró a esa edad, en la costa central, en un forcejeo con dos ladrones que lo derrumbó barranca abajo . En medio del duelo , a tres semanas del ataque su padre Valther encuentra en esa melodía algo de consuelo. La escucha todos los días, aunque en su casa lo reten: le recuerda que su hijo era un muchacho alegre. “La gente buena no se entierra, se siembra” , canta, ahora él, con su voz de 66 años recién cumplidos. Al dolor por la pérdida absurda de Lucas, los padres del mozo suman la angustia de la incomprensión. Aún desconocen cuál era la situación de uno de los asaltantes, un hombre de 33 años diagnosticado con problemas de salud mental que estuvo internado en la colonia de Oliveros. ¿Cuándo salió de allí? ¿Por qué motivo? ¿Quién controlaba una medida seguridad dispuesta diez meses antes por la Justicia civil? “No puede andar un tipo así en la calle, los médicos habían dicho que es peligroso para terceros. A Lucas no lo va a devolver nadie, pero no queremos que esto vuelva a ocurrir ”, dicen. La muerte violenta de Lucas fue aclarada en poco tiempo, con los dos sospechosos detenidos en 48 horas. Uno de los atacantes, con numerosos incidentes penales por robo, ya había sido declarado inimputable por una dolencia psiquiátrica . Esta es la cuestión que más inquieta por estos días a Zulma José, de 60 años, y a su esposo, Valther Cicarelli, padres de una familia numerosa que se instaló en Rosario hace cuatro años, cuando la fábrica bonaerense en la que él trabajaba cerró. Es por esto que se presentaron como querellantes en la investigación que lleva adelante la fiscal Agustina Eiris . En los próximos días serán convocados a una audiencia para efectivizar ese rol —solicitado en nombre de ellos y de los tres hijos de Lucas— que les permitirá proponer medidas y una participación más activa en la causa. Acompañados por Marcos Cella y Agustín Pérez, sus abogados, el miércoles pasado acudieron al Centro de Justicia Penal para conocer las novedades del legajo. Dicen estar satisfechos con los avances y la respuesta de las autoridades. Los padres de Lucas saben que tener a su alcance la carpeta que recrea su muerte será un paso duro, pero se disponen a darlo como dieron otros en estos días de desconsuelo. Presenciaron en la misma sala la imputación de los acusados —los vieron de espaldas, estudiaron sus contexturas y sus reacciones— y fueron a recorrer la escena del ataque, al otro lado de la baranda de seguridad de Dorrego y el río. >> Leer más: Así fue el crimen de Lucas Cicarelli: de la irrupción de un "loco con mucho odio" a la caída por la barranca “¿Viste cuando tirás una casa vieja? Un pedazo grande de pared, vigas como cortadas. Eso hay ahí abajo”, describe Valther, que se asomó al borde de la barranca a riesgo de caer él mismo para estudiar el promontorio de la costa al que fue a dar, justo ahí, el cuerpo de su hijo. No deja de imaginar qué hubiera pasado si Lucas caía en un sitio llano, pero en un segundo la idea se esfuma: enseguida concluye que no habría sobrevivido a una caída de 25 metros tras un forcejeo con dos personas. Una de las medidas que esperan es el relevamiento de cámaras de seguridad. Quieren revisar el recorrido que realizó Lucas junto a su novia Martina, de 18 años, cuando salieron de su trabajo como meseros en el bodegón del club Alemán, de Paraguay al 400. A las 2.30 del domingo el 19 de octubre pasaron por un quiosco, compraron un jugo, papas fritas y golosinas, y se sentaron a conversar sobre una plataforma de cemento frente al bar Río Mío, cerca de la barranca. Enseguida él comenzó a mirar preocupado alrededor y le dijo a su novia, sentada de espaldas al paseo peatonal, que no se alarmara por lo que iba a pasar. La chica contó que entonces irrumpió un ladrón con un arma, Lucas intentó calmarlo y le ofreció que se llevara la mochila y el celular que habían dejado en el piso. Ella se puso de pie pero el asaltante intentó frenarla: “Flaca quedate ahí o te meto un tiro”. Su novio intervino para defenderla. Comenzó así un forcejeo sobre la plataforma al que se incorporó un segundo ladrón, más robusto, mientras ella corría por ayuda. Al volver, Lucas ya no estaba. Lo encontraron sin vida a orillas del río a causa de un traumatismo de cráneo. Detrás de unos arbustos detuvieron con la mochila y el celular a Andrés Frontera, de 38 años, imputado como coautor de un homicidio en ocasión de robo. En base a la descripción de sus rasgos y a sus frecuentes ingresos a la comisaría 2ª, al día siguiente fue detenido en Garibaldi al 6000 Pablo Ismael Ibáñez, de 33 años. Un hombre con un retraso cognitivo y problemas de adicción que además padece un trastorno psicótico documentado en otra causa penal. Cara conocida La familia de la víctima busca