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  • El Puente: arte, salud mental y el Litoral de lo Imposible

    » El Ciudadano

    Fecha: 09/11/2025 06:35

    Por Rosario Avalis / Especial para El Ciudadano El sol todavía es intenso a las seis de la tarde, la luz entra a través de los vidrios de la Escuela Municipal de Artes Urbanas (EMAU) e ilumina las pieles pegajosas de las personas que esperan para entrar. El perfume de los ramitos de lavanda, romero y cedrón se intensifica con el calor, el ambiente se vuelve fragante. Sirven un té rosado y tibio, levemente endulzado. Y reparten un papel que reza: “Hay lugares que no aparecen en los mapas, surgen cuando el tiempo se vuelve extraño y lo cotidiano deja de obedecer. Ahí, lo real y lo imaginario se tocan, las sombras caminan, los colores respiran y las criaturas que habitan lo imposible despiertan sin hacer ruido” Así comienza la experiencia en el estreno de la obra “R.E.M”, una coproducción de El Puente, dispositivo sustitutivo a las lógicas manicomiales del Hospital Roque Saenz Peña y la EMAU, en el marco de «El Otro Festival” de artes escénicas y salud mental. La estimulación de los sentidos que empezó en la antesala de la obra es ahora más fuerte con una meditación guiada que arrastra a las personas a entrar en este universo entre real e imaginario. Nadie levanta la cabeza, no hay celulares sacando fotos, el público se sumerge de lleno en lo que está a punto de pasar. Lo que sigue no se explica, se atraviesa. Un soñante tiene que arrastrar una pesada valija por todo el escenario. Adentro una manta azul brillante, un osito de peluche, una nuez y un pote de dulce de leche. Un brebaje misterioso, tal vez parecido al té de moras, jazmín y otras cosas que sirven antes de entrar, hace bailar al soñante la danza de los mirlos. El cuerpo se disloca, todas las partes parecen tomar su propio rumbo. El brazo tira hacia un lado mientras que la pierna tira hacia el otro. La cabeza gira sin parar. La cadera adelante, atrás, adelante, atrás, a un costado y al otro. Ahora las palmas del público en la sala y el baile incesante de las personas de negro en escena. *** La forma más directa de llegar es el portón de ingreso a la guardia del hospital, por calle Avenida del Rosario más cerca de Buenos Aires que de Laprida. Podés preguntar a la guardia del portón y a la policía del ingreso, pero no van a saber de qué estás hablando. Pasando por dos puertas, doblando a la izquierda, atravesando todo el pasillo, ahí encontrás EL PUENTE. ARTE Y SALUD. En un salón grande, las mesas están acomodadas de tal forma que ninguna de las personas que están sentadas le da la espalda a la otra. Como todos los jueves al mediodía, se está dictando el taller de alfabetización junto con estudiantes de la Facultad de Psicopedagogía. Los lunes hay taller de teatro, los martes de yoga, los miércoles de lectura y movimiento, los jueves de arte, acompañamiento psicopedagógico y después ajedrez, los viernes de música. A los talleres asisten personas que están internadas en el hospital y otras que no. En una salita pequeña están sentadas Luciana en una silla, Rocío y otra Luciana en el piso con las piernas estiradas. Las tres son parte del equipo que estuvo en el armado y la presentación de la obra junto con muchas otras personas más. El ventilador chiquito de plástico negro que hay no funciona y las ventanas no se pueden abrir. Hace tanto calor o más que en el día de la obra pero la decisión de tomar mates es unánime. Lo prepara la primera de las Lucianas, que es litoraleña y la más nueva del equipo. Empezó a trabajar en salud mental, joven y llena de idealizaciones en un equipo interdisciplinario para abordar el tratamiento de consumos problemáticos. Después de esa primera experiencia se convenció de que el trabajo en esos espacios tiene una fecha de caducidad de siete años y pidió el traslado a un centro de salud del Barrio Toba, en zona oeste. Luciana tiene la teoría de que las personas que trabajan en el Estado tienen que variar por el desgaste. A partir de esa segunda experiencia la cantidad de años fue bajando, ahora son cinco. Cuando estaba en el centro de salud se topó de lleno con una realidad concreta: el trabajo es comunitario, la estrategia de atención primaria nunca se lleva adelante en soledad, siempre es con otras instituciones. Pero ante la ausencia de políticas públicas y el vaciamiento de las instituciones de salud, llegó la fecha de caducidad del trabajo de Luciana en el centro de salud: «Yo acá estoy pagando en mi propio cuerpo los vaciamientos que se están dando. Yo no puedo seguir así, por mí. Y también porque no puedo apostar a otra cosa acá, no puedo seguir laburando. Prefiero correrme». Ahora, hace un año que Luciana trabaja en El Puente. «Acá te queremos más años». Rocío interrumpe la teoría de los cinco años para pedirle a Luciana que se quede más tiempo. Porque su experiencia es muy distinta, ella empezó a trabajar en el Roque Saenz Peña hace veintidós años como enfermera de piso. Pero fue cambiando de lugares dentro del hospital: pasó por maternidad, después estuvo en el comité de infecciones, en esterilización, en consultorio externo y finalmente hace ocho años le pidió algunas horas a su supervisora de enfermería para dar un taller de pintura en El Puente. Hoy es coordinadora del dispositivo junto con Luciana litoraleña. Lo cual no significa que tengan el cargo las chicas. La aclaración la hace la otra Luciana desde el piso donde está sentada. Luciana trabaja en el Centro de Salud 20 de junio, donde hay un espacio que se llama Arte 20 con el que también participaron de El Otro Festival. Además trabaja en la sala de juegos del Hospital de Niños Vilela y hace diez años forma parte de El Puente. Participa los lunes de las reuniones de equipo y va los jueves a dar el taller de arte junto con Rocío. En ese mismo taller