reconstruir la última caminata del muchacho porque creen que Ibáñez lo podría haber seguido desde el trabajo. Es que alrededor de veinte días a un mes antes, el mismo asaltante había abordado al muchacho y a su novia en la puerta del club. “Fueron a comprar algo al quiosco y cuando vuelven se acerca el tipo y le pide un cigarrillo a Lucas. Él se lo negó. Sigue charlando con la novia y ve que se empieza a llevar la moto de la encargada”, contó Zulma. La intervención de Lucas abortó lo que hubiera terminado en un robo. “Que la víctima de este tipo haya sido dos veces Lucas es muy raro. Llama mucho la atención”, dicen. Creen que la noche de su muerte, al ver que Ibáñez se acercaba, el muchacho lo reconoció. Y que el ladrón pudo acercarse para intimidarlo en represalia. “Mi hijo le dijo que se lleve todo, se podrían haber ido en ese momento”, razona su mamá. >> Leer más: Un joven murió al caer de la barranca del río durante un intento de robo: un sospechoso detenido Por algunas conductas como escapar del lugar o dar un nombre falso al ser detenido, a los Cicarelli les cuesta creer en la inimputabilidad de este acusado, a pesar de que su situación de salud mental ya fue pesquisada en varios legajos con conclusiones similares. El psiquiatra forense que lo revisó tras su arresto lo describió como una persona con escasos hábitos de higiene que sufre un “trastorno psicótico parcialmente compensado”, es peligroso para terceros y no recuerda lo sucedido. Se espera el resultado de un nuevo examen. Mientras tanto, Ibáñez está preso. Ya en diciembre pasado una junta médica especial concluyó que no comprende sus actos y recomendó su internación. En mayo se había dispuesto su ingreso al neuropsiquiátrico de Oliveros. En junio, un juez penal le dio intervención al fuero civil para un abordaje de la situación de salud mental. Qué pasó desde entonces hasta el asalto en la barranca es algo que la familia desconoce. “¿Cómo podía estar en la calle un tipo así? Antes sólo robaba, ahora asesinó”, plantean. La incógnita sobre cómo y en qué ámbito debió controlarse la medida de seguridad dispuesta sobre Ibáñez es para ellos hoy la gran pregunta, convencidos de que fallaron controles. “Por eso para nosotros lo más importante es analizar este raid que desplegó Ibáñez”, indica el abogado Cella, en referencia a catorce ingresos a comisarías que tuvo el detenido en un año. Una cama vacía "Mis hijos eran siete", comienza a contar Valther la historia de su familia, a la que nunca le sobró nada, cuando Zulma lo corrige: "Siguen siendo siete, pero uno no está". Entre seis varones y una mujer de 40 a 19 años, Lucas era el tercero. Los Cicarelli desembarcaron en la ciudad hace cuatro años cuando se quedó sin trabajo el padre, el único nacido en Rosario, donde vivió los primeros años de su infancia. Como disponían de la casa de su abuela en Tablada, comenzaron a emigrar en tandas desde el barrio porteño de Villa Urquiza. La hija mujer y uno de los varones se quedaron en Buenos Aires. El resto se fue reuniendo en la vivienda de dos plantas de bulevar Seguí y Buenos Aires. >> Leer más: "Vi cómo lo tiraron por la barranca": habló la novia del joven asesinado en la costa central Lucas llegó tras separarse de su anterior pareja, con quien tuvo a su tercer hijo, un nene de 5 años. En la casa familiar lo esperaba Luna, la hija de 12 años que tuvo cuando era adolescente y a la que criaron los abuelos. La segunda es otra nena de 9 años que conversa con su hermana por videollamadas. "El dormía en la habitación de arriba con el más grande, de 40. El otro día me dijo que va a desarmar la cama de Lucas porque le recuerda que el hermano no está", cuenta Valther. El vacío se siente en esa casa de la que Lucas salía a las tres de la tarde para ir a trabajar. Regresaba de madrugada, cuando todos dormían, y le dejaba a Luna alguna golosina sobre la cama. "A él le gustaba estar en Rosario, pero decía que pagaban poco. Siempre en negro y cuando pedía aumento no se lo querían dar", recuerdan los padres de Lucas, que conseguía trabajo en el rubro gastronómico mientras su familia se las rebuscaba con un puesto de tortas asadas —"de las buenas, las rellenas", aclaran— del que hablan con orgullo. "Siempre fue muy ingenuo, un poco inmaduro. Por eso vivía haciendo chistes", recuerdan los Cicarelli. De chico, era el más inquieto y travieso de sus siete hijos. De grande, era último en irse del bodegón. "Siempre ayudaba. Soldaba, hacía la instalación eléctrica, pintura, arreglaba las luces. Todo para ganar unos mangos más", evoca su padre. Y vuelve a La Fiesta, la canción del puertorriqueño Pedro Capó: "La gente buena se siembra. Mi hijo era bueno en serio".
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