empezaron a trabajar desde el año pasado en la escenografía de la obra. Aunque en El Puente se hacen obras de teatro casi desde sus inicios esta vez fue diferente. «Nunca habíamos hecho algo así en donde todos, todos participáramos, hasta los estudiantes». No solo estaban los actores en escena. En la obra participaron hasta los usuarios que fueron como espectadores. Participaron las personas que hicieron los haikus, poemas cortos de tres versos que hablan de temas relacionados a la naturaleza y la vida cotidiana. Participaron los asistentes que hicieron dibujos de los haikus. Participaron las estudiantes de psicología que, aunque solo tenían como requisito para una materia de la facultad asistir a cuatro encuentros en El Puente, le pidieron a Luciana si podían ir una vez más y fueron a ver la obra. Participaron las personas que hicieron frottage, que es una técnica artística que consiste en frotar un lápiz sobre un papel para capturar la textura de distintas superficies con relieve. Así como lo indica su nombre, el dispositivo tendió puentes y extendió el equipo para realizar esta obra. *** De la euforia del baile al sueño de una noche eterna. Las linternas detrás de los papeles que cuelgan dibujados producen sombras en los movimientos suaves de las manos. Las manos se acercan, se alejan, hay manos que acarician y se entrelazan unas con otras, hacen cosquillas e hipnotizan al verlas. Hay algo de lo bello, de la ternura de los movimientos que hace dudar de la vigilia a quienes están mirando. Se despliegan dos trapecios y aparecen colchones debajo de ellos. Entran los trapecistas en escena, se suben despacio. Sentados o parados juegan con la mirada del compañero en el trapecio del otro extremo y estiran un brazo hacia atrás o una pierna hacia adelante. Las personas de negro soplan a través de los agujeritos de los burbujeros y en el aire flotan pompas de jabón Se arrastran desde el piso o llegan volando los alebrijes fosforescentes. Representan figuras fantásticas que combinan partes de animales reales e imaginarios. Despierta el soñante mientras otros recitan esos poemas cortos inspirados en la vida cotidiana y la naturaleza. Esta vez la música que acompaña el recitado la tocan más personas de negro en el margen de la escena. *** Luciana del litoral cree que en El Puente todavía hay algo, de lo que a veces se quieren robar, y tiene que ver con la creencia en la salud pública, que se encuentra amenazada todo el tiempo por las políticas del Estado municipal, provincial y nacional. Escucha de compañeras y compañeros de otros servicios de salud que están cada vez más alicaídos, sin ganas de ir a trabajar, con sueldos muy bajos en una realidad social y económica que desborda. Ve caer equipos de trabajo en salud mental que han sido pioneros, porque la realidad misma los pasa como topadora. «Acá en El Puente hay todavía una vibra, ¿viste? De la potencia puesta en juego, de la potencia en las prácticas, de la potencia de lo grupal, de la potencia de lo colectivo». Perteneciente o relativo a la orilla o costa del mar, esa es la definición de litoral según el diccionario. Para Luciana, El Puente tiene algo de litoral. Es un lugar privilegiado en el medio de un hospital, ni del todo dentro, ni del todo fuera. Un puente de un litoral a otra tierra, entre lo real y lo imaginario, que se sostiene a contrapelo de la rigidez de una estructura institucional pero a su vez dentro de una institución. En general las personas que trabajan en un hospital hacen todo su trabajo en ese lugar. El Puente tiene una lógica mucho más vinculada con la atención primaria. Funciona distinto. La otra Luciana, sentada en el piso, enumera todas las actividades que son parte de su trabajo pero tienen que justificar porque implican salir del hospital: una reunión en un centro de salud por la situación de un paciente, una salida a un museo, la presentación de una obra de teatro realizada por usuarios de El Puente, una visita a la pileta municipal en verano. «Tenés que explicar eso porque no se entiende. Porque la mayoría de gente trabaja dentro del hospital y no sale. Es otra lógica de trabajo». Más allá de las personas a cargo, en el hospital, como en cualquier otra institución, hay normas. El Puente camina por la orilla de esas reglas. Las personas hacen murales coloridos en paredes que según la norma deberían ser blancas y esa acción por sí misma es un mensaje. «La estética, ¿viste? La estética institucional que tiene que ser todo igual. Bueno, acá no, no somos todo igual». *** Y al final, la máquina en movimiento que es El Puente. Así, con nombre propio. La máquina litoral que sostiene la potencia de lo colectivo puesta en funcionamiento en el escenario y en el hospital, balanceándose de un lado a otro. El baile se contagia y los espectadores también son parte de la máquina. Ese día ni Luciana, ni Rocío tomaron mates. Tampoco probaron el té, ni comieron antes de la presentación. Todos los nervios por el estreno, las situaciones complejas del día anterior en el hospital, las horas interminables de trabajo en la realización de la obra, llenaban la pesada valija que arrastraban ambas. Así como la del soñante al principio. Después caminaron sueltas, alegres por cosechar los frutos de la construcción colectiva, emocionadas de ver a la gente llorar. «A través de la obra se logró un convivir que la excede, que forma parte de El Puente». Al final, antes de que inviten a todo el público a bailar “Un osito de peluche de Taiwan” de los Auténticos Decadentes en el escenario, la obra cierra con una voz. Es la de Edu, uno de los usuarios que tiene un programa de radio y participa hace muchos años de los talleres: Hablar de salud mental Sacarle el estigma Quitar ese dedo que señala. Sí Pero que no ayuda Hacer el camino más suave Para querer dejar de huir.

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